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Vecinos de Concepción agudizan su ingenio para tratar de llevar una vida normal

El fuerte terremoto del pasado sábado ha dado un vuelco a la rutina cotidiana de los más de 200.000 habitantes de esta ciudad, epicentro de la devastación que generó el sismo de 8,8 grados en la escala Richter y que se proyectó por televisión en forma de saqueos y desmanes.


Los vecinos de Concepción, una de las más golpeadas por el terremoto, agudizan estos días su ingenio para hallar soluciones que les permitan hacer una vida relativamente normal en lugar bajo toque de queda, donde la luz, el agua y el petróleo aún escasean.

El fuerte terremoto del pasado sábado ha dado un vuelco a la rutina cotidiana de los más de 200.000 habitantes de esta ciudad, epicentro de la devastación que generó el sismo de 8,8 grados en la escala Richter y que se proyectó por televisión en forma de saqueos y desmanes.

Pero más allá de los derrumbes y los pillajes, los vecinos también han tenido que adaptar su vida a las carencias que dejó el terremoto.

Muchos duermen incluso en carpas (tiendas de campaña) en las calles y plazas, por miedo a las continuas réplicas y muchas zonas de la ciudad permanecen aún sin luz, y las velas y linternas son la única forma de alumbrarse cuando la noche cae.

«Por suerte aún estamos en verano, así que los días son más largos», señala Hernán Caamaño, de 50 años.

En cambio, la falta de agua, que aún ahoga a muchos sectores de Concepción, resulta un poco más difícil de suplir.

Durante los primeros días posteriores a la catástrofe, los vecinos recurrieron al agua acumulada en las tuberías, y aún ahora se puede ver a personas que aprovechan las tomas de agua, que se utilizan en caso de incendio, para rellenar cubos y garrafas.

Además, en la zona de Hualpén, un vecino emplea una bomba para extraer el agua filtrada, dado que en esa área, cercana al río Bío Bío, la capa freática no es muy profunda, según explicó a Efe Irma Quirós, de 55 años.

Después de hervirla, los vecinos pueden beberla e incluso ducharse con ella.

Aun así, se ha recomendado evitar tirar agua por los desagües, dado que el alcantarillado puede colapsarse de un momento a otro.

Por ello, en las casas que disponen de patio, algunos inquilinos han cavado fosas sépticas, que tapan con trozos de madera y que utilizan no sólo como vertedero, sino también como inodoro, según relata Mario Oñate, de 37 años.

Junto al agua, la comida también escasea en la ciudad, aunque poco a poco comienza a llegar la ayuda, tanto del Gobierno y organizaciones ciudadanas, como de familiares que envían encomiendas desde otros lugares del país.

También el combustible se ha convertido en un bien preciado por el que decenas de personas hacen fila en las pocas bencineras que disponen de petróleo y que están, además, custodiadas por militares.

Por ello, cada vez es más común hacer autostop, incluso dentro de la misma ciudad, y son también más las personas que transitan en bicicleta por las calles de Concepción, como hace Juan Muñoz, de 40 años.

«Ahora, como no hay bencina, estoy obligado a movilizarme en bicicleta. Antes siempre iba en auto», cuenta este hombre, que asegura que cuando las restricciones terminen, volverá a viajar sobre cuatro ruedas.

«Ya quedé chato (harto) de la bicicleta. Es más cómodo el auto», dice este hombre que, paradójicamente, trabaja como técnico de bicis.

Muñoz regresa a su casa después de las 18 horas, pero necesita un salvoconducto para evitar los controles del toque de queda.

Hasta las 12 horas del mediodía siguiente, las calles de Concepción aparecen vacías, sumidas en la oscuridad y repletas de soldados que, empuñando ametralladoras, vigilan cada esquina para evitar los desmanes de los primeros días.

Además, en algunas zonas se han creado milicias ciudadanas, dispuestas a combatir la inseguridad.

El propio Mario Oñate, que hizo guardia durante dos noches, admite que estos grupos organizados «dan más seguridad, pero generan un clima de mucha tensión, porque siempre está latente la posibilidad de enfrentarse con otros comités de vigilancia».

Estos grupos levantan barricadas y encienden fogatas para mantenerse despiertos toda la noche.

Entonces llega de nuevo el día, y sólo durante seis horas los vecinos de la ciudad pueden intentar llevar una vida normal, todo lo normal que se puede en una ciudad sin servicios básicos, donde los vándalos, los tanques y las réplicas siembran temor por igual.

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