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El oxímoron Piñera

Mario Sobarzo
Por : Mario Sobarzo Doctor en Filosofía
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Un oxímoron es una figura retórica que consiste en negar lo que se afirma en la misma frase. Algo semejante parece estar ocurriendo en Chile desde el 18 de octubre, pues mientras una élite política y empresarial trata de blanquear su larga historia de elusiones, colusiones, evasión de impuestos varios, uso de información privilegiada, corrupción de políticos, apoyo económico a genocidas, entre muchos otros comportamientos que terminaron por colmar la paciencia de las chilenas y los chilenos, otra parte de esa élite sigue amparada en una defensa férrea de los intereses propios, protegidos por la constitución pinochetista. La expresión más sintomática de esta contradicción es que el propio presidente de la República, Sebastián Piñera, señale que va a crear leyes que persigan los llamados delitos de cuello y corbata, siendo él mismo responsable de una parte no menor de los comportamientos tipificados en esta nueva agenda. La pregunta obvia es cómo se llegó a esta situación en que palabras y hechos se encuentran enfrentados. ¿Será que nuestra élite está sufriendo un proceso de disonancia de algún tipo?

Entre octubre y diciembre de 1503 Maquiavelo realiza una famosa legación a Roma, por la asunción del Papa Julio II, un enemigo declarado de César Borgia, el personaje histórico que le serviría de ejemplo ejemplar sobre lo que es la virtud política en su famoso libro El Príncipe. Sin embargo, ésta es muy distinta de las 2 anteriores, cuando el florentino puede ver el auge y crecimiento del hijo del papa Alejandro VI. Atrás quedaron la estratagema de Senigallia o la unificación de la Romaña, extraordinariamente bien planificadas y ejecutadas. El César Borgia que encuentra Maquiavelo a fines de 1503 es muy distinto del de hace sólo un año antes. Virtualmente derrotado por el archienemigo de su padre y de él, ha ido perdiendo poco a poco los territorios que tanto le costó unificar. Sin embargo, un evento expresa una enseñanza que luego veremos repetida en múltiples ocasiones de la historia moderna. Maquiavelo nos describe a un sujeto al que ya no le sonríe ni la fortuna ni lo acompaña la virtud de unos años antes. Esto tiene su expresión lapidaria en la opinión que el cardenal de Volterra le transmite al florentino el día 14 de noviembre de 1503, donde ante una situación que exige resolución y acción inmediata, el cardenal señala que no sabe si César será capaz: “por parecerle haber encontrado al duque inestable, irresoluto y receloso, sin afirmarse en ninguna decisión, ya sea así por su naturaleza o porque estos golpes de la fortuna le hayan dejado estupefacto y él, desacostumbrado a sufrirlos, no hace sino girar en torno a ellos”.

Maquiavelo, sin quererlo, describe con lo que le sucede al Valentino, un rasgo constitutivo de la psicología de la política: la correlación existente entre la disolución del poder y el modo en que se expresa en la debacle personal de quien ha llegado a poseerlo en algún momento. Los ejemplos se suceden en la historia. Incluso, hace algunos años la película La Caída (Alemania, 2004) mostró algo semejante, en un intento de reconstrucción de los últimos días de Hitler. ¿Qué sucede en la mente de aquellos que alguna vez tuvieron mucho poder cuando ven que día a día éste se desvanece frente a sus ojos? ¿Por qué la entropía del orden político se correlaciona de tal forma en las acciones diarias del gobernante?

El caso del actual presidente de Chile es una manifestación de primera fuente de esta extraña simbiosis.
Sebastián Piñera ha visto desmoronarse su apoyo en todas las encuestas. Ha tenido contradicciones respecto a decisiones tomadas con el resto de los poderes del Estado, que en el mediano o largo plazo pueden llevarlo a juicio por su responsabilidad en las graves violaciones de DDHH que han sido constatadas por HRW o Amnistía Internacional, pues su negación hasta hoy impidió tomar las medidas adecuadas para remediarlas. La derecha pinochetista se encuentra en oposición a la Presidencia. El empresariado hace tiempo que tiene agenda propia y renunció a defender a Piñera. Es más corto encontrar quién apoya Piñera… aunque por momentos resulta difícil.

Al parecer, la única institución leal aún es Carabineros. Esto es comprensible, pues se trata de una fuerza que ha perdido dos direcciones nacionales en los últimos años y cuyo grado de legitimidad después del Pacogate se encuentra en el suelo. Sencillamente ya no tiene salvación. Es probable que la intervención que va a recibir deba ser tan profunda, que su única esperanza de evitarla o rechazarla, esté en que Sebastián Piñera los proteja hasta el final. Algo que ya nos informó el propio General Director (avalado por las palabras del Presidente) implicará la baja y juicios personales para quienes han transgredido protocolos. El intento de personalizar el conflicto es la última jugada para intentar salvar la imagen del Estado y la fuerza policial como una víctima más de los excesos de algunos individuos. La misma tesis usada para no intervenir las FFAA después de Dictadura. Las violaciones de DDHH en Chile fueron arranques de brutalidad de Manuel Contreras.

