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Propuesta de Nueva Constitución
La epopeya de Chile LA CRÓNICA CONSTITUYENTE

La epopeya de Chile

Patricio Fernández
Por : Patricio Fernández Periodista y escritor. Ex Convencional Constituyente por el Distrito 11.
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No hay que ser vidente para darse cuenta de que la Convención atraviesa momentos difíciles. Llevando agua a su molino, hay los que ya hablan de un Plan B, dando por fracasado este proceso constituyente. Habilosa invitación para quienes desean que se desmorone, porque no hay mejor estrategia para desanimar que dar por terminado. Pero los capítulos determinantes de esta historia tan difícil como extraordinaria, tan compleja como admirable, tan democrática como ardua de encauzar, recién comienzan…


Acerca de lo sucedido esta semana en la Convención, quisiera contar mucho más de lo que contaré, pero dentro de pocos minutos debo conectarme nuevamente a un zoom, esta vez del Colectivo Socialista, para acordar cómo votaremos a partir del martes, en el pleno, las primeras normas propuestas por las comisiones de Sistema de Justicia y Forma de Estado. Entonces, por primera vez, la Convención en su conjunto se pronunciará sobre iniciativas que, de conseguir los 2/3, pasarán a formar parte de la nueva Constitución.

Los días transcurren sin pausa. Entre las deliberaciones y votaciones en general al interior de las comisiones, las reuniones de coordinación entre los distintos grupos para convenir las normas en torno a las cuales concentrar las indicaciones y el estudio de dichas normas, constituyentes y asesores apenas tienen tiempo para dormir. El miércoles terminamos a eso de las 3 a. m. del día siguiente, a las 8 a. m. recibí a una organización que pidió entrevista por Ley del Lobby y a las 10 a. m. de ese jueves comenzamos a votar en la Comisión de Derechos Fundamentales. Esa jornada de votaciones se prolongó hasta las 22 p. m. y, el viernes hubiera durado hasta muchísimo más tarde todavía si en el chat de la oposición nos hubiéramos empeñado en seguir dejando fuera de nuestros acuerdos a los miembros del Apruebo.

Desde el día mismo de la instalación de la Convención —a partir de conversaciones y desencuentros previos, a decir verdad- los socialistas procuraron independizarse de sus antiguos socios concertacionistas. Solos sumaban más del doble que todo el resto de sus excompañeros de ruta y, es de suponer (yo aún no formaba parte del Colectivo), calcularon que les sería más fácil incorporarse al diálogo del resto de la izquierda alejándose de ellos. Los convencionales socialistas formaban parte de una nueva camada, mientras que varios de los del Apruebo eran rostros conocidos y hasta emblemáticos del ciclo político que terminaba de quedar atrás. Aunque compartieran muchas aproximaciones, al apartarlos evidenciaban su voluntad de construir nuevas complicidades. Algo parecido hicieron los No Neutrales, donde había varios que, proviniendo de la misma matriz, ahora también apostaban por dejar en las espaldas ese pasado común.

En esos primeros tiempos de la Convención, las ansias de fijar identidades primaron por sobre la búsqueda de los acuerdos. Se estaba redibujando el mapa político y sus contornos. Dejar en claro aquello que no se era resultaba más relevante que fijar los puntos de encuentro. De este modo, los siete miembros del Apruebo quedaron arrinconados entre una derecha que los invitaba y una izquierda con la que varios de ellos querían construir en conjunto, matizándola, que los repelía.

Ese tiempo de la lucha por la propia identidad, sin embargo, llegó a su fin. Hoy sabemos que nada llegará a puerto si no concita el apoyo de los 2/3. Aquellos que se hayan comprometidos con el éxito del proceso por sobre cualquier particularismo, sabemos que la tarea consiste en hacer confluir la mayor cantidad de voluntades posibles detrás de normas que resuman, con la mayor calidad técnica posible, aquellas promesas democratizantes que un 80% de los chilenos nos pidió construir en conjunto: una constitución en la que nadie sobre, con miras a un futuro sustentable y con paz social.

[cita tipo=»destaque»]En nuestras reuniones para definir normas e indicaciones, una vez establecidos los contenidos ineludibles, está primando la voluntad de elegir la norma más precisa y mejor hecha, por sobre la propia.[/cita]

Como un modo de ejercer presión para que los incorporáramos —cosa justa y necesaria desde hacía rato y no corregida por simples descuidos y torpezas— Felipe Harboe pidió votación separada para prácticamente todas las normas que debíamos decidir ese día. De este modo, lo que podía resolverse en 246 votaciones amenazó con requerir 652. Al cabo de algunas horas, todos los miembros de los grupos de oposición apoyamos la idea de incorporar a los del Apruebo a nuestras reuniones y, tras un compromiso asumido por el vicepresidente Gaspar Domínguez, también miembro de nuestra comisión, Harboe retiró su petición a la mesa. Para algunos se trató de una extorsión indignante, mientras que otros sonreían reconociendo en su movida otra pincelada ruda del “arte de la política”.

Podríamos haber terminado de votar el viernes al mediodía, de no ser porque la convencional Cantuarias volvió a pedir la votación por separado de normas destinadas a morir en su conjunto, esta vez con la simple intención de obstruir y joder la pita, porque no hay absolutamente nada que pueda conseguir con su gesto, más allá de eternizar nuestro quehacer, supongo que con miras a tensionar e impedir el cumplimiento de los plazos acordados.

En la comisión de Derechos Fundamentales, en todo caso, el trabajo, aunque agobiante, avanza bien. Somos, por lejos, la comisión con más normas por sancionar. El tono de nuestras conversaciones es respetuoso y crecientemente cómplice. Buena parte de sus miembros ha llegado a la convicción de que es mejor trabajar en conjunto y tender puentes lo más amplios posibles. En nuestras reuniones para definir normas e indicaciones, una vez establecidos los contenidos ineludibles, está primando la voluntad de elegir la norma más precisa y mejor hecha, por sobre la propia. Sabemos que en otras no está sucediendo lo mismo, pero en nuestra comisión, que debía ser una de las más bravas y confrontacionales, hemos conseguido acrecentar las confianzas. Los distintos grupos políticos se han ido permeando y por momentos vivimos al menos la ilusión de que sus miembros actuamos más allá de ellos. Que una buena idea lo es sin importar de dónde venga, y lo mismo una buena redacción, un método de trabajo o una fórmula para solucionar conflictos.

El día jueves, por ejemplo, acordamos entre diversos colectivos y miembros de los escaños reservados generar un camino conjunto para proponer una norma de propiedad indígena y otra que señala una estrategia posible para viabilizarla en el tiempo. Las concordamos a sabiendas de que tal como están no satisfacen a las mayorías que necesitamos, pero sus autores y quienes las apoyamos nos comprometimos a ajustarlas en conjunto. Adolfo Millabur dijo en el pleno de la Cámara de Diputados que de eso se trataba, de escucharnos y sacar adelante una respuesta atenta a todas las partes, a sabiendas de que no podíamos seguir ignorando este problema de fondo. Con Isabella Mamani y Tiare Aguilera nos whatsappeamos contentos de la complicidad construida.

Todavía falta lo más difícil. No hay que ser vidente para darse cuenta de que la Convención atraviesa momentos álgidos. Llevando agua a su molino, hay los que ya hablan de un Plan B, dando por fracasado este proceso constituyente.Habilosa invitación para quienes desean que se desmorone, porque no hay mejor estrategia para desanimar que dar por terminado. Pero los capítulos determinantes de esta historia tan difícil como extraordinaria, tan compleja como admirable, tan democrática como ardua de encausar, recién comienzan. Se necesitarán fuerzas, y no sobran. Algo tiene de epopeya: se trata de la lucha por una mejor convivencia. Y como toda epopeya, está plagada de tormentas, monstruos y peligros que ponen a prueba el cuerpo y el alma del héroe; que en este caso se llama Chile.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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