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Araucanía


Atardeciendo, sol, tierra húmeda, y 10 grados Celsius coronan una de las pocas tardes que en 5 meses – dado lo rudo del clima – puedo disfrutar viendo a mis hijos correr por el parque al aire libre. De pronto, la breve tarde se interrumpe por el sobre vuelo a baja altura de varios helicópteros que dan vueltas casi en círculos. Mi hijo mayor lleno de su transparente ingenuidad me pregunta: “¿Vivimos cerca de donde guardan helicópteros?”… Me demoro en responder sobre algo que me causa dolor e impotencia.

Mucho de lo que en la Araucanía ocurre, se dice, se publica, se ve, se usa y finalmente pasa, es consecuencia de una profunda ignorancia. Van cerca de 20 años en que el daño crece irremediablemente porque como sociedad no tenemos la capacidad de entendimiento, porque sencillamente no comprendemos realmente la magnitud de lo que está en el trasfondo. Ni leyes más rígidas, ni milicias más armadas, ni compras de más hectáreas de tierra remediarán el problema derivado de la ignorancia. La ignorancia es letal, como actúa en el desconocimiento no tiene ningún grado de respeto por, por ejemplo, lo que es la vivencia ancestral de una Nación.

No haré ninguna larga lista de los índices macroeconómicos-políticos sociales que apuntan con el dedo a la novena región como la más desigual y pobre del Estado de Chile, eso está a la vista y paciencia de muchas décadas por parte de todos, ya basta de ese estigmatizante y anulante sobre análisis. En lo personal llevo 10 años viviendo aquí y puedo afirmar con la máxima claridad, que la riqueza está justamente en su gente. Como todo afuerino me creía muy documentado sobre lo que sucedía.

Al paso del tiempo dejé de hacer el ridículo y con mucha humildad me acerqué a tratar de entender el porqué de muchas situaciones. La forma de pensar del Estado de Chile, sus políticas, sus políticos, su comprensión, están y viven en otra cosmovisión. Por lo tanto, al tratar de proponer, implementar y solucionar, parten de lo que entienden de lo que para ellos es efectivo, pero que no necesariamente para esta cosmovisión le hace sentido. Sin duda que es difícil sobrellevar el choque inconexo cultural que convive a diario. Más cuando hay extrapolación en el sentido desmedido de la fuerza de lado a lado, como si por ahí llegara la gran solución, es decir, quien es más astuto o quien tiene más fuerza y aplasta al otro tendrá las condiciones para imponer las “soluciones” que más le acomodan.

[cita tipo=»destaque»]Eduquemos a Chile sobre la Araucanía, los medios de prensa, las autoridades, empresarios, grupos de dirigencias en su amplio espectro, todos tienen el deber de acabar primero con su ignorancia y con sus intereses. Quizás de esa manera no se naturalicen cosas absolutamente aberrantes como; Parir engrillada a una cama o lanzar ráfagas de perdigones en medio de un grupo de niños.[/cita]

En la convivencia de naciones y culturas diferentes no hay soluciones instantáneas. Tampoco hay que echarse a dormir. Pero partamos siquiera por reconocer su existencia y démosle ese carácter no de una manera testimonial, sino que en su amplitud, respeto y seriedad que se merece una Nación. Veamos lo que ha sucedido en la experiencia extranjera, hagámonos cargo de nuestra historia y sin vergüenza señalemos que se abusó del engaño para la obtención ilegítima. Revisemos lo que fueron los “parlamentos”, revisemos la década del 50 y 60, escuchemos y estemos abiertos a entender siquiera el concepto de lo que significa la “tierra”.

Lo peor que nos puede pasar es que sigamos tratando el tema transaccionalmente, en que la tierra que tengo ahora como su dueño legítimo, la someto a “entrega” de tierra y según sea su correspondencia me pongo a especular con el valor para un obtener un mayor precio. Eso no puede pasar, no podemos reducir tanto la magnitud del devenir al egoísmo y la codicia económica.

El Estado de Chile debe avanzar hacia un pacto que reconozca la existencia de una Nación y ésta a su vez  debe comprometerse a convivir en armonía con nuestras diferencias. En lo práctico, muchos dirán reconocimiento constitucional, autonomía y representación política, definiciones como Nación, etc., No sé si será suficiente, pero sin duda contribuiría. ¿Qué tan terrible para el Estado de Chile es acceder a este tipo de cosas? ¿Qué es tanto lo que se pierde, o qué lo hace tan lejano? No creo – sinceramente – que pase porque se le tiene mucho respeto a los dueños de los inmensos fundos, propiedades de forestales, o de otro tipo. Me niego a pensar que sus dueños – que en su mayoría viven en Santiago – ejercen una presión o un control a un problema que va camino a la sin salida. Ojalá no sea ésta la estéril bajeza que ayuda a entrabarlo todo. Ojalá pronto podamos ver el fin a toda actividad violenta.

Como anécdota, hace un tiempo venía viajando en bus de Santiago a Panguipulli y el bus pasó por Temuco a eso de las 8am. Un poco más adelante mío venía una familia, (Madre, padre y dos hijos) y cuando el bus pasó por dentro de la ciudad de Temuco los cuatro se pararon de sus asientos para ver si alcanzaban – literal de sus palabras – a ver algo quemado… El verdadero combate está ahí, en la ignorancia. Dejémonos de cosas, entreguemos lo que se tenga que entregar, reconozcamos lo que se tenga que reconocer, basta de muertes de Mapuches y Chilenos, basta de quemas, de tomas y ultimátum interesados, basta de picantes oportunismos políticos, basta de la excesiva policía que en vez de dar calma provoca inseguridad y sensación de violencia permanente, sentémonos con humildad a conocer y comencemos a escuchar y entender que es perfectamente posible, si así quisiéramos,  vivir en armonía. Que cedan todas las partes, que se dialogue francamente sin ningún engaño ni eternamente, con objetivos claros y puntuales.

Eduquemos a Chile sobre la Araucanía, los medios de prensa, las autoridades, empresarios, grupos de dirigencias en su amplio espectro, todos tienen el deber de acabar primero con su ignorancia y con sus intereses. Quizás de esa manera no se naturalicen cosas absolutamente aberrantes como; Parir engrillada a una cama o lanzar ráfagas de perdigones en medio de un grupo de niños. Dignidad sobre todo para que estos niños se dediquen a tener una infancia como corresponde, alegre tranquila y feliz en familia. Paremos esta realidad, se merecen un futuro mejor, nos meremos un futuro mejor y terminemos con esta nueva forma fría del olvido. Somos personas, no seres miserables.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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