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La controvertida norma ambiental de EE.UU. que eleva el riesgo de autismo en los niños Salud

La controvertida norma ambiental de EE.UU. que eleva el riesgo de autismo en los niños

Si bien los consumidores que recorren los supermercados del país se preocupan acerca de la salud de sus hijos, aquellos más expuestos al riesgo son un grupo más reducido: mayoritariamente hispanos, cuyos padres a menudo son los inmigrantes indocumentados que viven cerca de granjas y recogen las frutas y verduras cargadas de pesticidas.


Cualquiera que lea acerca de la negativa del Gobierno del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de bloquear el uso agrícola de un pesticida peligroso puede descubrirse mirando una bolsa de naranjas, pensando: ¿perjudicará esto a mi familia?

Probablemente no. Si bien los consumidores que recorren los supermercados del país se preocupan acerca de la salud de sus hijos, aquellos más expuestos al riesgo son un grupo más reducido: mayoritariamente hispanos, cuyos padres a menudo son los inmigrantes indocumentados que viven cerca de granjas y recogen las frutas y verduras cargadas de pesticidas.

El miércoles, Scott Pruitt, el nuevo jefe de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés), firmó una orden que rechaza la recomendación de su organismo de prohibir el uso de clorpirifós, un insecticida popular, en productos como nueces, brócolis y naranjas. El clorpirifós es de la clase de pesticidas organofosforados. Múltiples estudios muestran que las personas que comen alimentos en los cuales se usó el pesticida están expuestos a éste, y que los niños son especialmente susceptibles a sus riesgos. Pero es mucho peor para aquellos que viven o trabajan cerca de la sustancia química, y peor aún para quienes hacen ambas cosas.

Un informe de noviembre de 2016 de la Oficina de Seguridad Química y Prevención de la Contaminación de la EPA concluyó que, solamente comiendo tales frutos, los niños de uno a dos años reciben una dosis que equivale a 140 veces el umbral de seguridad del organismo. En tanto un estudio de 2010 reveló una correlación entre la exposición a organofosforados y el trastorno de déficit de atención e hiperactividad, no estableció un vínculo causal. Los datos también fueron ponderados para representar toda la población de niños de 8 a 15 años de Estados Unidos.

Un nexo, empero, se vuelve más claro cuando se examinan las poblaciones más cercanas a los sitios donde se usan los pesticidas.

Múltiples estudios muestran una conexión entre la exposición prenatal de mujeres embarazadas y una función cognitiva más deficiente en sus hijos. Entre éstos había un estudio de 2011 de 329 hijos de agricultores predominantemente mexicano-estadounidenses en el Valle de Salinas, California, a menudo conocido como la «ensaladera» del mundo.

Los investigadores descubrieron que los niños de siete años nacidos de madres con los niveles más altos de exposición prenatal al organofosforado tenían un coeficiente intelectual de un promedio de siete puntos inferior al de las madres que tenían niveles de exposición más bajos. Un estudio de la Universidad de California-Davis de 2014 concluyó que los hijos de madres que, durante su segundo trimestre, vivían en un radio de 1,5 kilómetros de campos tratados con clorpirifós tenían una probabilidad más de tres veces superior de tener autismo. (Otros estudios que evaluaron los efectos de los organofosforados utilizados como pesticidas en el hogar han llegado a conclusiones similares; en particular, la EPA prohibió el uso de clorpirifós para la mayoría de los usos domésticos en el año 2000).

Un informe de 2014 del Departamento de Salud Pública de California subrayó la disparidad racial en juego en el empleo del pesticida. Al examinar los 15 condados con el mayor uso agrícola, reveló que los niños hispanos tenían un 46 por ciento de más probabilidad que sus pares blancos de asistir a escuelas dentro de un cuarto de milla (unos 400 metros) del uso de pesticida. A medida que aumentaba la intensidad del pesticida, también aumentaba la disparidad: los niños hispanos tenían un 91 por ciento más de probabilidades de asistir a una escuela cercana al nivel más alto de uso de pesticida que los niños blancos.

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