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Chile se quedó sin relato: la importancia de la narrativa para reorientar al país Opinión

Chile se quedó sin relato: la importancia de la narrativa para reorientar al país

Ignacio Riffo Pavón
Por : Ignacio Riffo Pavón Investigador Fondecyt de postdoctorado en la Facultad de Gobierno, Economía y Comunicaciones de la Universidad Central (UCEN).
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El elemento cardinal que cohesiona a las sociedades es el relato. Es la narrativa donde se albergan las historias, sueños, desafíos y proyectos en común de un determinado pueblo. El relato es una gramática que orienta y delimita los marcos de acción de los sujetos que componen una sociedad. Además, tiene la capacidad de precisar roles, deberes y responsabilidades sociales. Es una suerte de libreto compartido que es memorizado o, más bien, integrado en el imaginario de una sociedad. En rigor, para la existencia de una sociedad coherente, plausible y armoniosa, esta debe contar con unos relatos legitimados ampliamente. En este plano simbólico, el relato se sitúa como el acuerdo tácito donde se urden la organización y la interrelación de las personas en sociedad. Poniendo un acento en el relato mítico, Mircea Eliade apuntaba que el mito es una historia ejemplar y significativa que provee los modelos para el comportamiento y las prácticas humanas. 

El historiador y filósofo del célebre libro Sapiens: de animales a dioses, Yuval Noah Harari, señala que la capacidad imaginativa y narrativa de contar historias fue lo que permitió que el Homo sapiens pudiese organizarse en amplios grupos. Es el relato lo que facilita la organización y cooperación entre individuos desconocidos, pero que habitan un mismo territorio. En este sentido, son los relatos instituidos los que refuerzan la convicción de conseguir objetivos comunes y que la sociedad se constituya como un sistema cohesionado.  

La inexistencia de un relato fuertemente instituido o la presencia de relatos caducos e inconsistentes (como el de la meritocracia en Chile), provoca que las sociedades manifiesten síntomas de desarticulación, apatía y desinterés. Así, las sociedades se mueven por inercia y deambulan en búsqueda de sentido. Los habitantes del territorio experimentan una suerte de vacío, solitud y desconfianza interpersonal. En este escenario ruge el individualismo y el recelo por el Otro, pues no hay una narrativa que los aglomere ni que les otorgue sentido existencial. 

La encuesta Plaza Pública de Cadem, publicada el 30 de octubre de 2022, develó que un 52% de las personas consultadas se siente pesimista sobre el futuro del país –el nivel más elevado desde enero de 2015, fecha en que se inició este tipo de medición– y, además, se registró que el 71% cree que Chile va por mal camino. La interpretación a estos resultados permite suponer que Chile se halla en un momento histórico carente de rumbo. Esto se atribuye a la carencia de relatos contundentes que procuren de seguridad y certidumbre en el día a día de la ciudadanía. El relato orienta, es una brújula, un guía, pero cuando este no existe o adolece de carencia de legitimidad, las sociedades peregrinan desorientadas. La sociedad, en este caso la chilena, necesita de relatos extensamente consensuados que provean de certezas, de una hoja de ruta que demarque el tránsito a seguir.

Actualmente, Chile presenta un agotamiento y carencia de relatos, cuestión que se puede observar en la fragmentación social y la polarización actual. Desde el fin de la dictadura cívico-militar, la década de los 90 estuvo marcada por una narrativa que apelaba a cuidar y fortalecer la democracia. Se asentaba en los valores democráticos de estabilidad política, libertad, tolerancia y pluralismo. Este relato trascendía la orientación política partidaria y permitía que Chile se viese hacia el exterior como un país saludable, confiable y fortalecido.

Asimismo, a finales de los 90 e inicios del 2000, se puede reconocer el relato de un país sobresaliente en proyectos de obras públicas. Esta narración planteaba el objetivo y el acuerdo de ser líderes latinoamericanos en la construcción de carreteras y sendos proyectos viales. En torno a este relato, que fijaba una ruta consensuada, se lograron levantar importantes proyectos de infraestructura en el país. La sociedad chilena reconoce, divulga y se enorgullece del buen estado de las autopistas y de las mejoras en conectividad. Incluso este relato se materializó discursivamente en el eslogan “Obras que unen chilenos”. Esta cuestión encumbra colateralmente el valor de la unidad, el cual se concretiza en la edificación de infraestructuras que interconectan al país.

A nivel propositivo, a partir de la crisis medioambiental, es posible construir un relato que considere a Chile como un país referente en la lucha en contra del cambio climático. La ideación de Chile por el medioambiente, puede encumbrar al país como referente en el combate frente a esta emergencia de carácter global. Narrativamente es factible urdir un tejido argumental, en el cual el pequeño país del sur del mundo asienta sus esfuerzos en desafiar al gran problema por el que atraviesa la sociedad actual. Cuestión no menos importante, esta propuesta de relato debe trascender a todos los actores sociales y, además, instar a que el amplio espectro de la clase política pueda plasmar un acuerdo a largo plazo que suscite la cooperación, organización y cohesión del país. 

Para ello, basándose en la particular geografía del territorio, Chile podría autoinstituirse como líder latinoamericano en la construcción de infraestructura para la producción de energías renovables, tales como la eólica y la solar. Seguidamente, gracias a esta propuesta de relato cohesionador, se pueden generar políticas públicas pioneras y audaces para contribuir en la preservación de la naturaleza. A la vez que elaborar proyectos a corto y largo plazo, que permitan a la ciudadanía sobrellevar los impactos del cambio climático y las transformaciones en el ecosistema, que la comunidad científica alerta desde hace algunos años.    

Específicamente, este relato que podría configurarse a partir de la crisis medioambiental, puede conectar con diversas subjetividades y alcanzar un consenso ampliado entre los numerosos grupos políticos del país, puesto que las migraciones climáticas, la escasez de agua, las olas de calor, la sequía o el aumento del nivel del océano son problemáticas que afectan a cada habitante del territorio. 

La propuesta en torno a este relato es solo uno de los tantos otros que se pueden configurar. Por ello, se invita a los distintos actores sociales a impulsar un trabajo en la construcción de relatos amplios y simbólicamente contundentes, así como intentar salir de la mera construcción de narrativas mezquinas configuradas por los partidos políticos con fines electorales y cortoplacistas. Sino por el contrario, apelar a relatos trascendentes que se anclen en el imaginario de chilenos y chilenas para así otorgar sentido cotidiano a sus prácticas, desafíos y sueños. Parafraseando al intelectual greco-francés, Cornelius Castoriadis, las sociedades son lo que son gracias a las significaciones que comparten en su imaginario social. Es decir, el relato se establece como la arquitectura compartida capaz de agrupar las diferencias y, al mismo tiempo, asegurar la unidad, la convivencia, la paz social y el proyecto colectivo del país, donde se plasman un horizonte común y una ética consensuada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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