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Bernardo Atxaga: «Yo me voy a morir escribiendo en lengua vasca»

El autor de El hijo del acordeonista lleva más de cien mil ejemplares vendidos de su última novela. Ahora, anuncia, abandona el mundo de sus ficciones, Obaba, para asumir nuevas temáticas y geografías. pero siempre desde el euskera. El próximo año publicará su obra Doce casas en París.


Cuando quiere recordar algo, cierra los ojos. Como si pudiera de ese modo mirar hacia adentro, y encontrar en quién sabe qué compartimento, un nombre, una fecha, una palabra, una metáfora. Cierra los ojos y frunce el ceño. Habla, y esa sucesión de conceptos es un recorrido que lo acerca a lo que busca. Hasta que lo encuentra. Sólo entonces levanta otra vez los párpados.



Se explica con ejemplos, con fábulas, con cuentos. Alude constantemente a la poesía, cita ciudades, trae al español sonidos del francés, del inglés, del euskera. Dice que las palabras remiten a un paisaje. Y que esos paisajes están también en su última novela, El hijo del acordeonista.



Lleva ya varias semanas de gira. Chile es la última parada de una experiencia que -asegura con mucho humor- es "irrepetible". Quiere llegar a casa para retomar la escritura de su próximo libro de relatos, pero sabe que estará lleno de recados y cartas. Amenaza con no abrir ninguna para poder trabajar tranquilo, pero luego se arrepiente, porque se asume curioso. Su nuevo trabajo, eso sí, se aparta de la temática vasca, y de su geografía. Es una nueva etapa, que se está gestando desde hace un tiempo, pero que debería ser publicada el próximo año.



El hijo del acordeonista cierra el círculo de la literatura ambientada en el pueblo de Obaba, y de qué modo. Con una historia íntima, sutil, que aborda el conflicto vasco, pero desde la subjetividad pura, y como un modo de poner en el tapete temas que trascienden a la política. Una subjetividad que le ha valido no pocas polémicas en torno al tema de si es o no ‘real’ su mirada sobre el mundo vasco.



Se ha dicho que esta es tu novela más personal, que es muy autobiográfica e incluso se ha hablado de "autoficción" para referirte a ella. ¿Te molesta que el libro sea leído intentando leerte a ti, de alguna manera?
– No me molesta. Eso significa, en otras palabras, que voy a ras de experiencia, es decir, que yo parto de un material que para mí es siempre cercano. Si digo que una metralleta se cae en una cocina y que las balas saltan como canicas no estoy inventando, lo he visto. Cuando hablo de un personaje no me valgo únicamente de mi propia experiencia, sino también la de mis 27 amigos, que están en el fondo de los personajes con que hice mi novela. Autoficción para nada. Es un concepto erróneo, porque da a entender que podríamos escribir sobre nuestra propia vida sin ficción. Mentira. Es muy difícil escribir sobre la realidad, porque la realidad no se deja nombrar. No hago autoficción porque nadie es capaz de hablar de su propia experiencia y luego decir ‘ahora voy a ponerle un poco de ficción’. Yo intento encontrar la verdad de mi experiencia en la enmarañada trama de la realidad. El otro lado del misterio se llama complejidad, y yo intento entrar en esa complejidad. Pero si puedo, no hago ficción. Lo que pasa es que es imposible.



Entonces sería una redundancia decir ‘autoficción’.
– Eso es. La literatura se sitúa en un terreno entre la experiencia real -como si te caes y te sangra la rodilla-, que es el fenómeno, y el sueño, que tiene una relación con la realidad. Anoche, por ejemplo, soñé que estaba en la nieve de mi pueblo natal, y eso tiene que ver con que ayer pasé por la cordillera de Los Andes. Hay un hilo, pero es de difícil explicación. Entre esos dos intermedios se sitúa la literatura; a veces más cerca del sueño y a veces, del suelo.



Se ha dicho también que en esta novela escribes, de algún modo, para tus muertos, para los que no están. ¿Es cierto?
– En realidad eso debe venir de una declaración mía que recuerda un encuentro que tuve con un poeta japonés. Hablando sobre escritores que él había conocido, me dijo: ‘es gente muy cercana, porque para mí la literatura es una conversación con los muertos’. En mi caso, no quiero situarme en ese tono mayor. Escribo, en principio, para gente que, creo, se encuentra en la misma nave espacial que yo. También sé que cuando uno escribe, encuentra muchas clases de lectores; yo firmo libros de gente muy variada, y eso es estupendo.



Se ha hablado bastante acerca de si tu libro ilustra fehacientemente o no el conflicto vasco. Leyendo la novela me pareció que el recorrido que haces es más intimista que ideológico, histórico o sociológico.
– Estoy completamente de acuerdo. ¿Sabes qué ocurre? Que a veces la gente lee según su propia manía. A la literatura política le doy cierto pie, pero luego viene mi condición de vasco, de persona que interviene. Creo que tienes razón, y que además a la mayoría de los lectores, que son más de cien mil, le deben aparecer los temas que a mí me importan. No encuentro sentido a escribir algo ilustrativo en literatura. Una crónica, un libro de sociología, uno de teoría política pueden hacerlo. Para mí, en el fondo de toda escritura está lo poético, los temas de todos: la amistad, la traición, el amor, el infierno, cómo se sale del infierno, la rotura interna. Temas absolutamente íntimos. Claro, para llegar a ellos, recorro el camino que mejor he conocido. Quienes quieren ver la superficie política es porque tienen ganas de entenderlo así. Es como decir que porque en la historia del primer americano de Obaba empezamos con el peso y acabamos con el peso, uno de mis temas es la dieta. Es como delirante.



