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La democracia en riesgo, o cuando la mentira es un argumento Opinión

La democracia en riesgo, o cuando la mentira es un argumento


Aristóteles escribió; “Todo aquello que estando en el poder  de cada uno no hacerlo, lo hace sin  embargo, es algo necesariamente voluntario”. La democracia descansa en la voluntad; la voluntad es libre; la democracia sólo es libre si defiende la voluntad. En otras palabras, la voluntad en cada acto individual sólo es tal –un acto voluntario- en la medida en que aquello que se realizó no fue una obligación, ya que una obligación impone y por lo tanto no existe el acto voluntario, desapareciendo la libertad “del acto”. Sólo se es libre quien puede escoger sin que su voluntad sea alterada por algo “que no es”; una mentira como argumento por ejemplo.

De lo anterior se desprende; quien no es libre en la decisión de sus actos no está “escogiendo”, volviendo ilógica cualquier explicación que argumente sus actos como voluntarios debido a la falta de libertad en sus decisiones ahí donde la mentira podía ser una elección posible. ¿Es posible garantizar una sociedad democrática ahí donde la voluntad de sus ciudadanos no es libre? Por lógica la respuesta es no, y ante el argumento de interrogar sobre “cómo la voluntad es entonces libre” su conclusión es; sólo ahí donde se es responsable del acto. La condición esencial de la elección es la deliberación, por lo que sólo puede deliberar quien es el libre de hacerlo sin alteración a su voluntad.

Según la teoría aristotélica la elección es, no sólo causa eficiente de la acción deliberativa, sino también causa formal de la responsabilidad. Por ende una acción es responsable si y sólo si es elegida. Y de ahí deriva un problema esencial con el cual nos debemos enfrentar hoy; ¿Qué sucede con la deliberación libre ahí donde es posible mentir y ser publicitadas las mentiras?, la respuesta lógica es que “no se pueden permitir las mentiras”, no sólo debido a que se minan las confianzas, sino que la introducción misma de la mentira como argumento de discurso público, más aun por parte de nuestras autoridades, violentan la libre circulación de las ideas de donde surgen las posibilidades de libre elección entre alternativas. Se altera la responsabilidad del sujeto libre al ser sus decisiones intervenidas por un determinismo de su posibilidad de elección por la imposición violenta de aquello que, objetivamente, no es.

El que miente tiene un objetivo claro, el cual es modificar la realidad,  obteniendo así de manera ilegítima determinada ventaja personal, o para un grupo, que pretenda favorecer o proteger. La democracia no puede, por antonomasia, el aceptar la mentira como discurso público sin disolverse ella misma en una restricción misma a la libertad de la voluntad de los sujetos.

Mentira y democracia no pueden convivir, son excluyentes entre sí, y no existe pensador o teórico que no haya advertido este conflicto como algo básico, obvio, y por ende que no merece más explicación que el advertir que ahí donde se permite mentir no es posible la libertad democrática. La mentira es la violencia que se impone, un argumento inexistente, una ignorancia que se puede erigir a partir de lo que no es. Se violenta la libre circulación de argumentos. Una mentira es alterar la realidad objetiva, no existe, y lógicamente invalida cualquier argumento que busque sostenerse en lo inexistente, rompiendo ahí toda posibilidad que la democracia sea una deliberación entre “libres”. La voluntad libre, base de toda democracia, no existe, y eso destruye sus mismas bases.

La circulación de las mentiras permite la ignorancia, y esta ignorancia buscará su “legitimidad argumentativa” y lamentablemente la encontrará, ahí en las mentiras que se difunden y publicitan libremente por parte de autoridades; en lo inexistente. Y esto es tan grave que no sólo implica la radicalización de los discursos de la ignorancia, sino que son, a la par, una destrucción de la democracia misma al poder fundamentar sus argumentos, y por ende llegar a acceder al poder o influir en éste, a partir de un discurso que descansa en los pilares de aquello que nunca ha sucedido.  Así una mentira sirve de base para un “argumento”; que jamás habría existido sino fuera por la mentira que lo vio nacer. La sociedad se ve no sólo alterada sino intervenida por algo que simplemente no existe, pero está ahí como un fantasma, capaz de darle coherencia a las más brutales ignorancias y posibilitando argumentos ficticios.

