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A 30 años del Iceberg en Sevilla: nuevos símbolos asoman en el Chile de 2022 Opinión

A 30 años del Iceberg en Sevilla: nuevos símbolos asoman en el Chile de 2022


En 1992, Chile participó en la Exposición Universal de Sevilla llevando un iceberg traído directamente desde la Antártida en una larga travesía de buques de la Armada. La idea era mostrar las competencias de nuestro país para el intercambio comercial: así como podíamos trasladar un enorme pedazo de hielo, seríamos capaces de exportar productos frescos como la fruta y el salmón. El hielo milenario, extraído desde el llamado “territorio antártico chileno”, generó un revuelo tal que, del millón de visitantes que recibió la Expo, el pabellón de Chile fue el más concurrido. Los arquitectos a cargo de la obra se volvieron muy conocidos y junto con el Ministro a cargo dieron la vuelta al mundo como la cara de un desconocido país que se ganaba todas las miradas de la prensa internacional. Con el tiempo, se escribieron tesis de grado, papers y una novela, se hizo una película y la intervención se hizo tan famosa que, muchos años después, una empresa búlgara de refrigeración industrial habría tomado su nombre del evento, Iceberg 1992 Lmt

Borges decía que era un anacronismo condenar con el canon del presente lo escrito en el pasado. Sin embargo, en este caso ya en el pasado se formulaban fuertes críticas a la obra. Las organizaciones “Ice for Antárctica” y el Comité Nacional Pro Defensa de la Flora y Fauna (CODEFF) pusieron el grito en el cielo ante el daño ecológico, considerando también el combustible gastado en transporte. Otros expusieron la obscenidad de que el Estado gastara 12 millones dólares en mover bloques refrigerados. De hecho, las criticas obligaron a los organizadores a explicitar que el Iceberg sería devuelvo a las profundidades antárticas, pero entonces la revista Time se preguntó: “¿Qué es más estúpido que transportar 85 toneladas de hielo antártico? Pues traerlo de vuelta”

Por otra parte, también se resaltaba la ironía que representaba exponer un recurso natural en una instancia cuya realización había sido prometida por el rey de España para “celebrar” 500 años desde la llegada de Colón a América. Uno de los artistas involucrados, sin embargo, sugería una lectura diferente porque el hielo habría sido el único botín que los españoles no se llevaron de América, justamente porque no podían. Pero el hecho de que Chile pudiera transportar mejor y, por lo tanto, comerciar, no aseguraba que las condiciones de intercambio ahora fueran diferentes para los colonizados, qué duda cabe. 

Más allá de lo evidente, el New York Times de la época notó lo que estaba entre líneas. El Iceberg era una manera de los chilenos de decir que su país era tan frío como un país europeo. Era una aspiración por mostrar, recién salidos de la dictadura de Pinochet, que Chile estaba puro, transparente, frio y presto para comerciar con las potencias extranjeras. El Iceberg -sagazmente notó Moulian- era en realidad la escultura perfecta de la “operación de blanqueo” de quienes diseñaron las condiciones del retorno a la democracia. En el hielo transportado y luego exhibido no habían rastros de sangre ni huellas del doloroso pasado reciente. El enorme bloque, de azul puro con vetas blancas- decía Moulian- era como si Chile recién naciera, sanitizado por la travesía del mar, donde lo dañado y lo sufrido se había purificado rápidamente. Así, se contaba la historia de una transición que trocó estabilidad por silencio, ante la inminencia del miedo (que provocaba Pinochet), pero donde en realidad dicho miedo fue usado como una trampa astuta de la élite decisora para imponer un cierto destino. El miedo, por supuesto, vaya que existía en las masas de gente humilde que sufrió el horror. Pero el punto de Moulian es que fue ocupado fríamente por los negociadores para continuar la revolución neoliberal iniciada por la dictadura, aunque ahora sin los problemas de imagen internacional. Por primera vez, se daba a luz a un Chile confiable y válido hacia afuera. La transición pactada perfecta, sin pasado, sin historia aparente. En definitiva, el Iceberg.

La semana pasada, a casi treinta años después de la Expo de Sevilla, la organización ambientalista Fima instaló unos cubos de hielo que conformaban la palabra “Chile” en el frontis del Museo de Bellas Artes de Santiago. En menos de ocho horas, la estructura se derritió por completo, mostrando la urgencia de la crisis climática y la necesidad de que la Convención Constitucional en curso redacte una Constitución ecológica en armonía con la naturaleza. La intervención titulada “Chile se derrite sin una Constitución Ecológica”, obra del artista Daniel Reyes León en colaboración con Rubén Castillo, buscó reflejar la preocupante alza de la temperatura del planeta y de ciudades como Santiago. A contrapelo del antiguo Iceberg, acá no se trata de mostrarle a los países del norte global la firmeza del hielo y nuestra habilidad para mantener el agua en estado sólido. Más bien, el objetivo es hacer visible, en el espacio público, la condición efímera de éste, como una manera de recordar lo pronto que puede desaparecer sino gestionamos su cuidado. 

Así como se vuelven a significar los hielos eternos del extremo sur, han ido naciendo reflexiones sobre el cobre, el desierto, la cordillera, el agua de los ríos y del océano, así como de los árboles que pueblan Chile, entre tantas otras. Sfeir indaga sobre el cobre del norte que se (re)constituye en las monedas de un centavo de euro, haciéndolas estallar para devolverlas a su belleza mineral. Guzmán cuenta la historia del desierto de Atacama, donde los astrónomos buscan las estrellas y los familiares de los detenidos desaparecidos aún buscan sus restos en la arena. Y también muestra la Cordillera de los Andes, cuya presencia milenaria nos aísla pero también guarda los recuerdos de la historia que unos intentan negar. González captura los cursos fluviales contaminados y los vuelve a poner en movimiento a través de instalaciones sonoras y una muestra microscópica del agua del río Loa. Ramirez filma el trayecto de un barco desde Valparaíso a una ciudad del norte de Francia, en su aclamado proyecto Océano 33° 02′ 47”S/ 51°04’00”N, que reflexiona sobre el territorio y el paisaje desde otra perspectiva. A su modo, el ciprés magallánico al que Boric se encaramó en su franja presidencial anuda una invitación a escuchar las raíces de los árboles y reconciliarse con la naturaleza en la toma de decisiones

Aunque muy diferentes, se trata de símbolos que asoman en el Chile de 2022 y han ido tejiendo nuevos mitos paisajísticos que acompañan el momento político presente. Así como el Chile de la transición fue narrado para significarse en el exterior, el nuevo ciclo abrió oportunidades para contar la historia, o quizás fueron las historias las que abrieron el nuevo ciclo. Este año, el país hará noticia en el extranjero al menos en dos momentos. En marzo, el Presidente Electo Boric inaugurará su gobierno y con ello echará a andar un programa de transformaciones por mayor protección del medioambiente, igualdad social y reconocimiento de las diversidades. En septiembre, la Convención Constitucional encargada de redactar la nueva Carta Magna presentará un texto final cuya aprobación será plebiscitada. Como consta más arriba, los símbolos paisajísticos que acompañan a ambos eventos ya han comenzado a conformarse y no han sido las autoridades quienes los han creado. A diferencia de 1992, esta vez no expresan solo las expectativas de las élites, sino que están más conectados con las tragedias del territorio y con ello incorporan a quienes son dejados atrás. De alguna manera, las sombras que el pasado, por estar negado, echaba sobre el mañana, aquellas que nos sumían en el presentismo y nos constreñían el futuro, han comenzando a esclarecer. Los nuevos símbolos son como linternas que alumbran el camino.  

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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