Publicidad
Antisemitismo, un retorno al pasado Opinión

Antisemitismo, un retorno al pasado

Gerardo Gorodischer
Por : Gerardo Gorodischer Presidente de la Comunidad Judía de Chile
Ver Más


Entre la multitud aparecieron repentinamente, dos marionetas gigantes con peyes (patillas que caen de las sienes y caracterizan a los judíos ortodoxos), vestidas con trajes rosados y con sombreros de piel usados ​​por los judíos jasídicos (una de las corrientes ortodoxas). Ambos títeres estaban parados sobre monedas de oro y tenían bolsas de dinero a sus pies, además, uno tenía una rata en su hombro.

Se trataba del carro alegórico el “Año de Shabat” del carnaval de la ciudad belga de Aalst, la edición local de las celebraciones que tienen lugar en todo el mundo católico antes de la Cuaresma. Uno de los organizadores de la exhibición dijo que la carroza estaba destinada a abordar “el alza de los precios” del lugar.

Aunque parecía un pasaje sacado de Alemania de 1939, no era así. Esto ocurrió el domingo 3 de marzo del 2019 en Bélgica.

En sólo días, desde distintas latitudes, países e, incluso continentes me llegaron diferentes informaciones y hechos, algunos individuales, otros grupales, todos tenían con un telón fondo en común, similar a lo ocurrido en Aalst.

A fines de febrero, en nuestro país, cuando un grupo de adultos mayores israelíes sufrieron un accidente en las Torres del Paine y tres resultaron muertos y nueve heridos de gravedad, muchos usuarios de las redes sociales expresaron su odio hacia los turistas afectados sólo por su origen.
Entre las frases que se podían leer se encontraban: “Eso les pasa por ser judíos”, “los israelíes deberían tener prohibido el acceso a Chile” y “los semitas se quieren apoderar de las Patagonia y de su agua”.

En España, el 4 de marzo, Uri Rozenweig, jinete profesional de nacionalidad alemana, nacido en Perú, y que alguna vez representó a Chile, denunció en el Ministerio del Interior de Moncloa, Madrid, que el 1 de ese mes, en la carretera la Castilla Km 2, Alejandro Marquez Galobardes -quien al parecer estaba molestó porque el primero habría hablado mal de él- lo había amenazado de muerte: “Eres una rata judía, maricón, sudaca de mierda. Voy a contratar a unos tíos en Aranjuez como sicarios”.

Unos días antes, el Cementerio Israelita de San Luis, Argentina, había sido profanado.

En una fecha aún más cercana un grupo de feministas palestinas en la marcha del 8M en Chile, entonaron la consigna: “ …….Que todo el territorio se vuelva antisionista”, generando interseccionalidad donde las causas se mezclan y confunden, es decir, importando un conflicto a nuestro país, en un momento y lugar que no tenía relación alguna con el conflicto, y por lo demás, esas feministas más que ningunas otras deberían levantar su causa en los países árabes/musulmanes, donde las mujeres no tiene derecho practicante a nada. Curioso por decir algo.

Estos acontecimientos tan disímiles en la superficie, pero iguales en sus motivaciones profundas, se explican de una sólo forma, de acuerdo a los expertos, instituciones como el Centro Simón Wiesenthal y las propias estadísticas: estamos presenciando un aumento radical del antisemitismo a nivel mundial.

Además, quiero ir más allá y expresarlo en las acertadas palabras de la periodista española Pilar Rahola, quien ha explicado el fenómeno así: “El monstruo del antisemitismo ha vuelto con furia, nunca se marchó porque es tan resiliente, que incluso existe allí donde nunca vivió un judío o donde los exterminaron a todos”.

Al parecer, odiar, despreciar, desconfiar de los judíos es algo que está en inserto en nuestra cultura, seguramente, desde que se expandió la creencia que integrantes de nuestro pueblo habían matado a Jesús, a lo que se fueron agregando otras causas, “razones” y mitos. Como explicaba el Premio Nobel de la Paz, escritor y sobreviviente del Holocausto, Elie Wiesel, Auschwitz mató a los judíos, pero no mató el odio a los judíos.

