La pandemia trajo consigo una serie de cambios sociales que impactaron en todo el mundo. Uno de los rubros más afectados fue la educación con problemas que se arrastran hasta el día de hoy.
El mundo emocional se relegó y esto se ve reflejado en que los docentes están muy presionados por los resultados. Frente a esto, vino la pandemia donde el mundo emocional quedó al velo.
Con el retorno a clases presenciales se acentuó los grados de violencia y no es extraño escuchar que los orientadores reconozcan que los directores no los escuchan. Quizás esta problemática se arrastra porque los profesores no han hecho catarsis, ni tampoco un trabajo de autorreflexión sobre lo que les toca enfrentar a diario.
La predisposición a la violencia es muy grande y ningún docente tiene la capacidad de hablar sobre cómo regular la carga emocional eficientemente. Así el problema no radica en la emoción, sino en la conducta de los niños frente a la violencia.
Hoy en día, los niños no se sientan a conversar sobre lo que sientes con los profesores, porque hay que pasar la materia. Ni tampoco existe un trabajo de educación emocional con los docentes, esto se tiene que hacer ahora porque se ven totalmente sobrepasados.
La educación emocional busca adelantarse a la enfermedad: la violencia, la ansiedad y el estrés, evitando así una serie de problemáticas de la sociedad actual.
Esta herramienta educacional promueve y potencia el auto diálogo positivo y afectuoso, más aún cuando consideramos que el diálogo interno de las personas es muy castigador y que el 90 % de las conversaciones que tenemos son internas, en tanto que sólo el 10% las verbalizamos. Por eso, sí trabajamos la educación emocional con tiempo y desde pequeños podremos anticiparnos a aquellos trastornos que hoy amenazan el futuro de la salud mental de los chilenos.
Es por ello que hoy resulta impostergable para nuestro país la implementación de políticas públicas destinadas a asegurar una adecuada salud mental a todos sus ciudadanos.
Es este el punto en donde nuevamente resulta imprescindible reflexionar sobre la importancia de la educación emocional, entendiendo primeramente que ésta no es propiedad ni labor exclusiva de psicólogos, psicopedagogos y/u orientadores. Todos los profesionales de la educación tienen una labor relevante en el desarrollo de los vínculos afectivos y emocionales de los niños y niñas, pero sobretodo este es un trabajo que tienen que hacer con los padres y con sus estilos de crianza.
Para los padres también es fundamental desarrollar la empatía, ya que no todos ellos son capaces de ponerse en su lugar y aliviar el dolor que están viviendo sus hijos. Lo más importante es validar y legitimar el mundo emocional de los niños.
Si bien los cambios en las políticas públicas se ven a largo plazo, si incorporamos hoy la educación emocional en la primera infancia, implementándola en los colegios y formáramos a los docentes en estos temas para apoyarlos en su trabajo permanente con los estudiantes, tendríamos en diez años una sociedad totalmente distinta, una en la que se potencia la resiliencia y se previenen flagelos como el consumo de drogas, la violencia intrafamiliar, los altos índices de trastornos de salud mental, entre otros.
No queremos seguir impulsando presupuestos que ataquen enfermedades. Necesitamos prevenir estos males y para ello es imperativo poder entregarles a los ciudadanos desde pequeños las herramientas para que puedan disponer de cierto conocimiento es momentos adversos. La pregunta es ¿y si avanzamos y empezamos a trabajar en la prevención?