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“Esta sí que es fiesta, mi alma” Opinión

“Esta sí que es fiesta, mi alma”

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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Chile parece haber llegado a un punto de su desarrollo económico, político, social y cultural que, apoyado en la más transparente, informada y empoderada sociedad del conocimiento que emerge como consecuencia de nuevas tecnologías que nos han transformado a todos en medios de comunicación interactivos, nos trasladará, más temprano que tarde, a un ciclo de grandes y molestas discusiones ideológicas, políticas y de intereses, porque, si bien hemos conseguido –al menos– tener cierta idea país relativamente convergente en los titulares, los detalles y respectivos métodos para alcanzar esas metas generales serán el centro de nuestras próximas polémicas.


Un “ontológico” chiste cuenta que un buen hombre que había llegado con merecimiento al paraíso, tras haber vivido allí en paz, armonía y la belleza propia del lugar por más de cinco millones de años –pues su premio supone eternidad–, preguntó a Dios si había algún otro lugar al que pudiera desplazarse, habida consideración del suficiente y feliz tiempo sin cambios que había experimentado. Dios le respondió que sí, pero que aquel lugar era nada menos que el infierno. Desde luego, el santo hombre rechazó la idea por otros cinco millones de años, aunque, transcurrido aquel tiempo de permanente quietud y felicidad, volvió a consultar con Dios, recibiendo idéntica respuesta que la primera vez. El hombre repitió la consulta por tercera vez, tras haber gozado otros cinco millones de años de la perfección, aunque, en aquella oportunidad, tras breves momentos de cavilación, manifestó su deseo de visitar el infierno, ante lo cual el Creador abrió una compuerta por la que el justo hombre cayó hasta terminar su viaje en un enorme caldero de aceite hirviendo, del cual fue sacado violentamente por un demonio que lo cogió, clavándole un tridente en sus posaderas y causándole un fuerte dolor que lo hizo exclamar: “¡Esta sí que es fiesta, mi alma!”.

El dislocado cuento viene a propósito de una reciente columna de Francisco Vidal en la que, parafraseando una antigua canción del grupo folclórico Quilapayún sobre abrir y cerrar puertas (Tun-Tun, ¿quién es?), el dirigente PPD apunta a la necesidad de considerar este abrir o cerrar de puertas a las propuestas del Presidente Piñera de alcanzar acuerdos nacionales en cinco aspectos de la vida nacional. Vidal sostiene que una oposición generosa puede permitir avanzar en algunos de los proyectos planteados en función de una mejor calidad de vida ciudadana, aunque, por cierto, yendo ahora más allá de sus títulos, es decir, siendo muy estrictos con los contenidos.

Durante el anterior Gobierno, la entonces Presidenta Bachelet también lanzó una serie de planteamientos programáticos cuyos títulos encantaron a una ciudadanía, que, sin mucha precaución, finalmente le transfirió su confianza, dándole el voto para que aquellos planes –respecto a los cuales también había amplio consenso, al igual que, al tenor de las declaraciones, en los actuales– se llevaran a cabo, aunque, por cierto, nadie preguntó mucho esa vez sobre el “cómo” se cumplirían las promesas que nos otorgarían mayor felicidad, ese paraíso en la Tierra.

Tanto así que, incluso, partidos que apoyaron su candidatura y programa confesaron años después que no habían leído la letra chica, ni el cómo se materializarían, lo que suscitó desencuentros que concluyeron en el fin del conglomerado que llevó a Bachelet a su segunda administración.

[cita tipo=»destaque»]En efecto, si bien el ministro del Interior, Andrés Chadwick, ha dicho, no sin razón, que sería inexplicable que alguien pudiera estar en contra de un acuerdo nacional para favorecer a la infancia o promover la paz y el desarrollo en La Araucanía, lo cierto es que, tras el consenso nacional en torno al título de la educación superior gratuita, que implicó una reforma tributaria confusa y de discutibles resultados, que no consiguió allegar los recursos necesarios, sino para unos 300 mil estudiantes de los más de 1,1 millón de aquellos, y que terminó significando que la relevante educación escolar y preescolar redujera en más del 30% su presupuesto anual, las mentes de los ciudadanos están hoy más alertas a los detalles, que es donde habita el diablo, que a los grandes titulares que ofrecen el Paraíso de los consensos en cierto sentido común.[/cita]

Que en la actualidad diversos partidos políticos, de oposición y oficialistas, movimientos sociales y múltiples grupos intermedios de la sociedad estén mirando con mayor cuidado ese “cómo” hará las cosas el nuevo Gobierno, muestra que, tras los anteriores errores de confianza ciega, se está dando otro paso hacia una maduración político-social de Chile.