Aquel que decide en base a argumentos falsos no es libre, simple, el problema es que hasta ahora no he visto que se haga nada al respecto en pos de evitar probablemente una crisis democrática, producto de la falta de seriedad de nuestra autoridades de divulgar aquello que no es para posteriormente omitir cualquier tipo de responsabilidad con respecto a su impacto. Nadie es responsable de lo que se dijo ¿Quién se hace responsable de ese argumento que nacerá de lo inexistente, de aquello que simplemente no ha existido?.

Están jugando con la democracia, con la libertad, y volviendo posible la existencia de un discurso político fundado en mentiras; desde el racismo hasta la xenofobia, pasando por el integrismo religioso y grupos de tendencias fascistas o frenológicas. Hoy ellos tienen donde “apoyar” su argumento; sobre el aumento de VIH y los inmigrantes; “la mayoría viene con su enfermedad” dijo el diputado Leónidas Romero no existiendo estudio que pueda demostrarlo, incluso lo contrario; o su compañera de bancada Camila Flores, quien en una extrema alteración de la verdad declaró literalmente “países serios se están saliendo de la ONU”. Sin pudor alguno la diputada y abogada afirmaba una realidad internacional algo que nunca ha existido.

Nos encontramos ante una búsqueda de violentar la objetividad misma de la percepción que construimos de la realidad por medio de la mentira. Cada vez que escuchamos, entonces, una opinión “libre” que se apoya en una mentira como argumento, como por ejemplo en opiniones que he escuchado en el taxi o en el supermercado tales como; “debemos retirarnos de la ONU como país serio ya que ellos propician la llegada de inmigrantes con VIH”. Nos encontramos con que su génesis y fundamento ha sido posible ahí donde la mentira descontrolada e irresponsable ha permitido esa ficción argumentativa. Como dijo Isaac Asimov; «Sólo una mentira que no esté avergonzada de si misma puede tener éxito”. La “fuente” es la autoridad que ha lanzado la mentira, así la alteración de la verdad borra la vergüenza de la opinión irracional para volverla “posible” y legítima. Deja de ser la opinión ignorante sin sentido ni coherencia alguna que es preferible no “difundir” ante la vergüenza, y pasa a ser un “argumento” que se sostiene en la mentira lanzada por la autoridad, ahora convertida en “fuente”.

¿Quién se hace ahora responsable ahora de los monstruos argumentativos que se fundan en datos falsos lanzados al aire sin responsabilidad alguna? Nuestras autoridades andan por ahí mintiendo y creen que les “sale gratis”, y no lo es, literalmente están destruyendo las bases de la democracia; la libre elección entre argumentos fundados en la razón, volviendo al pensamiento fundado en mentiras como una “posibilidad de ser”, y de expandirse, mientras se perfecciona en su ficción, mentira e irracionalidad. Claro, personalmente “les sale gratis”, porque no hay responsabilidad alguna mientras están destruyendo la libertad básica de la democracia, la cual es la elección voluntaria sin la violencia de la mentira que la condiciona.  

Hay un proverbio que dice; «con una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanzas de volver». ¿Existe posibilidad de volver atrás una vez que se consolidan las mentiras como argumentos? ¿Quién se hace responsable? La autoridad que divulga una mentira, o quien recoge esa mentira para posteriormente darle coherencia a un argumento ficticio. En ambos casos hay una alteración de la libre voluntad de toda la ciudadanía, y en esas condiciones es muy difícil mantener los fundamentos de la democracia sin que degenere en otra cosa, sosteniendo la ficción en la cual se funda: una ciudadanía que valida la existencia de la mentira como argumento y se declare “libre” en su elección.

No hay libertad de la voluntad ahí donde la mentira es una posibilidad de elección, y no hay democracia posible sin que la voluntad sea libre.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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