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No es superioridad moral, sino ética Opinión

No es superioridad moral, sino ética

Roberto Pizarro Contreras
Por : Roberto Pizarro Contreras Ingeniero civil industrial y doctor (c) en Filosofía USTC (Hefei, China).
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No es, como dijeran algunos con afectación, con una mano en el corazón y el rostro compungido, que el ministro se ha arrogado una superioridad moral, pues esto sería precipitado de su parte, en circunstancias de que el acto solo podría tener lugar y con mucha dificultad una vez transcurrido este gobierno o los que puedan catapultarse sobre su obra. Lo de Jackson, en fin, es pura y simplemente el reconocimiento ético del propio set de valores que tutela el presente ejercicio del poder ejecutivo de la república, que sin ser expuesto del modo taxativo en que se hizo, carecería de honestidad a la vez que sería anacrónico, porque nadie puede negar que este gobierno es, al menos en su juventud (un mérito envidiable), distinto a los anteriores.


Los cuestionados dichos del ministro Jackson constituyen una buena oportunidad para distinguir tres conceptos diferentes (me refiero a los de moral, ética y moralina), los cuales, aunque distintos, forman parte de una misma urdimbre (la de la esfera de los valores que asignamos a las cosas, o bien, “axiología”, como diría un técnico o especialista de la filosofía curtido en esta forma de representarnos o entender la cuestión).

Dichos términos son de suma relevancia, porque no solo apelan a nuestras convicciones más íntimas (lo que agrega valor a nuestras vidas; lo valórico), sino también permiten confrontarlas a las de los demás de manera más o menos productiva, dependiendo de cómo los usemos, aun cuando lo hagamos ignorando el nombre que tienen.

Recordemos que Jackson sostuvo −en un tono que, si se revisa la grabación, no rezumaba arrogancia en absoluto, sino bastante parsimonia y sin adjetivos −que la escala de valores del movimiento político y gubernamental del que forma parte dista de la de aquel que le precede, así como de la de toda la generación anterior a este.

[cita tipo=»destaque»]Se acude a la moralina, a fin de cuentas, cuando no hay verdadero sustento o realidad moral para hacer mella en el enemigo.[/cita]

Poniéndolo en contexto, se puede señalar que la autoridad posee una formación como ingeniero civil industrial, que no está próxima a las humanidades ni nada que se le parezca, sino más bien orientada desde un punto de vista bastante tecnocientífico a la gestión de las organizaciones, esto es, a la maximización o minimización del valor que construyen ellas a través de procesos estructurados sobre un modelo o estándar de operación que ordena de una forma determinada a las personas y recursos tecnológicos. Esto se puede constatar consultando a cualquiera de los profesionales que hemos estudiado y ejercemos esta carrera, o bien, mirando la malla curricular de cualquiera universidad que la dicte. Con todo, posiblemente por su aproximación humanista como dirigente estudiantil y diputado, el secretario de Estado es capaz de ser consciente del cambio que encarna y, por lo tanto, de aquello que lo distancia en términos valóricos de sus ascendientes. No es sino el lenguaje llano y la falta de profundidad en relación al punto lo que lo pone en una situación de cuestionamiento o como blanco de las críticas de sus opositores e incluso de aquellos aliados con los que su relación podría hallarse más o menos resentida.

En seguida, hay que salvar que son pocos los que hacen el distingo entre las nociones que se introdujeron al comienzo y que, por lo general, se habla de moral y ética como una y la misma cosa, y que el hacer esto allana el camino a los maquiavelismos políticos encarnados en una moralina. Para explicarlo en simple −y hay que hacerlo de este modo en una era digital donde la brevedad es un valor u oportunidad fundamental para la comunicación −, digamos que:

  • En primer lugar, la moral constituye un conjunto de valores que determinan nuestra disposición a la acción. Todos somos seres morales y ostentamos y defendemos valores por los cuales regentamos nuestra existencia, muchos de ellos compartidos con el resto de la población (y por ello es que se puede hablar sin empachos de “moral de un país” o “moral de una época o generación”).
  • La ética, por su parte, abarca el proceso reflexivo que recae sobre esos valores o moral. La tradición filosófica fue la que se encargó de poner el acento procedural o el dinamismo en este término, que acabó por diferenciarlo de la moral, la cual queda entonces relegada como un conjunto, sistema o tramazón más o menos estable o estático de valores. La ética −también llamada con orgullo “filosofía de la moral” −, se convierte así más en una disciplina académica que en una posibilidad consabida y popular de reflexión de nuestros valores. Como sea, hace falta recordar, con independencia de que unos hablen de moral y/o ética, que los valores propios y de los demás son siempre susceptibles de consideración y revisión −y no solo por parte de un equipo de especialistas −, salvo que seamos dogmáticos y algunas cosas no admitan variaciones para nosotros.
  • La moralina, por último, es una falsa moral que aparece (muchas veces con deliberado escándalo) como la defensa de unos valores que encubren otros, como sería el caso de quienes podrían acusar a una autoridad de no comportarse a la altura de su cargo, cuando lo cierto es que intentan sacar partido de esta acusación, no para enrumbar al sujeto en cuestión en su conducta, sino para expulsarlo del sistema o encaminar las cosas en esta dirección. Porque lo cierto es que, si la autoridad fuese de las filas del denunciante, en ese contexto no habría sustentado la moralina que en el otro sí le convenía. Se acude a la moralina, a fin de cuentas, cuando no hay verdadero sustento o realidad moral para hacer mella en el enemigo.

Por consiguiente, la aseveración del ministro Jackson, sobre todo después de sus excusas públicas, puede ser asimilada a una distinción entre dos tipos de moral (o “escalas de valores”, por ponerlo en sus palabras), que pueden o no tener elementos en común, pero que en todo caso se distancian de forma que un movimiento político y gubernamental puede diferenciarse claramente de otro, sin por esto ser alguno de ellos superior, porque ambos responden a historias de suyo distintas. Dicho de otra manera, esa conciencia de la distancia y el ejercicio mismo de reconocer que unos valores responden a un tiempo t y otros a uno t+1, como diría un ingeniero en clave matemática, hace de la aseveración del ministro una ética o filosofía de las morales gubernamentales que han edificado y edifican la grandeza −y en ciertos períodos oscuros de la historia, dependiendo de dónde nos paremos, también las desgracias −de este país.

No es, como dijeran algunos con afectación, con una mano en el corazón y el rostro compungido, que el ministro se ha arrogado una superioridad moral, pues esto sería precipitado de su parte, en circunstancias de que el acto solo podría tener lugar y con mucha dificultad una vez transcurrido este gobierno o los que puedan catapultarse sobre su obra. Lo de Jackson, en fin, es pura y simplemente el reconocimiento ético del propio set de valores que tutela el presente ejercicio del poder ejecutivo de la república, que sin ser expuesto del modo taxativo en que se hizo, carecería de honestidad a la vez que sería anacrónico, porque nadie puede negar que este gobierno es, al menos en su juventud (un mérito envidiable), distinto a los anteriores.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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