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Nivia Palma: «Si hay que poner la cabeza la voy a poner yo, no el resto»

La sucesora de Clara Budnik adelanta que el énfasis de su gestión estará puesto en la modernización de los museos y archivos, así como en una redefinición del concepto de patrimonio y su importancia. Asegura que cultivará el bajo perfil pero que, de haber conflictos, será ella la primera en poner la cara y enfrentarlos.


Llega a paso acelerado a su oficina. Ha bajado dos kilos en casi tres semanas; sólo un día tuvo libre su hora de almuerzo y la mayoría de las veces sólo come un sándwich entre quehaceres. ‘Me quieren matar’, bromea, y dice que confía en que se trate sólo del primer tiempo. La ex directora del Fondart es ahora la flamante cabeza de la Dibam, y aunque lleva apenas unos días, ya tiene claras las directrices de su gestión.



Su nombre circuló como una de las más seguras candidatas para ocupar el cargo de ministra de Cultura, antes de la designación de Paulina Urrutia. Ella, dice, nunca lo pensó demasiado en serio y, por lo demás, estaba por esos días en menesteres bastante más personales: acababa de casarse con su pareja desde hace 14 años. "Estaba en otra, mi tema era ése", explica.



Ahora, frente a la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos trabaja en las nuevas prioridades de la institución: la modernización y descentralización de museos y archivos y la complementación del concepto de patrimonio. Sabe que para muchos de esos propósitos se requerirá un cambio de legislación, pero está resuelta a lograrlo.



Advierte que cultivará el bajo perfil, como lo ha hecho en otros cargos, salvo en casos de conflicto. Su experiencia, en este sentido, la avala: en el 2003 renunció al Fondart, tras la polémica generada por la controvertida obra teatral "Prat", a la que se entregaron fondos del Estado, y que Palma apoyó de modo irrestricto. Durante la conversación, de hecho, no elude ningún tema, y habla de los costos que en su momento le acarreó esa decisión.





-En algún momento se habló de que usted era una de las candidatas casi seguras como ministra de Cultura. ¿Esperaba ese cargo, en lo más íntimo?
-Me pareció increíble que mi nombre apareciera en la prensa como posible ministra de Cultura. Me quiero mucho a mí misma, y me tengo un gran respeto, pero nunca me imaginé tener ese cargo, porque habitualmente los ocupan personas de una trayectoria y una envergadura intelectual significativa. Me parecía impactante que apareciera mi nombre, y lo veía muy difícil. Si hubiera ocurrido, me habría parecido un honor excesivo; habría sido muy bueno, pero mi sensación es que hacer otras cosas antes de llegar a ese cargo.



-¿Y qué le pareció el nombramiento de Paulina Urrutia, que no era exactamente el nombre que más sonaba, y que tampoco tiene una filiación política?
-Cuando me enteré, me sonreí mucho, porque creo que fui una de las pocas personas que dijeron que lo más probable era que la nominaran a ella. Ella reúne un conjunto de condiciones que hacían factible que eso ocurriera: es una actriz de teatro destacadísima, tiene una larga trayectoria como dirigente gremial y cumplió un papel muy importante en la discusión sobre la nueva institucionalidad cultural y su instauración. Incluso muchos imaginamos que cuando se firmó la Ley de Cultura el presidente Lagos iba a nombrarla como ministra, porque habría sido un desenlace natural. Además fue la gran impulsora de los trabajadores de la cultura, y tiene un liderazgo legitimado. Representa un mundo independiente dentro de la ciudadanía, y me alegré muchísimo. No lo viví como un duelo para nada.



-Clara Budnik, tal vez por su personalidad y su energía, era muy visible mediáticamente, como cabeza de la Dibam. ¿No es un desafío marcar presencia, después de ella?
-Creo que Clara no buscó eso, pero su personalidad le permitía una relación mucho más fluida en esos términos. Yo soy más de trabajar hacia adentro, de consolidar procesos. Mi preocupación no es cómo comunico y aparezco, sino cómo la institución comunica. Creo que diez años de gestión en el Fondart y diez años en el Fondo del Libro dieron cuenta de eso; mucha gente ni se enteró de que cuando se dictó la ley 19.227 -que crea en Fondo del Libro- a mí me entregaron esa tarea, y estuve diez años trabajando. Yo me preocupé de que apareciera en Consejo, y no yo, porque importaba el proceso, no aparecer. Lo mismo hice con el Fondart. Sólo cuando había que dar la cara yo aparecía, porque nunca le he tenido miedo a enfrentar los conflictos y hacerme responsable, sobre todo en los momentos duros. Tiene que ver con estructuras personales: creo mucho en lo colectivo, y he trabajado con mucha gente para potenciar los liderazgos específicos. No es un temor de que mi imagen sea dañada, porque justamente aparezco cuando hay polémica. Cuando haya problemas en la Dibam, ustedes me van a ver, voy a poner la cara con todo, y si hay que poner l cabeza la voy a poner yo, no el resto de la gente. En las demás dimensiones, la institución es la que tiene que mostrarse.



