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El debut literario de Boris Quercia

Miguel Wolter
Por : Miguel Wolter Licenciado en Literatura UDP
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La historia fluye atractiva. De un capítulo a otro se incorporan eventos inesperados y el cruce de personajes se va tejiendo fácil a medida que uno avanza en la lectura.


El debut literario de Boris Quercia,  conocido director de cine, actor y guionista, es una novela que se lee rápido. Marca vértigo y ritmo en su escritura y atrapa al lector desde el primer capítulo, incitándolo a seguir indagando sobre el personaje que da nombre al libro. Santiago Quiñones no es simple sino de pensamientos y recovecos,  que de inmediato marca su punto de vista y su lugar en la historia, el dónde está. Santiago, como la ciudad, se define a sí mismo a través de los lugares que recorre y las historias que lo configuran como un detective de la Policía de Investigaciones, desmarcándolo tanto del ámbito privado como de la melancolía que marca su oficio.

La historia fluye atractiva. De un capítulo a otro se incorporan eventos inesperados y el cruce de personajes se va tejiendo fácil a medida que uno avanza en la lectura. Todo comienza de madrugada, al acecho de una banda de narcotraficantes. La tensión perfila al personaje, que no tiene ganas de matar, e intercala la espera con imágenes de la mujer que está en su departamento. Las ganas de orinar lo asaltan justo en el momento de mayor tensión. Ya en acción, y contra su voluntad,  Quiñones  termina matando a uno de los narcos, para mala suerte, menor de edad.

Esta primera muerte, contraria a sus deseos,  abre la revelación del personaje acerca de la ciudad, como un espacio de rutinas invisibles, en las que conviven juventud y violencia, con la indolencia y el desapego de lo cotidiano, fatal, sordo o inesperado. “La gente comienza a salir de sus casas y agolparse en la reja del antejardín. ¿Dónde estaban cuando escuchaban los gritos de la mujer?” Es la interrogante que flota luego del operativo policial motivado por una denuncia de violencia intrafamiliar.

Esa rutina lleva al  cruce casual de Quiñones con una vendedora de seguros. Es el giro de la historia hacia un mundo de estafas, asedios de narcos y recuerdos de un pasado doloroso y fracturado, en lo personal y profesional. Todo en un estilo muy similar a la narración cinematográfica, tremendamente visual en algunos capítulos, como si estuviera pensando como guión cinematográfico.

El rati entra en un espiral que lo lleva a vínculos con seres de su pasado, salen a flote las heridas y contra corriente empieza a tocar fondo, a hacer lo que se supone no debería: en medio de carretes y tomateras vuelve a fumar,  jala y coquetea con la muerte. De esta manera, Santiago Quiñones nos presenta el lado tóxico de su mundo, en una ciudad fragmentada entre engaños y desconfianzas, y una profesión que, tarde o temprano, lo exilia de la realidad obligándolo constantemente a buscar un nuevo punto de equilibrio.

El Santiago Quiñones de Boris Quercia parece un personaje llegado para quedarse y vivir, de tiempo en tiempo, en otra entrega de aventuras policiales. Tal vez en una precuela que permita conocer su pasado con mayor profundidad o, simplemente, en una secuela que nos cuente cómo le fue al detective en la ciudad de Mendoza y le vaya dando talla y tono a su vida. Ello quedó abierto pues la novela de Quercia no le puso pestigo a ninguna ventana, incluida la disolución del personaje, el que podría perderse en los propios misterios del autor.

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