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El giro neoconservador y el híbrido de progresismo neoliberal


Bruno Ebner comentaba en una columna de opinión en este mismo medio, haciendo un paralelo entre el triunfo de Trump en EE.UU., Rajoy en España y la derecha en las pasadas elecciones municipales en nuestro país, que estos tres fenómenos eran culpa “de los mismos que salen a gritar a la calle y a los que luego les da lata ir a votar el domingo”.

Atribuirles a los pueblos y a los movimientos sociales la causa del auge neoconservador me parece algo absurdo, analíticamente incapaz de comprender qué está pasando, pero, sobre todo, ideológicamente un conservadurismo que ve la democracia solo como procedimientos legales y desprecia el valor de la participación popular.

El hecho es que ello omite todas las mediaciones propias del proceso político, mediaciones de sistemas electorales –como la que da el triunfo a un candidato que tiene menos votos–, pero sobre todo mediaciones de partidos y líderes políticos. Así, las personas no votan por personas cualesquiera, votan por una oferta limitada de candidatos, los cuales a su vez se montan sobre grandes estructuras partidarias, que constituyen grandes entramados de organización caracterizados por estrategias de mediación ideológica, política y económica entre las clases de una misma sociedad[1].

De esta forma, se vuelve gravitante la historia, las experiencias de las personas con esos partidos a través del tiempo, de modo que los actos de campaña, los programas de gobierno y los discursos por cierto que son importantes, pero con incidencia acotada en la ciudadanía. Pero más importantes son las diversas experiencias de una ciudadanía dividida fundamentalmente en clases sociales.

[cita tipo= «destaque»]Entonces la Concertación no construyó consensos en la sociedad chilena, sino inclusión subordinada de los sectores populares y medios, y consolidó el privilegio del gran empresariado. Ello se traduce en democracia incompleta, ciudadanía parcial y derechos parciales para la gran mayoría de la población.[/cita]

Así, por ejemplo, en Chile los gobiernos de la Concertación estuvieron marcados por la hegemonía de un discurso socialdemócrata y progresista, pero un ejercicio de gobierno tecnocrático y neoliberal[2]. Lo cual produjo una incorporación discursiva de los sectores populares, pero subordinada a los intereses económicos del gran empresariado. Prueba de ello es la tríada de crecimiento económico, baja de la pobreza y profundización de la desigualdad que se produce entre 1990 y 2010, así como también el financiamiento de SQM al PPD y parte del Partido Socialista.

Entonces la Concertación no construyó consensos en la sociedad chilena, sino inclusión subordinada de los sectores populares y medios, y consolidó el privilegio del gran empresariado. Ello se traduce en democracia incompleta, ciudadanía parcial y derechos parciales para la gran mayoría de la población.

La Nueva Mayoría se inserta en este mismo proyecto híbrido de progresismo neoliberal, de intento de conciliación de las aspiraciones de participación democrática y mejora de las condiciones de vida de las grandes mayorías con las garantías antidistributivistas del gran empresariado. Así se puede comprender el fracaso político de las reformas de la Nueva Mayoría, y la incapacidad política en que cayó el gobierno, especialmente al tocar a la propia Michelle Bachelet a través de los vínculos de su hijo con Luksic, y sus negocios inmobiliarios abiertamente truculentos.

En el mismo sentido podría hablarse del papel del PSOE en España y del Partido Demócrata en EE.UU. Recuérdese la campaña de Obama en 2008, cargada de referencias a Martin Luther King, con un discurso de cambios profundos, en democracia y desmilitarización (cierre de la cárcel de Guantánamo, retiro de las tropas en el exterior). Luego su gobierno estuvo marcado por la continuidad del grueso del estilo de republicanos y demócratas anteriores, con muy acotadas reformas.

En definitiva, las “vueltas de carnero” en política últimamente solo han sido de apelación popular en tiempo electoral y ejercicio del gobierno al servicio del gran empresariado, excluyendo precisamente a quienes se había apelado en principio.

En esas condiciones no es de extrañar el hartazgo de los pueblos, que se expresa entre la abstención y el giro de algunos sectores a la derecha, como también en el auge de las protestas populares en la presente década.

Entonces, ¿de quién es la culpa del giro a la derecha en las últimas elecciones municipales? Pues, del híbrido de progresismo neoliberal, que gana elecciones con discursos de cambio y apelación a los sectores populares, pero gobierna para el gran empresariado, con la consecuencia del vaciamiento de la política, la limitación de la democracia, la ciudadanía parcial y los derechos sociales parciales para las grandes mayorías.

En esas condiciones, ¿por qué la ciudadanía apoyaría a una coalición como la Nueva Mayoría, que cooptó aspiraciones populares y las convirtió en un programa de “cambiarlo todo para que nada cambie”?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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