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No todo es economía

Bocinazos más, bocinazos menos, así es de cruda es la realidad de la política nuestra de cada día. Nadie sabe bien cuánto paga en impuestos y los que acceden a saberlo intentan por todos los medios pagar menos. Nadie se entera -a menos que compre con factura- cuánto de impuesto paga al comprar una botella de vino, un kilo de pan o un computador en el comercio.


Por Camilo Feres*



Hace algunos años, en una entrevista radial, el entonces Ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, justificó su cambio de actitud ante el subsidio a los combustibles con la afirmación de que "no todo es economía". La sentencia, además de obvia, era la constatación de la persistencia de los criterios políticos para influir sobre las decisiones de gobierno. Incluso en las carteras más técnicas de un gabinete.



Nuestro actual titular de Hacienda debe estar hoy muy de acuerdo con su predecesor (al menos en esto) ya que los impuestos, en particular los que pagan los combustibles, insisten en colarse en la agenda de Velasco con mayor fuerza incluso que la que han exhibido los pingüinos, el Transantiago y la agenda laboral.



Así como la derecha y la izquierda unidas nunca serán vencidas, con un amplio consenso político el impuesto específico a los combustibles tambalea cada vez que Velasco se asoma en el Congreso. La última concesión del Ministro fue comprometer un estudio internacional que mida el tributo y despeje la conveniencia de eliminarlo.



¿Y qué dirá dicho estudio? Probablemente nada que guste a la galería. Lo primero que constatará es que el cuestionado tributo es de los más progresivos y rendidores de nuestra estructura impositiva. Gravando principalmente a los que más tienen, su recaudación importa más de 2.000 millones de dólares al año, algo así como el 5% de los ingresos tributarios anuales.



Lo segundo que constatará tampoco tendrá buena prensa: que la inyección de recursos al Fondo de Estabilización de Precios de los Combustibles (Fepco), además de generar distorsiones en el mercado energético (incluso algunas que lesionan la decisión país de diversificar la matriz de generación), se constituyó en un subsidio "a la vena" de los que más tienen, entregando más de la mitad de los recursos (US$ 500 millones aproximadamente) al 20% más rico de la población y menos de la mitad de eso a los que menos recursos poseen.



Es probable que dicho estudio no repare, sin embargo, en algo que si ha sido parte de las estimaciones de reputados académicos locales: que en menos de un mes se aprobó el desembolso de US$ 1.000 millones para repartirlos así de regresivamente, mientras que un desembolso apenas superior a la mitad (US$ 600 millones), para apuntalar la calidad de la educación, tomó más de un año de discusión política. Incluso siendo éste el tema de mayor prevalencia en los discursos políticos de uno y otro sector.
Bocinazos más, bocinazos menos, así es de cruda es la realidad de la política nuestra de cada día. Nadie sabe bien cuánto paga en impuestos y los que acceden a saberlo intentan por todos los medios pagar menos. Nadie se entera -a menos que compre con factura- cuánto de impuesto paga al comprar una botella de vino, un kilo de pan o un computador en el comercio. Hoy la prensa se ha encargado de hacernos ver cuánto de impuesto hay en un litro de combustible y no son pocos los que se indignan al pensarlo.



Con seguridad, si se expresara en cada compra el peso que tienen los impuestos (como sucede en otras latitudes), las recientes alzas del IVA, que pagan tanto los que tienen como los que no, habrían sido un enemigo tanto más resistido que el tributo a los combustibles. Mal que mal, los que tienen poco gastan todo su sueldo en consumo (pagando el 19% de ello en impuestos), mientras que los que más tienen no se consumen al mes todo lo que ganan. Tanto mejor para ellos si además reciben una ayudita adicional para viajar en grandes 4×4 a la playa.



*Camilo Feres es analista de temas laborales

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