Estos primeros días del año marcan con singular fuerza un fenómeno que se viene haciendo presente en nuestro país, pero también a nivel internacional: la insurrección de sectores ultraderechistas, puesta dramáticamente en evidencia con el asalto a las sedes de los poderes del Estado en Brasil.
Si esta fue una copia calcada de la toma del Capitolio del 6 de enero de 2020, en Chile los constantes acosos a los parlamentarios que se encuentran elaborando el nuevo diseño constitucional en Chile siguen también fielmente este libreto. El llamado “Team Patriota”, republicanos y sectores del Partido de la Gente representan este espíritu insurreccional, cuyas manifestaciones pueden seguir agravándose en Chile.
Y caldo de cultivo para la proliferación de estos grupos existe de sobra: el aumento de las cifras de delincuencia, la inmigración incontrolada, las insuficientes señales de recuperación económica y, no en último término, las “desprolijidades” cometidas por el gobierno al decretar los recientes indultos, que cuestionaron el corazón mismo del poder presidencial, conforman –junto al desprestigio general de las instituciones- un cóctel explosivo que puede poner en serio riesgo la estabilidad democrática de nuestro país.
La pregunta clave, entonces, es si será posible contrarrestar este avance de la ultraderecha y quiénes serían los actores políticos encargados de hacerlo.
En el día de hoy, las perspectivas aparecen como poco promisorias, sobre todo si tomamos en cuenta que:
Los sectores más de izquierda del gobierno parecen no haber entendido aún el resultado del plebiscito y tienden a atrincherarse en posiciones ideologizadas e inconducentes, sobre todo en las redes sociales.
El llamado Socialismo Democrático ha logrado ir consolidándose como factor influyente en el gobierno, pero sus aportes en materia de seguridad se vieron severamente deslegitimados por los indultos presidenciales. Mientras tanto, la política económica diseñada por el ministro de Hacienda sufre constantes embates desde sectores populistas y del propio oficialismo.
Las fuerzas políticas “nuevas”, que llevaron la voz cantante en el triunfo del Rechazo, como Demócratas y Amarillos, ni siquiera han logrado reunir las firmas para consolidarse como partidos, por lo cual pueden perder toda relevancia como actores gravitantes.
Pero lo más determinante es que la alianza clásica de la derecha, Chile Vamos, no ha dado aún muestras suficientes de querer distanciarse del partido Republicano y otras fuerzas de ultraderecha, pese a los insultos que reciben a diario de su parte. Solo algunos exponentes lo han planteado hasta ahora en forma más bien aislada.
Es que la tentación es demasiado grande. Porque tal como van las cosas, una alianza con la ultraderecha, azuzada además por los medios de prensa conservadores, les podría permitir un triunfo abrumador en las próximas contiendas electorales. Las consecuencias posteriores, sin embargo, pueden ser fatales para una derecha pretendidamente social y liberal.
Con todo, ante este ominoso panorama, ya es un gran logro instalar un itinerario constitucional consensuado, como parece confirmarse. Pero los resultados electorales que acompañen este proceso aún están teñidos de incertidumbre.
Finalmente nos puede suceder, por tanto, lo ya ocurrido en Estados Unidos, Brasil, Hungría, Filipinas, El Salvador y, recientemente, Italia. Tampoco sería el fin del mundo, pero sí implicaría un riesgo considerable e inmerecido para la democracia en Chile. Una derrota más para la clase política de nuestro país.