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Un día en un lugar perdido en el mundo

Por: Juan Pablo Aedo


Señor Director:

Anónimos son muchos los que salen temprano en la mañana, los que luchan con el frío, con la lluvia incesante, con la soledad de estar lejos de la familia, con la angustia de no poder con una inmensa carga de problemas ajenos, con la pasión de creer que todos los minutos son importantes y que se deben aprovechar. Parte de mi trabajo ha sido estar en esos terrenos, terrenos recónditos donde “el diablo perdió el poncho”, lugares que desde la gran ciudad son invisibles y en donde prácticamente – por desconocimiento – nadie se atreve a dar un peso. Allí entre barro, piedras, cantar de pájaros y caminos aislados permanecen sentados un grupo de niños en una escuela que entre tablas viejas y techos caídos sobreviven sonrisas en el comienzo del día.

La conciencia moviliza a un destino que se juega entre mares de anhelos y de ilusiones que chocan con la crudeza de las posibilidades que revientan en todas las rocas de la realidad. Lo que existe ahí no es azar. Adentro hacia el campo, en las quebradas entre montes, en islotes, en pequeñas caletas, en lo que pareciera ser la nada, está el fruto de una larga historia de un país dispar. En aquellos lugares tomar esa historia y mover lo imposible para revertirla a ratos se vuelve apasionante, frustrante, indignante, chocante y concluyente. No hay teorías, números ni evidencias para describir y entender lo que deja la propia autoexplicativa experiencia.

Un gran poeta escribió una vez “ser uno con todo lo viviente”. Cuando en la vida se tiene la fortuna de encontrar aquello que nos invita a dejarlo todo, y a la vez, darlo todo sin pensar si quiera un segundo en las posibilidades de fracasar, es síntoma que el sentido se ha apoderado del pasar en el mundo de nuestra breve existencia. Muchas veces he tenido el privilegio de ser testigo en las decenas de visitas realizadas de cómo se irradia, cómo sale a borbotones, cómo vibran montones de personas que se dedican y que dejan la piel creyendo sanamente que contribuyen con un poco de dignidad a aquellos que durante toda su vida han sufrido los estragos de un modelo estructurado para la disparidad. Es sorprendente ver en todos estos lugares cómo se intenta mover una roca inmensa hacia la punta de la colina. Así, convivir con lo que de seguro serán fracasos es una tremenda arenga para comprender que somos pequeños y para no olvidar que por muy noble que sean estas contribuciones y desvelos, nuestra batalla por el cambio verdadero tiene ribetes mucho más allá de un conjunto de acciones individuales. Debemos superar la quietud y el determinismo archiconocido que nos indica que las posibilidades que se tengan dependerán del tamaño del bolsillo que se disponga. Es cierto que por estos días mover esa línea es como tratar de levantar la gravedad con las manos, pero justamente es ese peso el que nos debería obligar si quiera a permitirnos imaginar que debe existir un país con un rumbo distinto.

Siendo las 2:30 de la tarde de se retoma la jornada al interior de la sala que comienza a quemar sus últimos cartuchos del día. Lo que abunda en el grupo de niños y jóvenes es un pesado almuerzo y cansancio, la atención del grupo se vuelve escasa frente a los esfuerzos por llevar la clase. Todos sentados mirando hacia adelante, quietos tratando de generar algún grado de comprensión y aceptación a lo que se les está tratando de traspasar. Mientras, pienso en el Chile de los economistas que nos repiten que vamos en franco camino al desarrollo y veo lo que sucede aquí en el Chile profundo, el de los interiores, y legítimamente me queda una sensación surrealista. Trabajar por las oportunidades parece un disco que ha sonado con una sola canción desde hace mucho tiempo, pero ¿cuáles son esas oportunidades? La apuesta meritocrática de las sociedades posmodernas en la cosmovisión dominante del homo económicus se ha transformado más bien en una apuesta “mentirocrática. Es efectivo – lo he visto – que existen aquellos que evidentemente logran tomar alguna oportunidad más allá de lo que probablemente determinaba sus posibilidades de nacimiento, pero a mi modo de ver ese caso sigue siendo aislado. Son los Chilenos que rompen el determinismo, pero que sólo son constituyentes de la desviación estándar. Hay esfuerzos de algunos que llegan a lo imposible y logran penetrar bien arriba, pero son cada vez más escasos. Esto está lejos de ser algo subjetivo de abundante pesimismo, el PNUD con su libro “Desiguales” y los estudios medianamente serios lo reflejan muy bien, hay sobre evidencia en la academia para sostener que Chile en lo que confiere a las oportunidades reales, las ha llevado a un punto cercano de atomización y eso no cambiará si nos seguimos amparando en satisfacernos al decir que le cambiamos realmente la vida a los Chilenos que sólo son parte de un grupo perteneciente a la desviación estándar. Eso no nos puede dejar complacientes, más bien debemos percatarnos que en cuanto a la verdadera igualdad de accesos, en décadas nos hemos movido milimétricamente. Hay más autos dando vuelta, hay más bienes adquiridos, hay exponencialmente más jóvenes en la educación superior, pero ¿eso es garantía de que hemos obrado en la dirección correcta? Al recorrer los rincones de Chile, los cientos de comunas de menos de 30 mil habitantes, al ver ese desarrollo y dónde llegan esas familias o a lo que verdaderamente pueden aspirar, es entonces cuando sale a flote el verdadero país con un poco más de 200 años que aún no supera algo tan elemental como la redistribución equitativa de lo que se produce. Esa estructura permanece intacta, intocable, se ha procurado poner un cerrojo inviolable.

Hace unas semanas al conversar con un gran académico que sabe bastante de educación me decía que aún en las salas de clases del “común” veía la educación del siglo XIX. Si aún estamos apostando por esa educación, ¿Qué posibilidades esperamos que puedan tener las generaciones que en su gran mayoría siguen asistiendo a ella? El país en su lenguaje economicista ha preferido hablar de “años de brecha en educación”, gran error. Antes de hablar de años de brecha, deberíamos hablar de brechas de experiencias, o de brechas en accesos elementales para el desarrollo del libre conocimiento, pero ello necesariamente pasa por mejor vivienda, por espacios efectivos de recreación, por acceso a la cultura, por seguridad, por estabilidad laboral, por justicia social, y un largo etc., que aún Chile no ha decidido discutir en serio.

Estamos locos por decirle al mundo que vamos bien corriendo la maratón con mucho aire, cuando en verdad la carrera del futuro que hay que correr va en otra dirección.

 

Juan Pablo Aedo

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