"Las palabras son rastros de vida"



El hijo del acordeonista es la historia de dos amigos. Un trayecto del mundo antiguo, de la juventud, a la modernidad. El tránsito doloroso por la violencia, la muerte, la traición y el amor. Se inicia con la muerte de David, el hijo del acordeonista, en Estados Unidos. Él ha dejado escritas sus memorias. A partir de este hecho, su amigo, Joseba, decide ampliarlas y complementarlas, hasta constituir, los dos, una misma trama.



El protagonista, Joseba, tiene una cierta fijación con las palabras. David igual, específicamente con el euskera. También el narrador, puesto que cada frase que pone en otro idioma -inglés o francés- es traducida de inmediato. ¿Cuál es tu relación con las palabras y el lenguaje, como signo de identidad?
– Yo establezco una especie de lenguaje neutro. Lo más aproximado sería el lenguaje de una traducción y lo más lejano sería el lenguaje que se recoge en cada lugar. Yo quiero establecer una superficie que sería un lenguaje sin connotaciones, sin particularismos. Hago esto porque entonces, de vez en cuando puedo hacer emerger de vez en cuando los lenguajes que están debajo. De repente emerge una punta del inglés, del francés, de un dialecto. A esto le llamo ‘lenguaje con paisaje’. Si en un momento sale el dialectalismo, es como si dijeras ‘cuidado, que la acción de este momento es en otro lugar, en otra lengua’. Así lo uso como narrador. Los personajes tienen una relación más poético-elegíaca, en el sentido de que hablan de las palabras como monumentos, recuerdos de una vida que tuvieron. Son las marcas que deja la vida que fue. La sustancia orgánica de las palabras se ha desecado y es como las caparazones de los insectos muertos: ya no pesan nada. En la preocupación por las palabras está la preocupación por la vida. A mí, las palabras sólo me interesan como el envés de la vida, como rastros de vida.



David entierra las palabras queriendo enterrar un recuerdo, pero luego viene Joseba y las desentierra; entonces, estas caparazones de las que hablas de nuevo adquieren otra sustancia
– Sí. Yo digo que en los libros hay una superficie; quizá lo más importante de un libro sea lo superficial. Eso no quiere decir que sólo haya superficie. Para ir más allá de la anécdota, el escritor usa los sustratos. Y será invisible, pero todo libro está recorrido por un emblema, que es el emblema de la muerte y la resurrección. El emblema es el sepulcro con una mariposa. Hay una muerte por un lado, pero algo nace por el otro.





La testarudez como virtud



Has dicho que cierras el ciclo con Obaba como mundo de referencia. Ahora que te vas de Obaba, ¿te vas también del euskera?
– No, no tiene que ver. Creo que la testarudez es una virtud. Los personajes más detestables son esos bailarines que han estudiado en el Bolshoi de Rusia, a los que les han pagado todo, y luego se van a bailar a la ciudad de Milwaukee para ganar más dinero. Creo que la lealtad es una gran virtud, y yo soy leal no sólo a mis afectos familiares; soy leal al poeta Gabriel Aresti, que es el poeta que a mí me empujó, soy leal a los de la revista en la que me formé y a los lectores que me leyeron durante mis primeros 15 años como escritor. Yo moriré escribiendo en lengua vasca. Mucha gente piensa que esta actitud va acompañada de una cerrazón, pero uno puede ser cerrado en mil lenguas. Yo no soy cerrado: escribo en lengua vasca y luego sumo, porque se traduce a otras lenguas.
El abandono del mundo de Obaba es abandono, por ejemplo, de estos 27 amigos, y fijarme en otros.



¿Es un cambio de temática también?
– Sí. Y ya ha ido saliendo. Tengo un cuento sobre Teresa – un personaje de la novela-, en el que investigo qué ocurre con su cojera y hablo de cuestiones mucho más internas. Doce casas en Francia se va a llamar mi próximo libro, y son doce relatos en los que se habla de otras cosas. Hay un cuento de un traductor que tiene un accidente, y es abandonado por su pareja. Decide volver a París y es su historia. Es un libro que se publica el próximo año.



¿Qué significó para ti el hecho de que tu novela, tan bien acogido en el mundo vasco, haya comenzado su vida en español de un modo tal polémico?
– Curiosamente Chile es el único lugar en el que perdura esta polémica, no sé por qué. Supongo que por alguna ‘capilla’ literaria que anda por ahí. Han pasado ocho meses, y la acogida ha sido extraordinaria, con una excepción en el firmamento, que es la del crítico de Babelia. Pero una golondrina no hace verano.
Además, no creas que en el mundo vasco ha sido tan bien acogida; es igual que en castellano, el libro ha tenido una acogida extraordinaria por parte de la gente, de los críticos. Pero ha sido bien acogida después del ataque que sufrí por parte de los nacionalistas extremos. Yo tengo problemas con los extremismos, pero fuera de ellos, nunca en mi vida un libro había generado este impacto emocional.

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