Lo descrito es un factor no menor para mantener la esperanza. Las violaciones a los DDHH salpican de hipocresía a gran parte de la clase política, que hizo la vista gorda durante décadas de lo que cualquier sujeto popular sabe: que la tortura es una práctica cotidiana en la interacción con el lumpenproletariado. Las vejaciones sexuales no empezaron hoy, ya se vieron el 2011. ¿Qué pasó después de ello? Los disparos de bombas lacrimógenas al cuerpo han sido documentadas protesta tras protesta. El año 2006, Bachelet, le solicitó la renuncia al Prefecto y al Subprefecto de FEEE de Carabineros por los episodios de violencia que transmitían los medios en directo. ¿Qué reformas se le hicieron a Carabineros para que no siguiera reprimiendo la protesta social legítima, más allá de esas renuncias? La masacre de la micro a cuadras del Apumanque, el año 1993, fue respaldada por

Patricio Aylwin, entre varios otros ajusticiamientos que eran justificados.
Para ser justos con Piñera, es el viejo orden lo que hoy está dislocado. El tiempo de su caída puede ser más o menos rápido, dependiendo de la emergencia de un actor social y/o político (o que deviene uno en medio de la crisis) que sea capaz de darle una dirección hacia una solución, pero va a suceder. Hoy el diagnóstico de las causas que llevaron a la crisis tiene una larga literatura acumulada. La impunidad de los poderosos, el secuestro en el sistema de AFP, una educación ingrata para todos los actores involucrados en ella, el robo del agua, un sistema de salud en crisis, entre muchas, muchas otras. Lo nuevo no está en el descubrimiento de estos síntomas de la crisis sistémica del neoliberalismo, sino en el descubrimiento por parte de la aristocracia chilena de que la gente común sabía. Lo extraño es que esa forma de subhumanidad o cuasi humanidad (en palabras de Ricardo Greene en su artículo, publicado en CIPER, Los chalecos amarillos en el Planeta de los Simios), se daba cuenta, sabía. Si el ser humano común y corriente sabe lo que está afectando su vida desde el inicio hasta el fin y su cotidianidad más elemental, es cosa de tiempo a que levante una instancia que lo unifique y lleve a la victoria contra ello.

Aunque eso no necesariamente puede ser algo bello ni bueno. La revolución de la luz inventó la guillotina como una forma de humanizar el ajusticiamiento. Los nazis y fascistas italianos llegaron con un discurso anti política y anti élite, aunque después se aliaran con ella.

El tiempo que dure Sebastián Piñera en la presidencia es una nimiedad. Entre más sea, más se desangrará la legitimidad sistémica debido a las contradicciones urgentes que seguirán sin resolver por parte de un hombre colapsado y un sistema político incapaz de cambiar. Y, que más aún, se niega a aceptar la dimensión de la crisis, sostenido en el mero peso de la costumbre y de la débil institucionalidad que la cobija. La historia recuerda múltiples formas de soberanía que incluso se sostenían en legitimidades sagradas y contaban con hombres armados a su servicio para hacer cumplir las leyes que Dios había dado para siempre a todos.

Y, aunque la movilización social hasta ahora sigue conservando la ventaja táctica en las acciones, impidiendo la normalización de la vida cotidiana, es decir obligando al gobierno y sus aparatos represivos e ideológicos, a responder excedidos en sus capacidades, los cambios no suceden. A pesar, que la protesta encontró formas de sostenerse en el tiempo y capacidad de mutar. Y aunque las articulaciones emergentes siguen acumulando fuerza moral y se amplían y cohesionan las distintas luchas sociales contra un capitalismo imbricado en torno al 1% de la sociedad, a pesar de ello, nada cambia.

A casi 2 meses del inicio de la movilización social a lo largo y ancho de Chile, aún no existe ninguna respuesta a los pedidos que ya describimos ni podría ser de otro modo. Más aun, la agenda privatizadora no ha variado ni siquiera en temas de transporte, origen del conflicto social, como lo muestran las nuevas bases de licitación presentadas por el Ministerio de Transporte. Ejemplos semejantes es posible encontrar en educación, donde se siguen reconvirtiendo liceos con número en liceos Bicentenarios, incentivando la competencia en el propio sistema público. Los descuentos que gracias al Ministerio de Salud obtuvieron los “usuarios” de FONASA les permiten comprar en farmacias que estuvieron coludidas y, además, tienen precios altísimos hasta ahora.

Se podrían seguir nombrando ejemplos en cada una de las áreas que han aparecido como demandas de las distintas movilizaciones en todo el país. Incluso cuando aparecen como concesiones de alto nivel, por parte del establishment, como en el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, siempre terminan viniendo con letra chica y definidos por paneles técnicos llenos de lobistas y hasta gente ligada al financiamiento ilegal de la política (Véase CIPERCHILE, Nicolás Sepúlveda y Benjamín Miranda, Los vínculos con el poder político y empresarial de los miembros de la Comisión Técnica Constituyente).

