Señor Director:
La realidad en Chile, hoy, hace que me cuestione constantemente acerca de cómo queremos construir sociedad. Todos se llenan de discursos criticando lo que se hace y lo que no, visualizando qué es lo mejor para el futuro, cómo podemos construir una sociedad mejor, cuál es la forma de llegar a esa tan anhelada sociedad perfecta. ¿Existe? No lo sé, probablemente sea una utopía que tendremos siempre en mente. Pero ¿de qué forma nos acercaremos a esa sociedad que soñamos? ¿Cómo lograr conciliar tantos puntos de vista, tan diversos? Paro en este punto, por que creo que nadie ha tomado la diversidad como algo que nos favorece. Si nuestra realidad soñada es que todos pensemos igual, eso si sería una utopía, lo que yo creo es que hay que soñar una realidad diversa, donde esos puntos de vista sean considerados como válidos, donde cuestionar al otro sea una forma de mejora. Creo que una de las grandes respuestas a esas interrogantes es la calidad de la educación inicial.
La calidad tiene tantas aristas que es difícil abarcar todas. Hay que comenzar centrándose en lo primero, niños y niñas de hoy. Ellos y ellas son el futuro, a través de ellos construiremos una sociedad mejor, lograremos hacer cambios, formaremos ciudadanos participes de su cultura, quienes se cuestionaran constantemente acerca de lo que hacen y cómo poder mejorarlo, pero ¿cómo lograrlo? Creo que hay que tener como base que la educación es un derecho, por lo que la comunidad debe hacerse cargo de esto. Ser capaz de llegar a cada niño y niña, pero también de poder brindarles las mejores oportunidades de aprendizaje y apertura al mundo. Y es aquí donde entra el rol de los educadores. Deben ser considerados por ellos mismos, y por la sociedad, como compañeros de viaje de cada niño y niña que se presenta en su camino. Políticas publicas que intenten mejorar los materiales, infraestructura, rediseñar programas, revisar textos, subir sueldos, no valdrá nada si se deja de lado el corazón humano presente en cada adulto. Un educador debe ser capaz de involucrar el alma en el trabajo que hace, asombrarse con los niños y niñas, cuestionarse, ser investigador de teorías, pero también de realidades. Un educador que investiga, que diseña espacios y encuentros cotidianos donde niños y niñas puedan potenciar todas sus habilidades, será un educador inteligente, porque estará dando paso a que las múltiples inteligencias de niños y niñas sean desplegadas en su máximo esplendor. Entre los cero y seis años, la sensibilidad es mucho mayor, los sentidos están alertas, la creatividad no tiene limites y los detalles más mínimos se transforman en asombro, y, por ende, conocimiento. Aquí es donde educadores y educadoras deben centrar su esfuerzo. En investigar permanentemente qué espacio, momento y situación permitirá que los niños y niñas sigan expandiendo su sensibilidad sensorial, cognitiva y emocional.
Por esto, una de las respuestas de cómo cambiar la sociedad, es mejorando la educación inicial. Si desde que somos pequeños nos formamos con una base sensible, con apertura a que todos nuestros lenguajes son válidos, a considerar el punto de vista del otro como un aporte, a conocer el mundo hasta en sus más mínimos detalles, así, y solo así, lograremos ser adultos responsables y conscientes de los problemas que nos acontecen. Soñemos con un mejor futuro, proyectemos el imposible en los niños y niñas de hoy.
Francisca Merino Bustos
Educadora de Párvulos UC