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Descentralización y territorios invisibles

Ricardo Álvarez
Por : Ricardo Álvarez Antropólogo, Antropólogo Programa Austral Patagonia-Universidad Austral de Chile
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«Hace tan sólo cuatro décadas, las prácticas y normativas consuetudinarias aplicadas en el borde costero del mar interior de Chiloé demostraban con creces que todos y todas tenían acceso, de una u otra forma, a beneficiarse de los recursos disponibles en el mar. Incluso cuando la exclusión surgía, se ponían a disposición mecanismos locales para que las familias afectadas fuesen apoyadas por sus vecinos. Esto nos permite afirmar que la Estructura de Oportunidades era, en ese entonces, la propia comunidad».


El Ejecutivo no ha demostrado el interés que inicialmente manifestó por implementar un real ejercicio de descentralización durante su gestión. Además de postergar la agenda en el tema, sólo ha incorporado fragmentos aislados de la propuesta original. Se advierten, simultáneamente, problemas en la implementación que se quiere llevar a cabo, como la designación de la figura del gobernador que competiría en equivalencia con un intendente democráticamente electo, instancia planteada en la propuesta de la Comisión ad hoc y cuyo proyecto de ley recibió indicación de urgencia el 21 de julio, lo que implica que debiera quedar zanjado esta semana.

Este tema se abordó a fines de julio en Puerto Montt, en el seminario sobre la Propuesta de Política de Estado y Agenda para la Descentralización y el Desarrollo Territorial de Chile, informe de la Comisión Presidencial, que por cierto se encuentra defraudada por la postergación de esta agenda, como lo ha manifestado públicamente.

Para nosotros, la propuesta de la Comisión sintetiza muchos de los anhelos que hemos recogido, tras dos décadas de desarrollar el programa Servicio País, en cientos de pequeñas localidades y territorios empobrecidos. Uno de sus mayores alcances radica en la posibilidad de adaptar políticas públicas a contextos en los que no existen las condiciones para que se implementen; decidir localmente un presupuesto y lógica de inversión con pertinencia; y más que nada, sentir que la región es dirigida por sus habitantes.

Un ejemplo de economía local en este sentido, es el invisible territorio del mar interior de Chiloé. Casi el 80% de las familias que viven hoy en día en las islas desde el seno de Reloncaví hasta el golfo de Corcovado se sustentan con menos de $100.000 mensuales. A pesar de la existencia de innumerables centros de cultivo y salmoneras presentes en dicho maritorio (lo que supondría un ingreso monetario regular), más del 60% de las familias sigue apoyándose en la recolección de algas y en la pequeña agricultura. En este paisaje es probable que hoy en día el costo de producción de una lata de “sabrosos cubitos de salmón para gatos” sea bastante superior a lo que una familia isleña posee para sustentar la alimentación de sus hijos.

Si a la invisibilidad del territorio se suman los efectos no deseados de la focalización social (basada principalmente en carencias) tenemos que, por una política social centralista y no pertinente, se ha generado la competencia negativa entre familias por hacerse de beneficios estatales.

En un par de décadas ello se ha traducido en que hoy en día sus habitantes visibilizan un “no tengo” en lugar de exhibir sus recursos (oficios, conocimientos, habilidades, etc.). Junto a ello, y considerando que buena parte del acceso a las oportunidades exige la competencia entre pares, se observa un deterioro altamente significativo de las instancias colectivas de participación y solidaridad local. A propósito de ello, el frágil tejido social que vinculaba a las islas entre sí se ha debilitado, y lo que advertimos hoy en día son viajes unidireccionales entre las islas y su cabecera municipal. En otras palabras: las relaciones entre los habitantes ya no son suficientes para asegurar el “habitar insular”, y más bien se dispone una relación clientelista entre municipios y personas. Por otro lado, los “proyectos” destituyeron a las “iniciativas”, y hay evidencias de ello cuando en tan sólo diez años las mingas (ejercicio cooperativo de trabajo) y los medanes (ejercicio cooperativo de apoyo) dejaron de ser parte de aquellos elementos que conforman la identidad de los isleños.

Finalmente, nos parece importante advertir que buena parte de la discusión pública en torno a la posibilidad de descentralizar nombra de manera constante el concepto de desarrollo. Tal vez la discusión está desfasada de los procesos que están ocurriendo en nuestro continente: el “buen vivir”, por ejemplo, nos provoca a re-pensar nuestro devenir. Qué hemos entendido realmente por desarrollo? ¿Cómo debe ser para ser sustentable? Tal vez, debiéramos hacer un alto y en lugar de hablar de “descentralización para el desarrollo”, podríamos hablar de “descentralización para un desarrollo sustentable”, o “descentralización para el buen vivir”, algo mucho más cercano a filosofías que tenemos en nuestro continente y en nuestro país (suma qamaña en el mundo andino, kümemongen en el Pueblo Mapuche).

Hace tan sólo cuatro décadas, las prácticas y normativas consuetudinarias aplicadas en el borde costero del mar interior de Chiloé demostraban con creces que todos y todas tenían acceso, de una u otra forma, a beneficiarse de los recursos disponibles en el mar. Incluso cuando la exclusión surgía, se ponían a disposición mecanismos locales para que las familias afectadas fuesen apoyadas por sus vecinos. Esto nos permite afirmar que la Estructura de Oportunidades era, en ese entonces, la propia comunidad.

Hoy después de tanto tiempo la humanidad vuelve su mirada a estos aprendizajes de nuestros y otros pueblos, y asume los Objetivos del Milenio post 2015, como Objetivos del desarrollo sostenible. Tres son los ejes fundamentales: derrotar la pobreza, avanzar en equidad y responder a los desafíos ambientales. A fines de 2014, el Secretario General de las Naciones Unidas presentó el informe de síntesis titulado El camino hacia la dignidad para 2030. En nuestro país la  tan anhelada descentralización es un proceso al que deberíamos viajar en conjunto recomponiendo lazos que, a pesar de parecer rotos, aún existen en la memoria y en nuestro territorio. Esa es la ruta que como país debemos recorrer si queremos hablar realmente de desarrollo.

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