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«Fascismo. Una advertencia» Opinión

«Fascismo. Una advertencia»

Jorge Cash Sáez
Por : Jorge Cash Sáez Abogado. Ex asesor legislativo en las Comisiones de Constitución y Medio Ambiente del Senado. Ex jefe de la División Jurídica del Ministerio del Medio Ambiente.
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En su libro Fascismo. Una advertencia, la primera mujer en convertirse en secretaria de Estado de los Estados Unidos (1997-2001), Madeleine Albright, previene, con asombrosa lucidez a sus 84 años, respecto a la vigencia y peligros del fascismo en nuestros días, al mismo tiempo que realiza un llamado a detectar oportunamente el germen fascista, para lo cual sugiere identificar a los “políticos que tratan de obtener votos despertando el odio”.

Así, es posible identificar ciertos supuestos de hecho que normalmente facilitan o propician la irrupción de fascistas. Entre estos, como apunta Robert Paxton, de la Universidad de Columbia, es posible distinguir los siguientes: “1) miedo a la decadencia y la descomposición; 2) la afirmación de la identidad nacional y cultural; 3) la amenaza que suponen los extranjeros no asimilables para la identidad nacional y el buen orden social; y, 4) la necesidad de mayor autoridad para resolver los problemas”.

A su vez, otro factor recurrente que cita la autora es el debilitamiento extremo del centro político acompañado del apoyo y adhesión de los sectores populares al fascismo, tal como ocurrió hace casi 100 años, en 1922, con el ascenso de Mussolini en Italia, secundado por miles de italianos que marchaban a Roma con los pies descalzos por no tener dinero para zapatos. 

También, surge como elemento precursor del fascismo,el acceso democrático al poder y en el marco de la Constitución y las leyes, como fue el caso, entre otros, del propio Mussolini tras el “beneplácito” del Rey Víctor Manuel III, o de Adolf Hitler tras su “nombramiento” por parte de Von Hindenburg como Canciller de Alemania, o de Hugo Chávez en Venezuela, sin perjuicio de que estos dos últimos intentaron primero acceder a través de un Golpe de Estado. 

Asimismo, la exsecretaria de Estado identifica la exaltación del nacionalismo bajo la idea de una “liberación de los extranjeros” junto a un control despótico de los medios de comunicación, como ocurrió en Gran Betraña con el exdiputado, fundador y líder de la Unión Británica de Fascistas en 1932, Oswald Mosley; con Slodoban Milosevic, expresidente de la antigua Yugoslavia y de Serbia, quien emergiera luego de la muerte de Tito en 1980; o con Milos Zeman, actual presidente Checo, más conocido como “el Trump Checo”.

A su vez, surge como supuesto habitual del fascismo “el culto a la personalidad del gran líder”, como en el caso de Stalin o Chávez, con la salvedad que el segundo se limitaba a humillar a los opositores y no a masacrarlos, del mismo modo que es frecuente el desprecio a las minorías sobre la base de argumentos religiosos, como el caso de Erdogan, el actual presidente turco y su desprecio al activismo LGTBI por ser “contrario a los valores de la nación” y porque se “contrapone el camino sagrado” de su partido.

Del mismo modo, explica la autora, que “el sentido del espectáculo” es un recurso comúnmente utilizado por el fascismo, cuyo mejor exponente en la actualidad es el ruso Wladimir Putin, calificado no por pocos como un dictador, pese a que no se encuentra atado a ninguna ideología o partido, únicamente a la nostalgia de la hemegonía soviética. 

De igual manera, destaca Madeleine Albright, el esfuerzo de los fascistas por dotar de un “sustento emocional” a la “nación”, sobre la base de una profunda reinvidicación de la “patria”, “la bandera” y otros símbolos nacionales, como ocurre, por ejemplo, con el primer ministro de Hungría, Viktor Orbán.

También, es frecuente identificar en los fascistas el desprecio por el multilateralismo y relativización del derecho internacional, entre cuyos máximos exponentes encontramos a Donald Trump y al brasileño Jair Bolsonaro, como a su vez lo constituye el uso indiscriminado de la fuerza policial y de brutal represión, en que la autora cita, entre otros, al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, y de Egipto, Abdel Fattah el-Sisi.

A este respecto, asegura, que una de las principales amenazas para contener el fascismo es la “confusión entre populismo y fascismo”, en que el uso indiscriminado del “populismo” para referirse a cada fenómeno que se aparta de los cauces democráticos tradicionales, invisibiliza la presencia y surgimiento de fascistas, otorgándoles un manto de impunidad en el terreno político.

Así, en el esfuerzo por identificar el fascismo, sugiere no detenerse a examinar especialmente la ideología del presunto fascista. Sobre el punto, señala que “lo que convierte a un movimiento en fascista no es la ideología, sino su disposición a hacer todo lo que sea preciso –utilizando la fuerza y pisoteando los derechos de los demás– para imponerse y exigir obediencia”. En la misma dirección nos recuerda que “el fascismo no es una etapa excepcional en la historia de la humanidad, sino que forma parte de ella”, o también, como afirma Primo Levi, “cada época tiene su fascismo”.

No puede pasar inadvertido, entonces, que uno de los candidatos a la Presidencia de la República, José Antonio Kast, reúna tan abiertamente buena parte de los elementos descritos, tales como la relativización de los derechos humanos, el desprecio a las minorías, especialmente sexuales, la pasión por los emblemas nacionales, la negación del fenómeno climático y del derecho internacional, su fanatismo nacionalista antiinmigrantes, su veneración a las Fuerzas Armadas y Carabineros junto a su desmedido fanatismo e integrismo religioso, transformándolo en un personaje de alta peligrosidad para la estabilidad de nuestras instituciones democráticas de convertirse en Presidente de Chile. 

Pocas veces en la Historia de Chile ha emergido, en el marco de una crisis institucional, un liderazgo de corte fascista tan nítido que, atendidas la circunstancias que atraviesa el país, pueda poner en riesgo tan seriamente nuestra democracia y la paz social.

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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