»En algunos circuitos tuve vetos»



-Su salida del Fondart, según usted dijo, fue motivada por un asunto de valores, y sin cálculo político; sin embargo, a la larga demostró ser una carta bien jugada. ¿Hoy se enorgullece de haber tomado esa decisión?
-No es orgullo, es tener conciencia de haber hecho lo correcto. No me he arrepentido jamás. No hubo ningún cálculo, tuve pérdidas importantes, primero porque dejé de trabajar con un grupo humano al que quería mucho; además, de la noche a la mañana me encontré sin ingresos, y eso no es un tema menor. Debo reconocer también que en algunos circuitos yo tuve vetos después de eso, y los sentí. Yo no era bien acogida, incluso en algunos lugares de Gobierno; no fue fácil, yo pagué costos, pero creo que fueron pequeños al lado de haber tenido consistencia conmigo misma y de haber actuado con lealtad respecto de un grupo de gente muy joven que estaba haciendo teatro, y que incluso tuvo amenazas de muerte. Creo que haber sido leal con ellos es también haber sido leal con mi propia historia de joven y con mi historia política. En cualquier caso, no creo que eso tenga que ver con que yo esté hoy acá, podría no haber ocurrido y yo estaría igual acá, no es que yo haya hecho carrera con eso.



-Pero sentó un precedente acerca de su carácter o de su consecuencia.
-Sí. Creo que ese gesto -hecho desde la conciencia más profunda-, me ha significado un cariño enorme respecto de gente que me conocía poco pero que desde ahí tuvo conmigo una relación de afecto y respeto muy grande. Claro, fue un capital, pero humano, no político, y da credibilidad.



-La salida del Fondart fue motivada -oficialmente- por un llamado a la ‘prudencia’ que usted no habría acogido. ¿Qué va a pasar con esa ‘prudencia’ ahora que usted está a la cabeza de la Dibam?
-No fue un llamado a la prudencia lo que se me hizo, fue una censura. Yo siempre he sido una persona muy prudente, muy responsable en mi vida personal y pública. Si estuve 10 años en el Fondart es porque fui prudente y responsable, si no, me habrían sacado. Como tengo una experiencia política larga, en términos de militancia, tengo muy claro el sentido de la prudencia y la responsabilidad.



Revalorar el patrimonio



-La Dibam es una máquina bien engrasada, que recibió un premio a la excelencia y marcha sobre ruedas. ¿Eso lo toma como una garantía o como un riesgo?
-Siento que es un honor que me emocionó en su momento. Efectivamente, es una institución en un punto de gran excelencia, no tiene que redefinirse ni modernizarse, y eso es muy grato, para qué estamos con cosas. Pero también es una oportunidad para ocuparse de otros temas indispensables para la etapa que viene. Así como hubo un énfasis muy fuerte en la modernización en ciertos campos, en la transformación de las bibliotecas públicas, creo que a mí me corresponde conducir un proceso de modernización de la legislación de monumentos nacionales, reforzar la idea de que el patrimonio es un concepto más integral y complejo, desentramparnos de la definición que tenemos de patrimonio, cuando la Unesco ya ha avanzado muchísimo al respecto. Creo, también, que viene una tarea importante con los museos del país, en términos de reconceptualizarlos en su misión y relación con la comunidad. Además tenemos que enfrentar el tema de los archivos como parte de nuestra memoria. No es posible que hoy día tengamos un solo archivo nacional; tenemos que pensar en la descentralización como una tarea necesaria, hay que devolverle parte de la memoria a las regiones, no tiene por qué estar todo en Santiago. Eso requiere modificaciones legales, pero es una gran oportunidad para el país. Creo que hay un desafío muy grande, que enfrento con equipos humanos tremendamente calificados.



-Eso significa que el énfasis en la gestión va a cambiar de centro, de las bibliotecas y su modernización hacia los museos y archivos, principalmente.
-Se hizo mucho en bibliotecas, y eso se va a profundizar. Hay 31 comunas que todavía no tienen biblioteca pública, y el compromiso de la Presidenta es que para el fin de su mandato todas las comunas tengan una biblioteca. Este año se inauguran ocho. También hay más financiamiento para comprar libros, estamos en un proceso de modernización con las nuevas tecnologías. Todo eso va a continuar, pero si hay un eje distintivo va a ser esta otra tarea que a no se ha asumido con gran envergadura porque debió optarse por bibliotecas públicas. Mi gran hilo conductor va a ser que los museos y archivos vivan ahora ese mismo proceso, y el tema de fondo es que comprendamos que el patrimonio no se reduce a los monumentos y las colecciones. Que se incorpore el patrimonio intangible -prácticas, usos, ideas-, y se le valorice.



-¿Hay líneas trazadas en términos de programas, en este sentido?
-Yo prefiero dialogarlo primero con el consejo de Monumentos Nacionales. Quiero proponerles que hagamos un plan de modernización de la legislación de monumentos nacionales y el consejo. No es posible dejar de lado el patrimonio intangible, y hay que reconocerlo. Personalmente, me encantaría que pudiéramos construir en Chile la figura de los tesoros humanos vivos, que ya existe en otros países; hay personas que en sí mismas constituyen patrimonio, y si no somos capaces de reconocerlo, el país va a perder. La legislación es muy antigua -la última modificación fue en el año ’70-, y tenemos que modernizarla. Tenemos que trabajar, también mancomunadamente, con los gobiernos regionales para dotar a los museos también de patrimonio local.

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