
EE.UU.: una democracia bajo asedio
Llama la atención que, en esta cruzada por ganar la batalla cultural, se violen flagrantemente libertades tan básicas como la libertad de expresión o de tránsito, sin que ello encienda alarmas generalizadas en torno a la erosión democrática de “la tierra de las libertades”.
Incluso más que en su primer periodo, la administración Trump parece abocada a dar la “batalla cultural” que tanto obsesiona a las derechas radicales. Por medio de “órdenes ejecutivas”, como ha sido la tónica de su gestión, ha arremetido de diversas formas contra instituciones educacionales y culturales que promoverían valores contrarios a los de la actual administración.
Entre las educacionales, el Gobierno de Estados Unidos se encuentra dando una batalla en dos frentes: por una parte, ha restringido fondos federales para algunas universidades (siendo el caso más notorio el de la Universidad de Columbia), como forma de presionar para que, entre otras cosas, reformen sus códigos de conducta y aumenten la persecución del antisemitismo, revisen sus currículums, de forma de intervenir directamente en departamentos como los de estudios de Medio Oriente o no permitan personas transgénero en sus equipos deportivos.
Paralelamente, ha iniciado una persecución de tintes macartistas contra estudiantes que hubiesen manifestado opiniones pro Palestina, incluyendo su deportación, revocación de visas, entre otras medidas.
En el plano cultural, el Gobierno emitió una orden que busca que ciertos museos, incluyendo el Smithsonian, dejen de ser –lo que denominan– “lugares de adoctrinamiento ideológico” que transmiten una versión “divisiva e ideológicamente racializada” de la sociedad estadounidense. Con ello, se restauraría la “verdad y la sanidad en la historia americana”.
El grado de discrecionalidad de la orden ejecutiva impide anticipar la dimensión de esta reestructuración, pero ya se canceló una exhibición en el Museo de Historia de las Mujeres por reconocer como tales a mujeres trans.
Los dos planos, con sus diferencias, consisten en menoscabar espacios civiles de control democrático y lograr la aquiescencia de instituciones que puedan actuar como fronteras en esta “batalla cultural”. En Chile, cuando el último Gobierno de Sebastián Piñera quiso nombrar en el Ministerio de las Culturas a Mauricio Rojas, quien se había referido en términos derogatorios al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, la gente se congregó en masa en el mismo museo en manifestación de rechazo.
Siempre debe destacarse que preservar la memoria no es un acto asimilable a borrarla, ni defender el Museo de la Memoria es una imposición de una historia única, como arguyen las derechas radicales. Muy por el contrario, es contar una historia que de otra manera no tendría cabida, pues tuvo que abrirse paso contra la resistencia del Estado, de la prensa y de las estructuras de poder.
Sin ir más lejos, es una historia que aún no se cierra, porque hay pactos de silencio que protegen a los victimarios. Lo mismo ocurre en Estados Unidos, en que hablar de las desigualdades raciales es todavía muy necesario en aras de superarlas.
Por último, llama la atención que, en esta cruzada por ganar la batalla cultural, se violen flagrantemente libertades tan básicas como la libertad de expresión o de tránsito, sin que ello encienda alarmas generalizadas en torno a la erosión democrática de “la tierra de las libertades”. Las detenciones de estudiantes se realizan, muchas veces, sin la debida protección de sus universidades, temerosas estas de perder financiamiento de instituciones gubernamentales o cercanas al Gobierno.
Un video reciente permitió constatar que una de las detenciones se realizó por autoridades a cara cubierta, sin leerle a la persona sus derechos ni anunciarle los cargos por los que estaba siendo detenida. Una vez en custodia de la autoridad, un juez emitió la orden de que la detenida no fuera sacada de Massachusetts, cuestión que fue desobedecida flagrantemente por la autoridad, sin consecuencia alguna.
Todo lo anterior ocurre ante una alarma tibia de la prensa y un silencio ensordecedor por parte del establishment del Partido Demócrata, poniendo en serio riesgo los estándares democráticos de la principal potencia mundial.
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