En efecto, si bien el ministro del Interior, Andrés Chadwick, ha dicho, no sin razón, que sería inexplicable que alguien pudiera estar en contra de un acuerdo nacional para favorecer a la infancia o promover la paz y el desarrollo en La Araucanía, lo cierto es que, tras el consenso nacional en torno al título de la educación superior gratuita, que implicó una reforma tributaria confusa y de discutibles resultados, que no consiguió allegar los recursos necesarios, sino para unos 300 mil estudiantes de los más de 1,1 millón de aquellos, y que terminó significando que la relevante educación escolar y preescolar redujera en más del 30% su presupuesto anual, las mentes de los ciudadanos están hoy más alertas a los detalles, que es donde habita el diablo, que a los grandes titulares que ofrecen el Paraíso de los consensos en cierto sentido común.

Sin embargo, esta nueva postura crítica significará que las propuestas de la actual administración, si bien aplaudidas en sus títulos, tendrán un previsible viaje al infierno, pues las concepciones de mundo, valores y métodos de unos y otros actores de nuestra competencia democrática son muy diversas y, en consecuencia, el surgimiento de diferencias en el “cómo” materializar esos acuerdos, con seguridad, hará salir canas verdes a unos y otros.

Chile parece haber llegado a un punto de su desarrollo económico, político, social y cultural que, apoyado en la más transparente, informada y empoderada sociedad del conocimiento que emerge como consecuencia de nuevas tecnologías que nos han transformado a todos en medios de comunicación interactivos, nos trasladará, más temprano que tarde, a un ciclo de grandes y molestas discusiones ideológicas, políticas y de intereses, porque, si bien hemos conseguido –al menos– tener cierta idea país relativamente convergente en los titulares, los detalles y respectivos métodos para alcanzar esas metas generales serán el centro de nuestras próximas polémicas.

Un caso cuasipatético del pronto advenimiento de este tipo de discusiones es la reciente disputa a raíz del reconocido error contable de estimación del déficit fiscal estructural, que ha obligado a muchos a buscar comprender las diferencias entre estimaciones futuras y realidades presentes, entre presupuesto y caja. Quedan muchas más en el futuro.

Abrir y cerrar puertas con arreglo a los contenidos de acuerdos en los que parecemos converger la mayoría de los chilenos, obligará, primero, a entender las cosas de manera más profunda, y segundo, a aceptar que las sociedades libres no solo son conflictivas por su inevitable lucha de intereses contrapuestos, sino que esas bregas son indispensables para cultivar nuestro desarrollo a través de la sana discusión de ideas, aun cuando ellas alteren la armónica perfección del paraíso de consensos impuestos por mayorías circunstanciales o simplemente por la fuerza o violencia.

Porque, tal como señalara Orwell, “si la libertad tiene algún significado es el derecho a decirles a los demás lo que no quieren escuchar”, aunque recordando que los griegos, ya hace más de 20 siglos, hacían la necesaria diferencia entre conocimiento apodíctico, probado, cierto, preciso, que caracteriza a las ciencias físicas o matemáticas, y aquel opinable, más plástico, moldeable, flexible de las ciencias humanísticas, entre las cuales la política y orden social que queremos para nuestras vidas muestra una amplia gama de paraísos terrenales, lo que nos obliga a una mayor modestia y humildad para superar, con paciencia, aunque no sin pasión, aquello que los maestros sufíes de antaño califican como la razón de la desgracia humana: creer que lo que cada cual piensa es la verdad.

Queda solo, pues, esperar que, en medio de las inevitables y futuras polémicas, el resto de nosotros tengamos el humor para decir “esta sí que es fiesta, mi alma” y continuar con nuestras vidas y actividades del modo más normal posible para seguir creciendo y construyendo un país mejor y más próspero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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