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¿Por qué ha defraudado la Convención? Opinión

¿Por qué ha defraudado la Convención?


Cuando el 80% del electorado apoyó la redacción de una nueva constitución a través de una Convención Constituyente, nadie se habría atrevido apostar que, a cuatro meses del plebiscito de salida, la población le estaría dando la espalda. Es cierto que muchas de las normas aprobadas generan reticencia en la ciudadanía. Sin embargo, ha habido otros factores que han dañado tanto o más a la convención que lo que ha quedado en el papel.

El primer daño que se le hizo vino desde la campaña del apruebo. Muchos de quienes se inclinaban por esta opción ofrecieron a la ciudadanía una instancia utópica, una asamblea a través de la cual los convencionales discutirían la mejor manera de solucionar los problemas que aquejan a la población. Un organismo auténticamente representativo que llevaría la voz del ciudadano común como su único mandato. Al poco tiempo esa utopía se desvaneció. Quienes entraron a la convención eran personas comunes y corrientes que, a veces pueden actuar bien, y otras veces mal. El error principal estuvo en hacer creer a las personas que quienes integrarían la convención serían sujetos esencialmente virtuosos. Ahí una primera decepción.

El segundo perjuicio a la convención vino desde los mismos convencionales. Y es que no solo importa el fondo, sino que también las formas, pues estas contribuyen a orientar las voluntades. En una sala de clases —por ejemplo— no solo es fundamental el contenido que entregan los docentes, sino que también la distribución de la sala, la que se supone está pensada para facilitar el aprendizaje.  Esto nunca parece haber sido tomado en cuenta por los miembros de la convención, quienes aplaudían y fomentaban los bailes con corpóreos, los cantos con insultos y un montón de parafernalia innecesaria en un organismo que debe redactar una constitución, nada más y nada menos que la ley suprema de una nación. Es lógico que, al presenciar esto, buena parte de la ciudadanía haya comenzado a tomar distancia del trabajo que allí se realizaba. Ahí una segunda decepción.

El tercer agravio también procedió de los convencionales y es más reciente. Muchos de quienes integran el órgano han insistido en la importancia que deben tener las tradiciones de los pueblos originarios. Sin embargo, no dudaron ni un segundo en dinamitar el Senado, una institución tradicional de la República de Chile, que se constituyó durante la patria vieja y simbolizó nada más y nada menos que la rebeldía contra el yugo de la corona. La incoherencia. Ahí una tercera decepción.

Muchas personas que votaron apruebo están pensando de manera seria en votar rechazo. Razones  —buenas razones— tienen de sobra. La convención ha sido, en muy buena medida, una larga lista de decepciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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