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La biología del buen trato Opinión

La biología del buen trato

Raúl Ojeda Navarro
Por : Raúl Ojeda Navarro Profesor hospitalario.
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Si aceptamos la idea de que la convivencia escolar se define como: “la construcción de un modo de relación entre las personas de una comunidad escolar” entenderemos entonces que la calidad de la convivencia que se construya dependerá de la acción de cada una de las personas que allí interactúan y reflejará el esfuerzo que cada uno ponga en su construcción. Si tomamos en consideración que las condiciones de vida actual con su individualismo, ánimo de competencia y exitismo favorecen la aparición de conflictos y problemas y a esto le sumamos una pandemia aun en curso comprenderemos que no existirá al interior de nuestras escuelas una convivencia exenta de conflictos o problemas y que la existencia de diferencias o desacuerdos se incrementarán bajo las condiciones actuales de vida. Nuestras escuelas deben por tanto no solo comprender lo anterior sino también promover acciones que tengan como objetivo que los niños, niñas y adolescentes puedan lograr un aprendizaje positivo de cada una de las experiencias que bajo estas condiciones enfrenten en su vida escolar; esto es especialmente importante frente a acciones en las que se transgreden las normas para una buena convivencia.

Dadas las condiciones descritas es de primordial importancia comprender que somos todos quienes formamos parte de esta especial comunidad, estudiantes, profesores, directivos, padres, madres y tutores en conjunto con otros profesionales que trabajan en la escuela, corresponsables de esa construcción comunitaria denominada convivencia escolar y que como en toda comunidad donde existan niños, niñas y adolescentes son los adultos los responsables de “gestionar dicha convivencia” es decir, instalar en el establecimiento las capacidades necesarias para generar un clima de buen trato, entendido como “la idea que la capacidad de tratar bien a las crías es una capacidad inherente a las posibilidades biológicas de los seres humanos”, (Barudy, 2011)* el buen trato entendido de esta manera no es algo que se encuadre en reglamentos, documentos o decálogos, que es lo que usualmente vemos en las paredes de nuestras salas y que responde a la urgencia del momento actual, ni tampoco es solo una forma de tratar de solucionar los conflictos de manera pacífica o mediada por los adultos, ni mucho menos se trata de repetir fórmulas como “borrón y cuenta nueva” y ofrecer  o pedir disculpas frente a las agresiones de manera obligada, se trata de organizar  espacios que promuevan relaciones “bien tratantes”, espacios que se ocupen de “cuidar de los niños y niñas ofreciéndoles contextos de buenos tratos” lo que de acuerdo a Barudy “es un fenómeno posible y al alcance de cualquier comunidad humana”.

Hace ya demasiado tiempo que venimos escuchando el discurso que la familia es la “comunidad humana” responsable por la actuación de niños, niñas y adolescentes en la “comunidad escuela”, como si bastase tener una familia para no cometer errores ni transgredir normas. Si hay una comunidad humana que ha sufrido con el modelo de producción y los estilos de vida modernos es la familia, en los sectores más acomodados de nuestra sociedad, especialmente en grandes ciudades la presencia de adultos responsables en casa ha ido desapareciendo al mismo ritmo que aparecen nuevas tecnologías y equipos computacionales que les sustituyen en cuanto compañía pero no en cuanto a los afectos; por otra parte, las inmensas complejidades y desafíos de este siglo han dejado a las familias de más bajos recursos al desamparo; niños y niñas de sectores populares pasan gran parte del tiempo solos en casa mientras padres y madres deben viajar horas y cruzar la inmensa ciudad para llegar a sus lugares de trabajo, las escuelas precarizadas en infraestructura, con falta de planificación adecuada a la realidad y profesionales con formación deficiente en temas de abordaje de las complejidades de la vida infantil y juvenil en el siglo XXI, más una pandemia que terminó trastocándolo todo vienen a construir una tormenta perfecta a la que hoy  le añadimos desde la “comunidad escuela” el peso de la culpa.

Si asumimos que así como la “comunidad familia” todas las comunidades humanas, incluidas nuestras escuelas, tienen la potencialidad de buen trato y son los adultos los responsables de gestionar estos espacios, es de primera importancia definir el rol que le compete a las escuelas en el cumplimiento de esta potencialidad; una posibilidad es instalar el concepto de “parentalidad social” como idea fuerza central que defina el rol de las escuelas y alojar la gestión y operacionalización de esta idea central tanto  en los equipos directivos como en los profesionales encargados de la convivencia escolar, la función de parentalidad social de las escuelas sería entonces complementaria a aquella que los padres, madres o cuidadores cumplen al  “cuidar, proteger y educar a sus hijos, asegurándoles un desarrollo suficientemente sano”; vista la convivencia escolar a través de este prisma significará que la escuela debe transformarse en el espacio virtuoso que potencie y reafirme las conductas de cariño y coherencia afectiva que muchos niños, niñas y adolescentes reciben en sus casas y a la vez ayude, sane y acoja a aquellos otros niños, niñas y adolescentes que producto de distintas circunstancias sufren abandono parental, deprivación afectiva, acoso de los medios de comunicación a través de la toxicidad de mensajes publicitarios que llaman a consumir productos de moda o de mensajes difundidos por influencers que inducen a consumir drogas como forma de  afrontar un mundo lejos de toda autoridad. Esta realidad atraviesa nuestra sociedad y todas nuestras escuelas cualquiera sea su dependencia.

No entender lo anterior nos llevará a caer en la improvisación, la indolencia, la permisividad o el autoritarismo, modelos de interacción que no generarán una buena convivencia escolar ya que ésta no estará sustentada en el respeto mutuo o en la solidaridad recíproca, no propenderá a establecer una relación armoniosa y sin violencia entre los diferentes actores, ni dará los espacios para disentir ni para llegar a acuerdos cuando los miembros de la comunidad se vean enfrentados a problemas o conflictos.

Jorge Barudy, neuropsiquiatra, psiquiatra y psicoterapeuta chileno autor y coautor de numerosos artículos acerca de maltrato y protección de la infancia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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