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La máquina de alucinaciones de Oliver Sacks Opinión Crédito foto: Luigi Novi / Wikimedia Commons / CC BY (https://creativecommons.org/licenses/by/3.0)

La máquina de alucinaciones de Oliver Sacks


Leí sobre el neurólogo Oliver Sacks pocos días después de su fallecimiento, el 30 de agosto de 2015, una nota de prensa en la que se citaban frases de un último artículo suyo escrito en un periódico. Lo había redactado estando ya muy enfermo, con un cáncer muy avanzado. Decía que tenía temor, pero que se iba de esta vida con un sentimiento mayor: el de la gratitud por todas las experiencias vividas en este hermoso planeta. El solo hecho de existir como un animal pensante era, para él, un privilegio y una aventura.

Me pareció una bella y cautivadora despedida.  Merecía la pena conocer más a este escritor.  Y me dediqué a leer sus libros desde ese momento. Un conjunto de obras muy interesantes y amenas me  mostraron el fruto de su acuciante y apasionado empeño por desentrañar los misterios de la mente humana.  Sacks propone denominar “neurología de la identidad” a sus investigaciones, pues están centradas en aquellos trastornos cerebrales que afectan fundamentalmente al yo de los pacientes.

Aún hay muchos aspectos de la vasta complejidad del cerebro humano que están ocultos a la indagación científica.  Sin embargo, también hay ya muchas cosas que se saben y Sacks las enseña en sus escritos con claro y grato estilo, sin que ello reste profundidad a su reflexión.

Del estudio y tratamiento de sus pacientes surgieron títulos como Un antropólogo en Marte, Despertares (se filmó una película basada en este libro), Con una sola pierna, Veo una voz, Alucinaciones, Viaje a Oaxaca y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Las traducciones al español de estas obras se han editado todas en Anagrama.

En movimiento. Una vida, su autobiografía, se publicó póstumamente. En algo más de 400 páginas, Sacks entrega a sus lectores un retrato descarnado de sí mismo, una confesión íntima, franca y emocionante.

Pero quiero destacar aquí su libro Alucinaciones (Anagrama, 2013).  En sus páginas, este hombre de ciencia reúne un conjunto de casos clínicos en que pacientes sufren percepciones  –visuales, auditivas, táctiles u olfativas–  en ausencia de realidades externas.  En las percepciones normales, que pueden ser compartidas entre las personas, el cerebro juega un rol primordial…  y lo juega también en las alucinaciones, aunque aquí el cerebro de un individuo crea lo que él percibe, mientras que los que están junto a él no perciben nada.  En las páginas de esta obra desfila  –a modo de antología–  una amplia variedad de experiencias alucinatorias.

No es poco lo que se ha investigado en este campo.  En las últimas décadas, la tecnología médica ha logrado medir las actividades eléctricas y metabólicas mientras los pacientes alucinan. Ello, junto a investigaciones con electrodos implantados en enfermos con trastornos cerebrales graves (como epilepsia severa), ha permitido también definir qué partes del cerebro son responsables de los diferentes tipos de alucinación.

Nuestro autor señala que,  desde antiguo, las alucinaciones han ocupado un lugar importante en nuestra vida mental y en nuestra cultura.  Escribe: “Podríamos preguntarnos hasta qué punto las experiencias alucinatorias han dado lugar a nuestro arte, nuestro folklore e incluso nuestra religión”.

Fiel a su vocación científica y a su amplio conocimiento del poder del cerebro para crear “realidades inexistentes”, Sacks exhibe un sano y permanente escepticismo ante supuestas manifestaciones de fenómenos paranormales: por ejemplo, hacia quienes dicen haber vislumbrado el más allá y regresado de la muerte; hacia quienes afirman haber experimentado visiones místicas; hacia quienes indican sentir la presencia de fantasmas y hacia quienes pretenden tener comunicación con los espíritus.  Él sabe mejor que nadie que ciertas afecciones del cerebro  –que lo convierten en una máquina de alucinaciones–  son la explicación más apropiada de estas “vivencias metafísicas”.  Comprobó, por largos años, que el cerebro humano es capaz de imaginar, ver e incluso tocar cosas aun cuando no existe nada “ahí afuera” que percibir.

Hoy se cumplen cinco años de la muerte de este notable divulgador científico.  Y quiero, a modo de homenaje, recomendar la lectura de sus obras.  Instruyen, asombran y –por sobre todo–  rescatan una muy necesaria reflexión ilustrada ante tanta irracionalidad que nos envuelve.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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