Y las muestras de su retorno son devastadoras y violentas. Francia, uno de los principales centros culturales del Europa y donde la comunidad judía llega a más de medio millón de personas, parece ser su epicentro esta vez. En ese país los actos antisemitas han aumentado un 74 por ciento el último año.

Entre las muestras más cruentas y trágicas acontecidas ahí podemos recordar que el año pasado una anciana sobreviviente del Holocausto fue asesinada en París. Entre los últimos, se pueden contar la profanación de 96 tumbas en el cementerio de Quatzenheim y los insultos recibidos por el filósofo Alain Finkielkraut, durante una las últimas manifestaciones de los chalecos amarillos. En esa ocasión lo agraviaron con frases como: “Cerdo sionista de mierda”, “Francia es nuestra”, “lárgate”. Repentinamente, Finkielkraut ya no era un compatriota, ya era uno de ellos, ya no era francés, sino un judío, como pasó con todos los judíos que a lo largo de la historia han sufrido esta crueldad y desprecio.

Frente a ese hecho, la periodista argentina-israelí Jana Beris tuiteó en ese momento: “Hace décadas los antisemitas gritaban a los judíos, ¡Fuera! ¡A Palestina!», usando el nombre dado por los romanos a Judea, la tierra de los judíos. Y los que atacaron al filósofo judío- francés Alain Finkelkraut le gritaron: «Vete a Tel Aviv!», como símbolo de Israel. Lo único que rescato de los antisemitas es que saben identificar dónde están realmente las raíces judías: en Israel, su tierra ancestral”.

Justamente, un porcentaje altísimo de judíos franceses siguen emigrando a Israel, esa tierra ancestral, justamente por esa causa: el antisemitismo. Algunas fuentes señalan que en los últimos cinco años el número de judíos que ha dejado el país galo llega a más de 100 mil.

Seguramente continuará aumentando la migración desde naciones europeas y quizás otras; mientras crece el monstruo, al que se refiere Rahola. Ese “monstruo”, que se alimenta desde diversas fuentes y desde ideologías transversales: la ultraderecha conversadora y católica, donde siempre ha existido una base antisemita y se ha visto renacer a algunos grupos ultranacionalistas (por ejemplo en países como Chile, Francia y Bélgica), la ideología islámica, que se expande por Europa y el mundo, y la izquierda antisionista: la principal raíz del antisemitismo en la actualidad es «nacional”, donde se rechaza todo lo que “huela” a Israel: en otras palabras, el antiisraelismo, antisionismo, es la cara moderna del antisemitismo.

Este último se expresa con fuerza en nuestro país, donde además del hostigamiento permanente a Israel y a los sionistas-judíos (ellos saben que son cosas indivisibles, aunque lo nieguen) a través los medios de comunicación y otras vías, hacen uso de visitas de figuras como Roger Waters a Chile para hacerlo más activo y visible.

Independiente de las motivaciones y denominaciones, existen personas y grupos dispuestos a decir ¡Basta! El 7 de marzo, el Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución que condena el antisemitismo y otras formas de odio e intolerancia, luego de los comentarios de una congresista musulmana sobre la política de Israel. Unos días antes, la población civil de Francia, junto a las autoridades, salió masivamente a las calles para manifestarse contra el aumento del antisemitismo en ese país, incluido el presidente Emmanuel Macron. ¿Harán estas alguna diferencia o éste llegó para quedarse, está instalado las redes sociales, en los desfiles belgas y todos los demás? Esperemos que no. Pero no se trata de esperar pasivamente. En gran medida, depende de que todas las naciones se levanten la voz, denuncien esos hechos y sigan esos ejemplos. En nuestro caso, en Chile se debe aprobar con premura la Ley contra la Incitación a la Violencia, que se encuentra hace más de un año en el Congreso. Eso es determinante y urgente, pero la lucha contra el antisemitismo, la intolerancia, el ““monstruo” debe ser permanente. ¡Basta!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias