El duelo por una mascota puede ser igual de intenso que el que afrontamos cuando muere un familiar o un amigo. Acallarlo o disimularlo añade sufrimiento a este delicado proceso.
Una de las experiencias más duras por las que habremos de transitar es, sin duda, la muerte de nuestros familiares y amigos. Mucho se ha escrito respecto a este asunto, especialmente sobre cómo afrontamos tales pérdidas o sobre cómo reorganizamos nuestra vida para que (pese a todo) siga manteniendo su significado.
Aun con todo, a veces se nos olvida que también tenemos la capacidad de generar vínculos profundos con especies distintas a la nuestra. El ejemplo más evidente lo encontramos en los perros o en los gatos, pero no se limita exclusivamente a estos.
Son muchos quienes valoran a su mascota como un miembro más de la unidad familiar: se le asigna un nombre, se le atribuye personalidad y se compilan todas las experiencias compartidas. Incluso ocurre algo curioso: acabamos percibiéndola como distinta al resto de los individuos de su especie. Única y especial.
Todo esto nos conduce a una interesante pregunta: ¿podemos transitar por una experiencia de duelo cuando, con el devenir de los años, la muerte nos aleja de nuestra mascota? ¿Es normal sentirnos tristes en estos casos? ¿Qué nos dice la ciencia sobre este tema?
Se suele pensar que el duelo surge exclusivamente al enfrentarnos a una muerte, pero lo cierto es que no es realmente así: se trata de una vivencia con profundo calado emocional que irrumpe ante cualquier pérdida que juzguemos como relevante. Puede ser la de un ser querido; pero también la de un empleo, una relación de pareja o incluso la propia salud.
Dado que las cosas resultan valiosas en la medida en que somos capaces de atribuirles esa cualidad subjetiva, la pérdida de un animal al que queremos también puede ser objeto de duelo. Al final, lo cierto es que en este trance no hay reglas: cada cual lo vive a su manera. Por lo tanto, no cabe hacer generalizaciones sin caer en el error.
La muerte de una mascota no siempre es reconocida socialmente como una pérdida legítima. No en vano, hasta hace pocos años los animales eran tan solo herramientas para la caza, el transporte o el pastoreo. Su consideración como seres dotados de sensibilidad es reciente, pese a que los primeros indicios de domesticación se remontan a hace más de 11 000 años.
Esta incomprensión puede conducirnos a acallar nuestras emociones ante la pérdida, al prever que no será comprendida por quienes nos rodean. Surge entonces un duelo silencioso, que preferimos mantener en secreto, que carece de respaldo social y que puede desencadenar emociones muy difíciles.
Hoy en día sabemos que las pérdidas de las que no hablamos, como tristemente ocurre en los casos de suicidio o en las motivadas por enfermedades socialmente estigmatizadas, pueden complicar este delicado proceso. La pérdida de una mascota podría entrar, también, en esa categoría.
Los procesos de duelo son siempre complejos. Suponen una transición experiencial que puede transformarnos para siempre, en la que debemos poner en marcha todos nuestros recursos de afrontamiento. La resiliencia, el apoyo social o incluso las creencias espirituales (sentido de trascendencia para la propia vida) tienen aquí un papel muy importante.
La mayoría acabamos superando el proceso, esto es, recordando lo perdido sin que nos abrume un dolor insoportable. No obstante, en ocasiones se puede complicar, manteniendo durante mucho tiempo emociones tremendamente difíciles que incluso pueden llegar a degenerar en trastornos mentales.
Para muchos niños, la pérdida de su mascota constituye el primer contacto con la muerte, pues muchos padres regalan pequeños animales a sus hijos para estimular su sentido de la responsabilidad. Las explicaciones cálidas y adaptadas al nivel madurativo fraguarán en un aprendizaje muy valioso de cara a otras dificultades que habrán de afrontar en el futuro.
Es fundamental no restar importancia a lo ocurrido en estos casos, así como evitar restituir a la mascota por otra parecida para aliviar el sufrimiento inmediato del pequeño. Nuestro papel debe centrarse en comprenderle, en transmitirle que permaneceremos a su lado y en resolver las muchas preguntas que pueden surgir durante los días sucesivos a la pérdida.
Otra particularidad del duelo por una mascota es el papel que asumimos en el momento de su muerte, pues no es infrecuente que su estado de salud decline hasta el punto de que sea necesario recurrir a una eutanasia. Aunque se trata de un acto compasivo, puede generar sentimientos de culpa y pensamientos rumiativos sobre si hicimos todo cuanto estuvo en nuestras manos.
En definitiva, el duelo por la pérdida de un animal es un proceso que cuenta con amplia evidencia científica y que no debe ser ignorado ni despreciado. Incluso tiene peculiaridades que pueden hacerlo más difícil de lo que esperamos. Si nos sentimos angustiados al despedirnos de nuestra mascota, deberemos reconocer lo natural de esta emoción y afrontarla como cualquier otra pérdida relevante de nuestra vida.
Joaquín Mateu Mollá, Doctor en Psicología Clínica. Director del Máster en Gerontología y Atención Centrada en la Persona (Universidad Internacional de Valencia), Universidad Internacional de Valencia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.