Publicidad
Lo indefendible no se defiende pero hay que ampliar la mirada en justicia Opinión

Lo indefendible no se defiende pero hay que ampliar la mirada en justicia


Hay muchas razones para hablar en contra de la Iglesia Católica. Los católicos hemos entregado abundante materia prima para estos justos embates. Se trata de acusaciones que mayoritariamente compartimos, que dicen relación con hechos deleznables. Ya no quiero hablar de dolor y vergüenza, porque el uso de estas palabras va gastando su contenido.

Cómo no condenar los abusos sexuales, de conciencia y el encubrimiento, que nos golpean cada día. Hay razones. Cómo no solidarizarse con las víctimas. Es un “desde” cristiano, un mínimo.

Por lo mismo, resulta difícil escribir pidiendo poner el tema en una dimensión más justa, desde mi punto de vista, cuando lo políticamente correcto es pedir que rueden cabezas. El riesgo es ser interpretado como un defensor de lo indefendible. Claramente, ese no es mi ánimo. Creo que los castigos son necesarios y pedagógicos.

Pero, quiero decir algo aún a riesgo de ser mal entendido, si no se lee con detenimiento. Por eso lo advierto. Me confirmé católico porque me parece el espacio más adecuado para tratar de seguir en comunidad a Cristo y la enseñanza evangélica, sin por ello desconocer las otras tradiciones religiosas. Más aún, al decir de Humberto Lagos, intelectual evangélico, también creo que las religiones tienen la responsabilidad de aportar esperanza a la sociedad. (Tal vez por lo mismo el Papa dice a cada rato “no se dejen robar la esperanza”).

Seguramente la mayor parte de las personas llegaron a su iglesia por tradición, más que por conversión. En mi caso, aprendí desde niño que se es católico no para seguir a un cura o un pastor u otro liderazgo. Lo importante es poner justamente a Cristo en el centro: ser siempre un aprendiz de cristiano. Entender, en el fondo, que Cristo está presente en cada ser humano.

Si hay algo bueno que se puede rescatar de este tiempo, es que pertenecer a la iglesia Católica ya no viste, ya no ofrece prestigio social. Eso será muy sanador para la Iglesia o lo que quede de ella. Porque muchos no resistirán este cataclismo. Pero desde ahí vamos a partir caminando de nuevo. Vamos a recomenzar. Como Ignacio de Loyola en su tiempo. Porque sabemos que la iglesia a la que muchos adherimos, es santa y pecadora como toda organización humana, aunque esté al servicio de una misión divina. Sabemos también, y es hora de hacerlo valer: la Iglesia no es su jerarquía, ni su clero, ni sus religiosos. Son ellos, pero también sus laicos.

Hubo un tiempo no lejano que era riesgoso ser católico, heroico muchas veces. Cuidar la vida y la dignidad ajena, incluso del que piensa distinto, poniendo en juego la vida propia, para el católico no es algo por lo que deba pasar la cuenta. Es simplemente fidelidad a la propia identidad. Coherencia. Hace pocos años, eso se hizo bien. Muy bien. (Algunos de quienes estuvieron del lado de los victimarios hoy sonríen mirando lo que ocurre ahora en la Iglesia).

Nada hacía presumir que frente a otras formas de cuidado de la vida y la dignidad humana, la conducta de algunos de nosotros sería tan distinta, tan incoherente.

Frente a esta situación hubo quienes de inmediato creyeron a las víctimas y dieron pasos para que nunca más se violara la dignidad de las personas y en especial de los niños. Para que se evitaran incluso algunas prácticas que antes eran consideradas muestras de afecto, para que no se interpretaran de un modo distinto.

Entre esas personas, Alejandro Goic, obispo de Rancagua. Encabezó una comisión que actuó con excelencia. Igual que antes en materia de derechos humanos o frente a los abusos laborales. Dedicó esfuerzos inmensos a defender la vida y la dignidad. Gracias a ello, por ejemplo, en todo Chile no habrá agente pastoral – cura, religioso o laico- que pueda ejercer su ministerio sin haberse certificado en prevención de abusos. Pocos lo saben. Eso no ha sido noticia. Pero es una experiencia que es observada con interés desde otras latitudes.

Pero por eso mismo duele tanto que este pastor, que lideró hasta hace poco este proceso, don Alejandro, no haya logrado ver esa cofradía secreta que se formaba a sus espaldas. Fue engañado. Fue traicionado. Y no se dio cuenta de ello. Luego de la denuncia -he escuchado a algunos de sus cercanos- inició acciones, sin encontrar más que una negativa incluso bajo juramento. ¿Cometió un error? Si, y un error grave. ¿Hay que justificarlo? No. Pero para quienes conocemos a este pastor, no podemos menos que entender que el no actuó movido por el ánimo de encubrir. Fue víctima de una traición que lo empujó al error y hoy vemos cómo acude a los tribunales para que éstos hagan lo que él no pudo. Se hace cargo de su error y busca la manera que le es posible para repararlo. No ha evadido su responsabilidad.

Cuando ocurre esto, no puedo sino recordar una anécdota: cuando monseñor Goic, junto al entonces presidente de la Conferencia Episcopal, visitó al Papa Francisco para exponer el caso Barros, la ofensa que significa para las víctimas de Karadima, el daño que ocasiona a la Iglesia en Chile y pedir revisar la situación. En esa oportunidad -no me lo contó Goic- el Papa, sabedor de las numerosas cirugías a su espalda, cuando el obispo le pidió ser relevado de su cargo por edad y por salud, le respondió: “Alejandro, tu tienes como diez clavos en la espalda, por favor acepta un clavo más…espera un par de años”. Por Dios !que clavo!

¿Qué quiero decir?, que es necesario mirar el contexto. El error de Goic es verdadero y es grave, pero al mismo tiempo es posible y bueno comprender cómo ocurre. Además, observar y valorar que está haciendo lo posible por enmendarlo. Por último, es necesario ver al pastor sobrecargado en exceso respecto de su estado de salud, al que no se le deja ir cuando es humano el legítimo descanso.

Al mismo tiempo, no puedo menos que admirarme porque, por otra parte, no pocos que nunca hicieron ni lo mínimo por defender una causa justa, que se hicieron los distraídos cuando había que cuidar la vida y la dignidad humana, hoy se erigen en paladines de la justicia y la libertad. Es cierto, los riesgos entonces eran evidentes. En algunos casos hasta la vida propia. También es cierto que siempre es bueno valorar las conversiones a las buenas causas, aunque sean tardías. Por cierto, es bueno y es justo entender que los errores son humanos, y que es moralmente de mucho valor tener la capacidad de reconocerlos y enmendarlos en todo cuanto es posible.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias