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Paranoia colectiva: La deformación contagiosa usada por políticos de convicción extrema para legitimar ideologías Autor del libro “Paranoia. La locura que hace la historia” se presenta en Puerto de Ideas

Paranoia colectiva: La deformación contagiosa usada por políticos de convicción extrema para legitimar ideologías

La paranoia no es solo una deformación sicológica que afecta al individuo. Para el experto en sicoanálisis italiano Luigi Zoja, es un fenómeno altamente contagioso que llevado a situaciones históricas donde políticamente se busca la legitimación de una idea, este mecanismo puede derivar en todo tipo de crueldades como el exterminio nazi o las dictaduras latinoamericanas. En la actualidad la paranoia tiene su expresión en las llamadas «guerras preventivas» donde se ataca al enemigo antes de comprobar que realmente lo sea, teniendo como aliados a los medios de comunicación.


Se licenció en Economía en su Italia natal, pero luego se fue a Zúrich a estudiar sicoanálisis en el C.G. Jung-Institut Zürich, una especialidad donde ha hecho una larga carrera y publicado una docena de libros.

En su última obra, “Paranoia. La locura que hace la historia”, Luigi Zoja (1943) señala el papel de este fenómeno en momentos tan diversos como la colonización de Norteamérica, los golpes militares latinoamericanos o la última guerra de Irak.

Zoja es una de las estrellas invitadas al festival Puerto de Ideas, que se realizará los próximos 7, 8 y 9 de noviembre en Valparaíso. Allí tendrá la posibilidad de hablar con el público sobre sus teorías.

Luigi Zoja

Experto italiano Luigi Zoja

Contra el otro

¿Qué tienen en común los tres fenómenos históricos anteriormente? Para Zoja, la “paranoia colectiva”. En la Norteamérica de los colonos europeos, los “indios” eran los “salvajes” que había que exterminar y confinar en reservas, tal como muestras las películas del Viejo Oeste de Hollywood. En los golpes militares latinoamericanos, el enemigo eran “los rojos”, que estaban dispuestos a imponer un baño de sangre (en Chile el ejemplo es el famoso “Plan Z”) para destruir la civilización “occidental y cristiana”. En Irak, el malo era el dictador Saddam Hussein, que poseía armas de destrucción masiva que amenazaban al mundo, cuando en realidad los que sí las tienen son las potencias sentadas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que lo atacaron.

En todos estos casos se extendió entre la población –ya fueran los colonos en el primer caso, argentinos en el Cono Sur o la opinión pública de la “comunidad mundial”- un miedo irracional que, sin carecer de elementos puntuales, era mayormente infundado y condujo al exterminio del otro.

En su libro, Zoja dice que la paranoia es un fenómeno “contagioso”. “Me refiero a que es una deformación sicológica que no sólo afecta al individuo”, señala este especialista, que prefiere hablar de “problemas” más que “enfermedades” mentales.

Para el experto, “todos somos potencialmente paranoicos”. Se trata, entonces, de una característica humana, que no sólo es individual, sino que puede volverse colectiva, lo que explica fenómenos como la famosa película “Las brujas de Salem”, donde en un pueblo por un caso de hechicería los habitantes comenzaron a ver brujas en todas las mujeres.

“Lo que distingue la paranoia de otras deformaciones mentales el hecho de que es forzada por la situación de masas”, explica. “Si se toman situaciones extremas, pero no poco frecuentes, como los linchamientos o los pogroms, ellas repiten inconscientemente rituales muy antiguos que existen en cualquier sociedad así llamada primitiva donde hay un chivo expiatorio. La gente se excita mutuamente y tienen un sentimiento de purificación. Simbólicamente no sólo se expulsa el mal, sino que se refuerzan los vínculos del grupo”.

Son momentos en que obviamente no hay un proceso judicial ni mucho menos. “Todos están convencidos. Si uno pudiera congelar el tiempo durante un linchamiento y preguntar a cada uno de los participantes por qué está matando a esa persona, la respuesta sería ‘él es malo’. Es una emoción muy contagiosa”.

Para los antropólogos, el chivo expiatorio existe en todas las culturas primitivas, donde se elige un portador que concentra la culpa colectiva por una mala cosecha, por ejemplo.

Para Zoja, este mismo mecanismo explica el exterminio de los judíos a manos del dictador nazi Adolfo Hitler, quien los acusó de todo tipo de calamidades. Sucedió en un país altamente cultivado e industrializado como Alemania, pero “no por ser Alemania, sino porque somos humanos. Le puede suceder a cualquier nación”.

Esto más allá de que individuos como Hitler o su par soviético José Stalin fueran personas fuertemente paranoicas, agrega. Una actitud que, por cierto, puede repetirse en menor medida en políticos actuales, especialmente aquellos de extrema derecha en Francia e Italia que se deben a grupos de votantes menos educados que son presa fácil de la paranoia colectiva en una época de inseguridad económica donde muchos temen perder su trabajo a manos de inmigrantes, por ejemplo, dice.

Zoja destaca que necesitamos “chivos expiatorios” tal como necesitamos “confianza, pero también desconfianza hasta cierto punto”, un mecanismo de sobrevivencia, de hecho. “Somos animales, y tenemos instintos agresivos como los animales. La diferencia es que hemos evolucionado, pero nuestro cuerpo y nuestro instinto son lo mismo. Y en las ciudades donde convivimos a diario con miles de extraños, esta desconfianza está constantemente activada”.

“No podemos confiar en todo, por lo cual la paranoia también tienen la función de dar una respuesta a la desconfianza”, agrega. E insiste: “Todos somos potencialmente paranoicos, en particular en una situación de pánico colectivo”, como suelen ser las guerras. Eso explica la cita que hace Zoja de Nietzsche en el libro, quien dijo que “en el individuo la deformación mental es la excepción, pero en las masas es más bien la norma”.

Va y viene

En un mundo globalizado de “guerras preventivas”, Zoja destaca que la paranoia colectiva no es un fenómeno nuevo, sino que como siempre en la historia que “va y viene todo el tiempo”.

Pone como ejemplo la Primera y Segunda Guerra Mundial, donde “la verdad oficial era totalmente paranoide”, con frases como “debemos destruir a los otros y así salvaremos el mundo”. En su libro, Zoja cita una frase del Ejército francés: “cualquier cosa puede ser verdad, excepto lo que dice el boletín militar oficial”.

Zoja reconoce que “puede haber razones objetivas para atacar primero. Eso es innegable, pero la actitud que nos empuja a un ataque preventivo es muy sintónica  y similar a la paranoia. Uno identifica al enemigo y lo ataca antes de probar que realmente es tu enemigo mortal”.

Para el sicoanalista, eso pasó con Irak y las famosas “armas de destrucción masiva”, que justificaron la invasión de 2003 y resultaron ser inexistentes.

En el caso de las dictaduras latinoamericanas, Zoja analiza en su libro el caso de Brasil y Argentina, y la paranoia existente entre los militares de ambos países. Y concluye que en el país vecino estaban “los realmente paranoicos, porque tenían una teoría, una ideología y un programa preventivo. Por eso mataron diez veces más gente que en Brasil, que es un país mucho más poblado”.

Como suele suceder con la paranoia, la mayor parte de las ideas de los militares eran una fantasía y una exageración del mecanismo del “chivo expiatorio”, según Zoja, “aunque algunos elementos fueran ciertos”.

La modernidad y los medios

Como puede inferirse, para Zoja la paranoia colectiva no es patrimonio de las sociedades primitivas. Al contrario. “De alguna forma, la modernidad requiere la paranoia colectiva como un instrumento de legitimación. En lo que los franceses llaman el Viejo Régimen, el rey no necesita una justificación. Todo está a la orden del rey”.

En cambio, tras la Revolución Francesa y el comienzo de la modernidad, “el poder político tiene que justificar sus acciones. Así que tiene que encontrar un chivo expiatorio”.

La modernidad tiene además un elemento adicional que favorece la difusión de la paranoia colectiva: los medios de comunicación de masas. “Obviamente los medios o la información en sí mismos no son malos. Estamos mejor informados que antes, sabemos más la verdad y somos más democráticos”, matiza.

Sin embargo, por su naturaleza reduccionista y simplificadora de la información –en vista de la necesidad de llegar a un gran público- pueden terminar al servicio de políticos “y uno de los mecanismos más simples, en particular para un político en busca de legitimación, es apuntar a un chivo expiatorio”.

En opinión de Zoja, la primera guerra donde los medios de comunicación fueron un elemento clave fue el conflicto entre Estados Unidos y España de 1898. “Los diarios prácticamente impusieron la guerra al gobierno, porque vendían una gran cantidad de diarios gracias a teorías de conspiración e inventos”.

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