Lejos de una estrategia de desactivación de los motivos de la conflictividad, los integrantes del Ejecutivo y el Congreso se han dedicado a repetir los mismos gestos de desprecio que hacían sistemáticamente, previo al estallido del 18 de octubre. Esto, a pesar de que las movilizaciones contra el sistema cuentan con una mayoría que las apoya, que oscila hasta hoy entre el 60% y el 80%, de acuerdo a las mismas encuestadoras favoritas del Ejecutivo. El ejemplo de diputados del FA votando a favor de una ley que criminaliza las barricadas es un ejemplo de esta constricción en las palabras, pero sin cambios en la actitud política.

¿El poder político aún no logra entender la claridad de los mensajes o cree que tiene algún modo de sortear el conflicto?
Este aparente estado de shock en que se encuentra la élite ha parecido implicar una fragmentación en su capacidad de integrar intereses. Cada grupo de poder pareciera estar llevando su propia agenda e, incluso, al interior de ellos se expresan contradicciones, como lo han demostrado en los últimos días las declaraciones cruzadas entre grupos empresariales por actitudes que desde el otro sector son acusadas de populismo.

Sin embargo, esto es algo que hay que ponderar adecuadamente, pues después de todo, el modelo entero está construido sobre la depredación, sea ésta sobre la naturaleza o lo humano, el patrón es el mismo. La producción de salmón en Chiloé tuvo resultados devastadores en la contaminación del lecho marino, pero también en la secuela de pobres que dejó la crisis del virus ISA, por culpa de la sobre explotación. La privatización del agua está directamente imbricada con el negocio minero y el de la producción de paltas que tienen sin agua a sectores enteros del país, convirtiéndolos en zonas de sacrificio.

Es por ello, que la ciudadela de su sistema está en las AFP y sus 210,000 millones de dólares en ahorros que les sirven de dinero fresco para financiar sus negocios. En este ámbito están todos los grupos económicos aupados. Por ello, están dispuestos a cambiar la Constitución, pero no a eliminar el sistema de AFP. Mientras en una tienen capacidad de veto con apenas un tercio de los constituyentes electos, en la eliminación de las AFP se juegan el fundamento mismo de las extremadamente altas tasas de su plusvalía.

La gran esperanza del poder está puesta en los tiempos. Como puede controlar los plazos políticos gracias a la institucionalidad, cree que ganando tiempo puede desgastar a la movilización y seguir con su agenda, que incluye el TPP11, la reforma al sistema de pensiones sin eliminar las AFP, seguir ahorcando a la educación pública y externalizando las prestaciones del derecho a la salud, etc. Sin embargo, los seis meses de movilización en Hong Kong (ínfimo en comparación con la poderosa China), debieran haberlos convencido de que esto es un error. Sin embargo, no ha sido así. La agenda detrás del 1% más rico de Chile no sólo no ha cambiado, sino que se ha intensificado. Conscientes de que las grandes batallas hay que enfrentarlas con todas las fuerzas, los grupos empresariales y sus funcionarios estatales y privados, apelan a la estrategia del policía bueno y el policía malo, intentando ganar tiempo para hacer lo mismo de las veces anteriores: generar cambios para que nada cambie. Esperanza ilusa o negación de la realidad, o, tal vez, sólo una estrategia para preparar el cambio presidencial y deshacerse del incómodo Piñera, un sujeto que apenas resulta una sombra de sí mismo.

Pero, ¿qué pasaría si Sebastián Piñera operara una transformación más allá del gatopardismo inherente al sistema político chileno? Podría, como los protagonistas sartreanos, enfrentar su presente y adecuarse a él, pero para eso tendría que dejar de ser él. No sólo gestos, no sólo palabras, no más frases vacías y llenas de clisés. Hechos, simples hechos concretos. Limpios en su facticidad, como el último discurso de Allende o la abdicación de O’Higgins. O menos radicales, pero igualmente admirados, como donar una fortuna para desarrollar una Universidad laica y pluralista, como la Universidad Federico Santa María. Y no es que Sebastián Piñera no tenga la posibilidad a su alcance. Por ejemplo, es dueño del Parque Tantauco, el que se emplaza en terrenos que les pertenecen a las comunidades williches de la isla de Chiloé, establecido en el Tratado de Tantauco que firma la paz entre Chile y España. Las comunidades son las legítimas dueñas de esos terrenos ancestralmente. El Presidente no necesita ninguna ley para devolverlos y con ello haría un gesto que sería considerado admirable. Una demostración con hechos de que el 1% más rico cambió, en su figura ejemplar, el Presidente de todos los chilenos. Una figura así, emergería con legitimidad para dirigir los cambios.

Un oxímoron, ¿no?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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