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¡Salven a la Cancillería de los diplomáticos de carrera! Opinión

¡Salven a la Cancillería de los diplomáticos de carrera!


Recientemente se nombró al político Jorge Ulloa como embajador en Paraguay. El presidente de la Asociación de Diplomáticos de Carrera (ADICA) puso el grito en el cielo, aduciendo que la embajada debiera ser encabezada por un “diplomático de carrera”. Los argumentos esgrimidos son los mismos de siempre, cada vez que la ADICA cuestiona los nombramientos “políticos” para embajadas.

La ADICA ha logrado instaurar el argumento de que los diplomáticos de carrera son los más idóneos para servir en las embajadas y en particular para liderarlas. De tanto repetir la idea, ésta se ha convertido en una suerte de “sentido común” que nadie cuestiona. Incluso los políticos reconocen en público que así debiera ser -salvo algunas excepciones como el propio Ulloa. También pareciera haber consenso entre los académicos y expertos de las relaciones internacionales. Lo mismo vale para la opinión pública.

Sin embargo, ¿dónde están las pruebas de que un diplomático de carrera es el más idóneo? Lo que sí vemos son afirmaciones sin mucha sustentación. Por ejemplo, la comparación con los militares que tanto le gusta enarbolar la ADICA. “Imagínese que un civil liderara una misión militar…” Eso es mezclar peras con manzanas. Durante siglos y en la mayoría de los países, personas que no son diplomáticos de carrera SÍ han servido como embajadores y agregados. Ídem para Chile. Políticos, escritores, artistas, intelectuales y otros han ejercido como embajadores y agregados.

“Es que los diplomáticos de carrera son mejores”… De tanto escucharlo puede llegar a sonar plausible, pero no por eso es cierto. La historia -y el presente- nos muestra que los embajadores y agregados “políticos” en numerosas ocasiones han representado espléndidamente a nuestro país. ¿Hay algunos que lo han hecho mal y a veces, pésimo? También. Pero lo mismo vale para los diplomáticos y embajadores de carrera: Frecuentemente sirven muy bien a nuestro país. No obstante, hay varios casos en que han actuado deficientemente. En otras palabras, la categoría de diplomático de carrera no garantiza el buen desempeño en una embajada.

La ADICA acostumbra resaltar que para ingresar a la Academia Diplomática -la antesala de la carrera diplomática- hay que pasar rigurosos exámenes. Que los elegidos son bien preparados, traen postgrados, idiomas, etc. Es cierto que el proceso de selección ha mejorado, particularmente en los últimos años. Sin embargo, hay algo que no cuaja. Si son tan macanudos, ¿por qué deben estudiar dos años en la Academia Diplomática? ¿Por qué no se acorta la escolaridad o derechamente se suprime? A propósito, a la ADICA también le gustan las comparaciones con otras cancillerías -pero sólo cuando le conviene para avanzar su argumento favorito (los diplomáticos de carrera son los más idóneos). Se le olvida mencionar que hay numerosos países con cancillerías respetadas (incluidos de la OCDE) que no cuentan con academia diplomática.

Es posible que en los últimos años hayan ingresado aspirantes con manejo de idiomas y ojalá así sea. Empero, tradicionalmente -y hasta el presente- los idiomas han sido la gran falencia de los diplomáticos de carrera chilenos. El lema de la Academia Diplomática es “Pro Chile Loquor” – “Yo hablo por Chile”. Me pregunto, ¿cómo “hablan” los diplomáticos de carrera cuando están destinados en países de habla inglesa, francesa o alemana y no dominan el idioma local? Por ejemplo, hay embajadores de carrera que derechamente pronuncian sus discursos en español ante audiencias germanófonas o francófonas. ¿Por qué no en inglés, al menos? Pues, tampoco lo hablan. ¿Y por qué los diplomáticos de carrera subalternos no preparan los discursos? Bueno, es que una cosa es hablar y otra, escribir -sin errores, se entiende. ¿Y qué aprendieron durante los dos años en la Academia Diplomática? Idiomas: no.

En todo caso, hay que reconocer la habilidad de la ADICA para instalar esa especie de paradigma de que los diplomáticos de carrera son los más idóneos. Progresivamente se han ido reduciendo los nombramientos políticos e incluso han logrado que en los últimos años los Subsecretarios de Relaciones Exteriores sean diplomáticos de carrera. La ADICA quiere lograr una Cancillería de diplomáticos 100% de carrera. Nuevamente, suena plausible, pero no lo es; no sólo por las razones mencionadas más arriba.

Los cargos de ministros y subsecretarios tradicionalmente han sido políticos y así lo siguen siendo para los demás ministerios. No hay ningún argumento sólido de por qué debiera ser distinto para la Cancillería, salvo por que la ADICA así lo dice. Existe la prerrogativa presidencial para nombrar embajadores y agregados que no sean diplomáticos de carrera. Es bueno que así sea; más allá de que pueda haber nombramientos cuestionables, pues lo mismo es aplicable a los diplomáticos de carrera.

¿Por qué es positivo? Pues, por que es necesaria la diversidad y especialmente la fiscalización externa. Si dejamos a los diplomáticos de carrera a su suerte, la situación sólo puede empeorar. Como en todas las instituciones cerradas sin mayor control externo, la Cancillería se presta a muchos abusos y disfuncionalidades.

En primer lugar, existe un escalafón que clasifica a los diplomáticos de carrera desde el primero al último. Eso crea mucha ansiedad y constante preocupación. Cada año se efectúan las calificaciones y el respectivo funcionario puede subir o bajar en el escalafón. Ese sólo hecho atenta significativamente contra la calidad del servicio diplomático. El diplomático de carrera piensa primero en ser promovido o no castigado que en realizar un trabajo óptimo. Para complicar las cosas, las calificaciones son todo menos transparentes. Los diplomáticos de carrera están a la merced de su jefe directo (embajador o director). La mayoría de las veces, la calificación se reduce a “me cae bien, no me cae bien”. Por supuesto, todo disfrazado con adjetivos “profesionales”.

¿Cómo lidiar con esa realidad? Pues chupando medias hacia arriba, pegando codazos hacia los lados y patadas hacia abajo. En ese sálvese quién pueda, se pierde en calidad del servicio diplomático. No te conviene estar solo, por que eres presa fácil. Entonces, cruza los dedos por conseguirte un “padrino” -pez gordo se entiende. Lo otro son las alianzas, ser parte de una “cofradía”. Durante la dictadura se beneficiaban los acólitos del régimen. Luego se beneficiaron los cercanos a la Concertación. Apostaron por el buen caballo y la racha les duró harto, hasta que ganó Piñera (primera presidencia). Ahí fue el turno de los derechistas. Entremedio, ambos bandos se dieron cuenta de que podían profitar de la alternancia. “Yo no te perjudico y tú tampoco me perjudicas.” ¿Y qué hay de los otros? Existen distintos grupos, léase mujeres, gays, futboleros, “amigos”, etc.

Sin duda lo que trae muchos réditos es casarse entre diplomáticos de carrera. Hasta hace unos años atrás estaba prohibido casarse entre diplomáticos y había razones para ello. Desde que se autorizó, se han disparado los matrimonios. ¿Es por amor? Pueden creer que creen que así es. Toca la casualidad de que significa doble sueldo y dobles beneficios. Además, hay que liberarles lugares en las misiones diplomáticas para que tengan cabida ambos. No porque sean los más idóneos para el cargo. Ello, en desmedro de los demás funcionarios. Peor aun, tienen mucho poder -dos por uno- y afectan el ambiente de trabajo. Resulta paradójico que no se permitan parentescos consanguíneos por el consabido conflicto de intereses. Estar casados no es menos nefasto.

¿Son los diplomáticos de carrera más idóneos que los diplomáticos “políticos”?

No nos queda más que parafrasear a Unamuno: “Lo que natura non da, academia non presta.”

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.

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