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Votar por Piñera fue y será algo bastante parecido a votar por Trump


Muchos han recriminado la elección de Donald Trump reflexionando sobre las hasta ahora insospechadas repercusiones que esto traerá para el mundo. Pero la elección del multimillonario estadounidense trae a colación la elección de Sebastián Piñera como presidente, ya sea en la elección del 2009 como la próxima, en donde muy probablemente será el candidato de la derecha. Los más alarmistas han saltado reivindicando la idea de que no se puede comparar la elección de estos dos personajes debido a que ocurren en lugares muy diferentes con características bastantes particulares. En parte lo anterior es cierto, cada fenómeno social responde a particularidades y hay muchos factores internos de la política criolla que llevaron a la elección del bullado empresario, sin embargo no hay que obviar lo global del capitalismo y que las tendencias electorales más significativas del último tiempo –Brexit en Reino Unido y “No” en Colombia- parecen estar girando hacia el sin sentido, haciendo brotar un síntoma fascista que es más mundial de lo que nos gustaría, y que no escapan a nuestro país.

La campaña de Donald Trump estuvo marcada por los ataques xenofóbicos, racistas y machistas, con un discurso nacionalista que manifestaba abiertamente su animadversión y repudio hacia las minorías sexuales. De la misma forma identificaba el “origen del mal” en los inmigrantes latinoamericanos –especialmente mexicanos- que quitaban el empleo promovían la decadencia de “América”, siendo la impresionante respuesta a esto la inverosímil construcción de un muro que separará EE.UU. de su vecino del sur. También, siguiendo la misma línea, se mostró firmemente dispuesto a negar la entrada a cualquier persona venida de medio oriente, incluso a los refugiados con la excusa de ser una forma de luchar contra el terrorismo.

[cita tipo= «destaque»]Hay violencia contenida que responde, entre otras cosas, a las dinámicas del capitalismo neoliberal global, la disminución del Estado y la relegación del orden social a la economía y su consecuente discurso post-político, pero también responde a la crisis de los sistemas democráticos que han sido incapaces de generar mecanismos de participación inclusivos.[/cita]

Lo que hubo en la campaña y el discurso del multimillonario estadounidense fue un constante ataque hacia el “otro”. ¿Quién es el otro? El otro son las minorías, los inmigrantes, las etnias, etc. todo aquel foráneo que pareciera poner en peligro la situación de privilegio que imaginariamente debiera tener el nacido en un lugar. Slavoj Zizek nos dice que “lo que nos “molesta” del “otro” (el judío, el japonés, el africano, el turco…) es que aparenta tener una relación privilegiada con el objeto -el otro o posee el objeto- tesoro, tras habérnoslo sustraído (motivo por el que ya no lo tenemos) o amenaza con sustraérnoslo”. Para el caso de Trump se puede decir que “América” debe volver a los “americanos”, de esta forma se puede “Make America Great Again”.

El miedo al “otro” genera de por si violencia, pero lo más sorprendente es que al momento de indagar el origen de la violencia “insensata” en aquellos de la ejercen, estos son capaces de reccionar espontáneamente como un trabajador social, psicólogo o sociólogo, y “mencionar la crisis de la movilidad social, la creciente inseguridad, el derrumbe de la autoridad paterna, la falta de amor materno en su tierna infancia… nos ofrecería, en definitiva, una explicación psico-sociológica más o menos plausible de su comportamiento, una explicación como las que gustan a los liberales ilustrados, deseosos de «comprender» a los jóvenes violentos como trágicas víctimas de las condiciones sociales y familiares.” En palabras de Zizek, hay una “reflexión cínica”, a causa de que ellos saben muy bien lo que hacen, pero no por eso dejarán de hacerlo.

Ahora debemos acudir a Piñera. No hay que olvidar como la campaña del otrora presidente se basó en un eslogan anti-delincuencia (“delincuentes se les acabó la fiesta”), en una forma de criminalización sobre un sector social que representaba la criminalidad que, según éste y un compartido discurso de derecha, tenía libertad de acción en nuestro país con un sistema judicial que no estaba funcionando por lo que solo poseía una puerta giratoria para aquellos que comenten delitos. En primer lugar, aquí claramente hay un discurso violento hacia un “otro” en nuestra sociedad, porque pareciera ser que en el imaginario el “delincuente” pertenece a una clase social específica cuya actividad delictiva está, de alguna forma, profesionalizada en sectores que la reproducen naturalmente. Volviendo al argumento de Zizek, se enarbola la idea de que existe una relación de privilegio entre la “justicia”(objeto) y el “delincuente”(otro) quien queda impune frente a sus actos ilegales, gozando de una libertad de acción que no tendrían el resto de los chilenos.

En segundo lugar hay algo paradójico en este pensamiento, pues no está totalmente errado si tomamos en cuesta que si hay impunidad en este país, si es que sacamos a palestra los casos de corrupción, financiamiento ilegal de la política, el caso de Martín Larraín, el cohecho de Pablo Longueira en la Ley de Pesca, los casos de colusión, etc. podemos darnos cuentas de que los tribunales si poseen una puerta giratoria, pero no en aquellos que se criminaliza mediáticamente, si no en aquellos que poseen la suficiente influencia para esquivar a la “justicia”. El oxímoron es aún mas sorprendente cuando recordamos que varios de los antiguos ministros del ex-presidente están siento investigados por la justicia, incluso el mismo Sebastián Piñera quien está siendo investigado por el caso de coimas de LAN en Argentina.

Hay violencia contenida que responde, entre otras cosas, a las dinámicas del capitalismo neoliberal global, la disminución del Estado y la relegación del orden social a la economía y su consecuente discurso post-político, pero también responde a la crisis de los sistemas democráticos que han sido incapaces de generar mecanismos de participación inclusivos. Esto desemboca necesariamente en la exclusión y un desinterés por la participación en elecciones que se entienden como espacios “políticos” ajenos a una posibilidad real de transformación. Por otra parte también da pié para que discursos populistas –Piñera, Trump- basados en fundamentalismos absurdos y en la desinformación de la población estén llenando el vacío de poder que genera esta crisis.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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