Publicidad

Terapia neoliberal

Luis Oro Tapia
Por : Luis Oro Tapia Politólogo. Sus dos últimos libro son: “El concepto de realismo político” (Ril Editores, Santiago, 2013) y “Páginas profanas” (Ril Editores, Santiago, 2021).
Ver Más


El neoliberalismo es, en varios aspectos, la negación del liberalismo. La libertad de pensamiento que fue tan importante para un protoliberal como Baruch Spinoza, y que lo fue más aún para un liberal clásico como John Stuart Mill, parece estar —o, quizás, efectivamente lo esté— venida a menos en la actualidad. De hecho, el neoliberalismo dispone de una abundante variedad de medios para bloquear los procesos reflexivos; para inhibir el cuestionamiento radical; para evitar que el pensamiento aflore y así, finalmente, impedir que la lechuza emprenda su vuelo. ¿Hay contradicción en ello? No. Porque en la era neoliberal se requieren individuos que sean productivos; no personas reflexivas, menos aún contemplativas. Así, el excéntrico (ese tipo humano que nada contra la corriente y que tanto ensalzó John Stuart Mill) no tiene cabida en el mundo neoliberal.

¿Qué medios utiliza, preferentemente, el neoliberalismo para ahuyentar los temples anímicos que predisponen a la reflexión? La farmacología (si Kierkegaard viviera hoy no podría escribir lo que escribió, porque estaría medicado) y la industria del entretenimiento.

Dentro de esta última están los ‘viajes’. En el fondo no son viajes; son huidas de sí mismo. En consecuencia, se trata de ‘viajes’ que no son tales. En efecto, el viaje ha sido sustituido por el tur. Éste tiene por finalidad, entre otras cosas, que los turistas tengan vivencias que han sido previamente planeadas para producir cierto tipo de satisfacciones estandarizadas. Por cierto, dada la índole de la industria, son de algún modo vivencias prefabricadas. Obviamente que el objetivo principal es que los turistas por un par de días —o de semanas— se olviden de sus problemas. Así, el ‘viaje’ exterior no tiene como correlato un viaje interior. Por el contrario, trata de inhibir a este último. En circunstancias que se supone que el primero alienta, incita, al segundo.

[cita tipo=»destaque»]Sólo a modo de ejemplo: el éxito editorial de los libros de autoayuda que pregonan la doctrina del ‘desapego’, vale decir, el no sentirse atado —o vinculado— a nada de manera permanente. Tal doctrina insta a cortar los ligamentos, porque éstos van en desmedro de la libertad individual o porque generan algún tipo de sufrimiento. Así la doctrina oriental, al ser occidentalizada en clave neoliberal, deviene en ‘apego al desapego’.[/cita]

La frivolidad y el filisteísmo de los ‘viajeros’ neoliberales es espeluznante. Ello es bastante fácil de constatar. Son ‘viajeros’ que carecen del contexto, ya sea histórico, geográfico o cultural. La ausencia de éste impide que lo observado (el texto) adquiera una real significación. Ven cosas, no objetos culturales. Esas cosas quedan registradas en una fotografía para que quede la constancia de que “yo estuve ahí”. Ello, claro está, en el supuesto de que tal tipo de ‘viajero’ no se haya trasladado a otro país para estar enclaustrado en un complejo turístico.

Tanto la industria de la farmacología psiquiátrica como la industria del entretenimiento tienen una finalidad común, a saber: eludir el sufrimiento psíquico. Se olvida que el sufrimiento contribuye al conocimiento de sí mismo y que, además, a veces, tiene la virtud de hacernos tomar conciencia de la alienación.

Ambas industrias, también, suelen contribuir al languidecimiento de la vida afectiva y a su correspondiente lenguaje. La consecuencia obvia de ello es el tedium vitae, la indigencia existencial o el vacío espiritual. Pero este último no se visibiliza, porque la buena farmacología lo impide.

Los que sufren mucho, los que piensan demasiado, en definitiva, los sensibles, suelen ser personas disfuncionales y poco productivas. Pero si ellos se resisten a la farmacología y a los placeres de la industria del entretenimiento queda un tercer recurso para normalizarlos y tornarlos en individuos productivos, a saber: la inoculación de una buena dosis de orientalismo occidentalizado.

Uno de los hechos más fascinante de la cultura neoliberal es la apropiación de doctrinas orientales con fines meramente instrumentales, vale decir, materialistas y funcionales. De hecho, las espiritualidades orientales devienen en algo así como en bienes de consumo que son cada vez más masivos en la era neoliberal. Ellas son utilizadas para satisfacer propósitos occidentales. Concretamente, para potenciar el rendimiento individual e incrementar la productividad. Así, por ejemplo, no es insólito que algunas empresas (públicas y privadas) realicen talleres de yoga a la hora de almuerzo para potenciar el rendimiento laboral de los funcionarios durante la tarde.

Asimismo, a nivel puramente individual las doctrinas orientales suelen utilizarse para justificar, con una retórica sublime (salpicada de giros idiomáticos orientales y, a veces, con visos de una alambicada espiritualidad esotérica) la más abismal indiferencia y el más miserable de los egoísmos.

Sólo a modo de ejemplo: el éxito editorial de los libros de autoayuda que pregonan la doctrina del ‘desapego’, vale decir, el no sentirse atado —o vinculado— a nada de manera permanente. Tal doctrina insta a cortar los ligamentos, porque éstos van en desmedro de la libertad individual o porque generan algún tipo de sufrimiento. Así la doctrina oriental, al ser occidentalizada en clave neoliberal, deviene en ‘apego al desapego’.

Tal doctrina está en concordancia con el atomismo social y, además, está en sintonía con el nihilismo ambiental que ha prosperado al alero del modo de vida neoliberal. ¿Cuáles son sus consecuencias prácticas? La negación de cualquier compromiso efectivo con cualquier entidad —ya sea otra persona o una colectividad— que sea distinta del sujeto mismo. El ideal es que el individuo tenga la ilusión de que es autosuficiente y, por consiguiente, soberano.

Así, el sujeto puede devenir en una bestia (paradójicamente espiritual, quizás sería más preciso decir pseudo espiritual), en un idiota (en el sentido prístino de la palabra), en un pequeño dios o, quizás, en un animal laboral embobado con un discurso esotérico que lo ayuda a huir de las inclemencias del mundo neoliberal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias