Leyendo el diario inglés The Telegraph, aparece la imagen de lo que sucedería a nuestro planeta con un evento nuclear a gran escala: “Suficiente humo y hollín en la atmósfera produciendo un ‘invierno nuclear’ en el que la luz del sol sería parcialmente bloqueada durante años”, afirma Paul Ingram, investigador del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial de la Universidad de Cambridge.
Este escenario implicaría “pérdidas generalizadas de cosechas, lo que exacerbaría la difícil situación de los sobrevivientes irradiados de la guerra”, y un cambio de hábitos alimenticios en la ciudadanía debido al bajo índice de luz solar: migración hacia los insectos, “porque son una gran fuente de proteínas y más resistentes a la radiación, así como a algas marinas, papas, canola y remolacha, que generalmente se cultivan en ambientes con poca luz y probablemente serían viables en un invierno nuclear”.
Esta es la imagen del futuro, latente y posible, gracias a la tecnología nuclear. Una de las tantas tecnologías impuestas de forma jerárquica y patriarcal, establecidas como «normales» o aceptables, con decisiones tomadas de arriba hacia abajo, y que gozan de grandes subvenciones estatales (es decir, de nuestros impuestos), a pesar de contar con una importante oposición, polémica, debate público y de ser cuestionadas, como dice la erudita inglesa Anne Baring, como “una locura”. Pues tenemos que empezar a nombrar las cosas por su nombre: el uso de energía y armamento nuclear es “una locura humana”.
Una forma de contribuir a la deconstrucción de nuestra cultura patriarcal, que se sostiene en el desarrollo armamentista, la exacerbación de la cultura tecnológico-industrial, la jerarquización, el control y la polarización, es dejar de participar de narrativas, grupos y comunicaciones que fortalecen los estereotipos y bandos (cultura de la Guerra Fría) y rechazar toda clase de adoctrinamiento político, científico o de trincheras.
Desde esta perspectiva, podemos, por ejemplo, en lugar de apuntar con el dedo al único culpable de la crisis en Ucrania, observar nuestros puntos ciegos que nutren esta crisis. Pues, literalmente, somos todos responsables de sostener la industria armamentista. Cada uno de nosotros trabaja para, o vota por, organizaciones que la apoyan. Pues, muchas veces, individualmente o como nación, tenemos invertidos nuestros ahorros, fondos y pensiones en la industria de las armas, de la misma manera que sostenemos la industria del petróleo y de los combustibles fósiles, nuestras “dos locuras normalizadas”, a pesar de conocer su impacto.
Somos nosotros también quienes, año a año, hemos ido fortaleciendo con nuestras inversiones, propaganda y actitud fanática, casi religiosa, todo tipo de avances tecnológicos sin ponerles límites y sin procesos consultivos a la comunidad. Colaborando con un proceso de conquista cultural tecnológica avasalladora a la que es prácticamente imposible oponerse, y cuyo impacto en la salud mental de las personas debe considerarse.
Estas tecnologías no son solo plataformas, inventos o aplicaciones magníficas para salvar vidas y facilitarnos procesos y relaciones. Implican también armamento altamente sofisticado, armas biológicas y espaciales, manipulación genética, deterioro genómico, riesgos biológicos, radiación nuclear, contaminación electromagnética, etc. Muchas de ellas con contundente evidencia del daño a la salud de las personas y de los ecosistemas, pero igualmente desarrolladas sin procesos democráticos consultivos. Locuras que aceptamos como “normales” y parte de los “avances” de nuestra cultura científico-tecnológica-patriarcal que se ha convertido en dogma.
Es fundamental iniciar en nuestro país un debate serio en bioética, soberanía de las personas y ética del cuidado en relación con los riesgos y regulación necesaria a la ola de emprendimientos científico-tecnológicos dominante. ¿Queremos todos ir hacia allá?, ¿podemos elegir participar o no de estos?, ¿es nuestro derecho ser consultados? Somos muchos los que nos cuestionamos esto, y deseamos participar en la toma de decisiones sobre cómo cuidarnos de este tsunami científico-tecnológico-industrial.
Nunca antes en la historia de la humanidad habíamos tenido una salud mental tan deteriorada, e índices de depresión, estrés, angustia, sufrimiento y suicidio tan altos. Esta es la sombra de varios de nuestros supuestos “grandes avances”. Todo esto debe plantearse con fuerza y debatirse.