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¿Qué deberíamos aprender las universidades de la pandemia? Opinión

¿Qué deberíamos aprender las universidades de la pandemia?

Enrique Fernández Darraz
Por : Enrique Fernández Darraz Doctor en Sociología, académico.
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Si en enero de 2020 a las universidades nos hubieran convocado desde el Ministerio de Educación para solicitarnos generalizar la enseñanza online y el teletrabajo, de seguro habríamos respondido que un plan de esa magnitud no era realizable en menos de tres o cuatro años, y que requería varios miles de millones de pesos.

Los hechos determinaron otra cosa: en tres o cuatro semanas todas las instituciones habíamos migrado a la enseñanza remota y estábamos realizando las operaciones administrativas a distancia, con inversiones razonables.

Sin duda, al inicio la experiencia fue dura y estuvo llena de dificultades. Pero luego de transcurrido un año y medio existen una serie de aprendizajes que es necesario atesorar y poner a resguardo de quienes querrán –por las más diversas razones– que todo siga como antes.

La docencia fue uno de los espacios que más resintió el cambio, ya que no hubo tiempo para adecuarla y se terminó trasladando, de manera más o menos mecánica, lo que se hacía en la sala de clases al nuevo formato. El resultado fue complejo: profesores y estudiantes agotados, resistencia a encender las cámaras o a dejarse grabar, copia masiva en las pruebas o al menos la sospecha de ello, jornadas de trabajo más extensas de lo habitual, entre otras situaciones.

Poco a poco se fueron superando algunas de estas situaciones. Se incorporaron herramientas propias de la enseñanza online, como los diseños instruccionales, se acordaron períodos más breves de clases, se aumentaron los softwares de simulación, entre otros. Escasa solución hubo, sin embargo, para las prácticas, salidas a terreno y otras actividades docentes cuya base es la presencialidad.

Pese a todo, hoy contamos con valiosas enseñanzas. Por ejemplo, que tan o más relevante que disponer de revistas digitales para investigar, es disponer en el mismo formato de la bibliografía para las asignaturas. La pandemia reveló que, mientras los investigadores podíamos seguir revisando textos, los estudiantes no podían concurrir a la biblioteca. Ya está en curso una adecuación de la industria editorial y también de las universidades. Pero habrá que profundizar este proceso y asegurar que, bajo algún tipo de licencia, la literatura esté disponible en formato digital de manera permanente, lo mismo que los libros físicos.

También aprendimos que la asistencia obligatoria a clases podría ser menor a la acostumbrada. En especial si se generalizan y mejoran las tecnologías de enseñanza híbrida, que permiten interactuar en tiempo real desde el aula con quienes decidan no concurrir a ella.

Aprendimos, además, que ya no dependemos del espacio físico o geográfico para realizar reuniones. Antes era absolutamente normal suspenderlas o postergarlas por la falta de una sala adecuada o porque alguien estaba de viaje, lo que retrasaba decisiones. Pues bien, hoy ninguna de las dos situaciones es una razón para ello.

La firma electrónica reemplazó a la tediosa tarea de firmar decenas de documentos a mano y todos los trámites se hacen vía web. Ganamos, además, la certeza de que es posible asegurar la continuidad de las operaciones, sin que necesariamente todo el personal esté presente en las instalaciones.

Lo descrito nos permite pensar que pronto habrá quienes adscriban de manera permanente al teletrabajo, mientras otros tendrán modalidades laborales mixtas. También, que podría ser posible definir días o incluso jornadas de no presencialidad. Evidentemente esto requerirá repensar lógicas contractuales basadas en horas de permanencia, por otras orientadas a productos o tareas. Un cambio como ese, a su vez, permitirá imaginar que se podría transitar de lugares individuales de trabajo a otros comunes, con equipos de uso compartido conectados a la nube, reduciendo la presión sobre el espacio físico, siempre escaso en las universidades.

En fin, hay que estudiar en detalle qué aprendizajes podemos sacar de esta experiencia, a fin de mantener y aumentar las eficiencias logradas, y aportar al bienestar de quienes conforman las comunidades universitarias.

Las instituciones que logren integrar estos aprendizajes serán, sin duda, las protagonistas del futuro.

Las que no lo hagan o aquellas cuyos directivos sucumban a la “tentación patronal” de querer volver a lo de antes y a estar rodeados de una suerte de corte de profesores, estudiantes y funcionarios, engrillados a un escritorio, se condenarán a sí mismos a mirar desde lejos cómo otros construyen ese futuro. Y con ellos, también al resto de su comunidad.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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