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En Chile no hay pobres

Rafael Moyano
Por : Rafael Moyano Licenciado en Pedagogia Social y Terapéutica por la Universidad Complutense de Madrid , Maestría en DDHH y Cooperación al Desarrollo. Director Ejecutivo de la Corporación Educacional Escuelas del Cariño.
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Cuentan que hace décadas, un cooperante extranjero se acercó a un hombre de avanzada edad, en una pequeña comunidad cerca del Lago Kivu, en la frontera del Congo y Ruanda. El hombre, visiblemente desnutrido, miraba con resignación hacia el lago y en su mano sujetaba unas viejas y deshilachadas redes de pesca.

Guiado por su buen corazón, el cooperante extranjero se acercó al anciano:

  • Tranquilo amigo, yo te enseñaré a pescar, y nunca más pasarás hambre, le dijo.

El anciano se giró hacia el joven y con mirada de compasión le habló:

  • Te lo agradezco mucho, pero, en verdad, yo sé pescar, mi familia lo lleva haciendo durante siglos, lo que necesito es que esa compañía multinacional pesquera no vacíe con sus máquinas el lago de peces…

Vivimos en un mundo en el que la transferencia de conocimiento ya no es suficiente para salir adelante, y poder tener acceso a las oportunidades que ofrece la sociedad.

Es difícil pensar que comunidades vulnerables mejorarán su calidad de vida y los índices de desarrollo humano si no partimos de los activos y potencialidades que tienen, y es ahí donde debemos invertir como sociedad gran parte de recursos.

Para ello, lo esencial es cambiar la forma de mirar la pobreza, entender que es multidimensional,  que no hay personas pobres, sino contextos pobres, que nadie es pobre, vive en situación de pobreza, porque la pobreza no es una condición, sino una circunstancia, no es congénita, ni existe el “adn” de la pobreza como algunos pretenden instalar.

Debemos ser capaces de mirar a las personas que nos rodean con igual dignidad y con las gafas de ver lo que esa persona tiene, las posibilidades y activos, y no centrarnos en las carencias: Alguien puede no tener empleo…pero tiene una profesión. Aceptar que todos poseemos activos implica tener un punto de partida habilitante para desarrollarlos y potenciarlos, ese es el primer paso para salir de la espiral exclusión.

Podemos desarrollar activos y potenciar fortalezas, por ejemplo a través de programas de nivelación de estudios o capacitación técnica. En 2017 se abre la oportunidad de crear un convenio con el MINEDUC  que ayude a desburocratizar el trámite para abrir establecimientos que entreguen educación a los más de cinco millones de chilenos y chilenas que no finalizaron cuarto medio.  Este tipo de programas, que responden a una enorme urgencia en Chile,  no sólo hacen hincapié en la adquisición de competencias técnicas, sino que pretenden ver el proceso educativo como algo multidimensional, la pregunta no es ¿Qué queremos que aprendan nuestros estudiantes? Sino ¿Qué ciudadano o ciudadana  queremos tener en la sociedad? Esto es aplicar un enfoque holístico para los procesos educativos. Otro ejemplo; aunque no incorporamos la innovación a las iniciativas, según datos del Banco Mundial publicados en 2013, uno de cada tres empleos en Latinoamérica surge de un emprendimiento o una iniciativa de autoempleo, lo que, sin duda,  implica aprovechamiento de activos personales, pero… ¿Por qué no es suficiente?

[cita tipo=»destaque»]Esto produce un efecto perverso, ya que la clase media al encontrar más oportunidades a través de los activos monetarios, tiende a dejar de lado el uso de los servicios comunitarios o públicos, apostando por la privatización de estas oportunidades, si la clase media abandona el sistema público, la exigencia de la calidad de los servicios pierde fuerza: Si puedo llevar a mis hijos a un colegio particular porque quiero asegurar un buen futuro, ya no necesito exigirle al estado que la educación pública sea de calidad, y esa espirar se repite en el transporte, en la vivienda, en los servicios públicos.[/cita]

Tal vez seamos capaces de generar programas y políticas públicas que favorezcan el desarrollo de los activos y el talento individual y colectivo, pero la realidad es que el acceso a las oportunidades que ofrece la Sociedad Civil, el Estado o la empresa privada sigue siendo sesgado y muy dificultoso, y tiene mucho que ver con el los prejuicios o estereotipos que generamos hacia los demás, que corrompen  nuestra imagen como sociedad y nos sumergen en la abismo de la desigualdad, en efecto, América Latina sigue siendo el continente más desigual del planeta.

Los círculos relacionales son tan cerrados y la movilidad social tan baja que se produce un aislamiento entre las clases sociales, enmarcadas en territorios incomunicados, en las mismas universidades, en los mismo centros de ocio y por defecto…en los mismo círculos sociales y laborales.

Esto produce un efecto perverso, ya que la clase media al encontrar más oportunidades a través de los activos monetarios, tiende a dejar de lado el uso de los servicios comunitarios o públicos, apostando por la privatización de estas oportunidades, si la clase media abandona el sistema público, la exigencia de la calidad de los servicios pierde fuerza: Si puedo llevar a mis hijos a un colegio particular porque quiero asegurar un buen futuro, ya no necesito exigirle al estado que la educación pública sea de calidad, y esa espirar se repite en el transporte, en la vivienda, en los servicios públicos.

Por tanto, intervenir y potenciar  los activos de las personas es esencial, pero no es la única tecla que debemos tocar si queremos generar progreso e igualdad, tiene que haber un esfuerzo global por nivelar las oportunidades,  por no prejuzgar a las personas por los lugares donde viven o las escuelas dónde estudiaron o los niveles educativos de sus padres, esa mirada de dignidad equilibra mucho más la balanza y nos prepara como sociedad para hacer exigible la calidad en los servicios, que éstos sean tan buenos que nadie los quiera abandonar, que , al fin, nos encontremos como sociedad en igualdad de oportunidades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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