
“Exterminio: 28 años después”, la revitalización del género zombie
Luego de 22 años del estreno de Exterminio (28 Días Después) Danny Boyle y Alex Garland regresan con la tercera parte de esta saga. Aunque la nueva entrega tiene ciertas irregularidades, también ofrece elementos destacables que merecen ser mencionados.
Clásicos como La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero o The Evil Dead (1981) de Sam Raimi sentaron las bases del subgénero de terror zombie. Sin embargo, cuando parecía que el género había perdido fuerza y se le daba por muerto, en 2002 Danny Boyle y Alex Garland lo revitalizaron con 28 días después, una propuesta fresca que rompió con las convenciones tradicionales. En lugar de los típicos zombies lentos y torpes, presentaron infectados rápidos y violentos y centraron la narrativa en la supervivencia humana más que en el terror puro. Este enfoque sería luego adoptado por numerosas películas y series.
28 Años Después es la tercera entrega de esta saga post-apocalíptica, precedida por 28 Días Después (2002) y por 28 Semanas Después (2007). Como su título lo indica, la historia se sitúa casi tres décadas más tarde del brote inicial del virus de la rabia que arrasó a la población del Reino Unido.
La trama sigue a un grupo de sobrevivientes que ha logrado establecer una vida relativamente estable en una pequeña isla, conectada al territorio británico por una ruta fuertemente custodiada y accesible solo en momentos determinados. Esta comunidad vive bajo estricta cuarentena, luchando día a día por mantener el orden en un entorno donde la amenaza de los infectados aún está lejos de desaparecer. En ese contexto, un padre y su hijo, como parte de un ritual, deciden abandonar la isla para cazar infectados. Durante la exploración, descubren que los infectados han mutado, y que ahora existen distintos tipos, casi como si pertenecieran a clases sociales diferenciadas.

Aunque la película presenta ciertos altibajos narrativos y me parece algo irregular en su desarrollo, hay varios aspectos positivos que vale la pena destacar. Impresiona especialmente la energía con la que Danny Boyle dirige algunas escenas, sobre todo las secuencias de acción o aquellas que muestran las muertes de los infectados. Ese dinamismo tan característico de su estilo, ya presente en sus filmes más emblemáticos como Trainspotting (1996) y Slumdog Millionaire (2008), vuelve a estar presente aquí, acompañado de un montaje magistral, una puesta en escena poderosa y llena de personalidad. Boyle utiliza recursos visuales como cortes abruptos, giros de cámara de 360 grados y un audaz uso de los “freeze frames”, que le dan a la película un aire experimental y renovado dentro del género zombi. Esta libertad formal le sienta bien, aportando una originalidad que se agradece.
Otro aspecto interesante es la decisión de filmar la mayor parte de la película con iPhones 15 Max. Esta elección técnica le imprime un tono casi documental que contrasta con la fantasía de la trama, generando una sensación de realismo crudo e innovador para una producción de este calibre. Si bien ya existían antecedentes en el cine independiente como Tangerine (2015) de Sean Baker o Unsane (2018) de Steven Soderbergh, 28 años después se convierte en la primera gran producción en adoptar este enfoque.
En esta nueva entrega, Boyle introduce algunas metáforas políticas, como el aislamiento de la isla en clara alusión al Brexit. Incluso él mismo lo menciona en una entrevista: “nos dio la idea de una gran isla aislada que se aleja del mundo”. Por momentos, la película también evoca los tiempos del COVID-19, con cuarentenas y confinamientos, aunque estas ideas no siempre se desarrollan con la fuerza esperada. Ya que simplifica en exceso la complejidad de una decisión política tan extrema como el Brexit, lo que hace que se sienta algo forzado y carente de la sutileza necesaria para transmitir su mensaje con profundidad. La película tal vez habría funcionado mejor si se hubiese estrenado justo en la postpandemia. Un detalle llamativo es el uso al inicio del filme de una grabación del poema “Boots” de Rudyard Kipling, leído por el actor Taylor Holmes en 1915. Su ritmo repetitivo revive la marcha incesante de los soldados británicos durante la Guerra de los Boers y ha sido utilizado por el ejército estadounidense para simular la angustia del cautiverio. Su inclusión en la película no es casual: representa una elección simbólica cargada de significado.

En cuanto al tono, la película presenta secuencias gore explícitas y brutalmente violentas, con sangre a chorros. Estas escenas intensas se equilibran con momentos de drama más íntimo y pausado. Sin embargo, esa alternancia de registros puede alejar emocionalmente al espectador de la historia, especialmente cuando la narrativa se acerca demasiado a lo sentimental.
Dado que esta es la primera entrega de una nueva trilogía en desarrollo, la historia queda algo inconclusa. La próxima película estará dirigida por Nia DaCosta, responsable del remake de Candyman en 2021 y se espera para enero de 2026. Ojalá logre capturar la misma energía que Boyle registró en esta.
A pesar de no conectar del todo con la propuesta y de sus irregularidades, la película aporta algo fresco al género. Si les gustan los zombis y el cine de horror, les recomiendo ir a verla al cine.
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