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Capítulo 4: Los fuegos artificiales no solo son para Año Nuevo Historias de sábanas

Capítulo 4: Los fuegos artificiales no solo son para Año Nuevo

Conti Constanzo
Por : Conti Constanzo Descubrió su pasión por los libros de pequeña, cuando veía a su abuelo leerlos y atesorarlos con su vida. Cada ejemplar de su biblioteca debía cumplir un único requisito para estar ahí: haber sido leído.
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Por supuesto que había llegado tarde al bautizo, y no solo su hermano la había mirado feo, sino que su familia también. Pero para ella lo importante era que estaba, y lo demás no le importaba.

Mientras sostenía en brazos a Agustina sentía que la cara de Jesús en la cruz la estaba juzgando, y no de la mejor manera, si hasta cara de tristeza tenía el pobre hombre, como diciéndole, “pobre sierva descarriada, no sabes lo que has hecho”. Claro, no se arrepentía, pero sí le aterraba lo que pudiera pasar. No estaba dispuesta a entregarse a alguien, no quería pasarlo mal de nuevo como le había sucedido con Pablo cuando las cosas se descontrolaron, no, ella quería tener el control y el orden de su vida. En sus planes solo tenía cabida el trabajo. Y ese hombre con ínfulas de saberlo todo y ser todo un “aquí estoy yo” le estaba trastocando su mundo. Lo que sentía cuando estaba junto a él era algo que la incitaba a actuar de una manera nunca antes pensada, y no sabía si sería capaz de controlarlo.

Se quedó mirando al Cristo de la cruz como esperando a que éste le diera respuesta a sus preguntas, respuestas, que, por supuesto, jamás llegarían. Por un momento cerró los ojos y rememoró lo acontecido la noche anterior; esa mirada que la veneraba y esa forma de decirle que era su Fernanda habían calado demasiado hondo en su corazón, algo muy peligroso para ella y para cualquier mujer. ¡Menos mal que fue solo un momento!, porque cuando los volvió a abrir se dio cuenta que todos la estaban mirando. ¿Qué había hecho, o dicho?

-¿Todo bien?-le preguntó su cuñada casi sonriendo.

-Sí, sí, estaba… rezando.

-¡Rezando! -exclamó su hermano, pero antes de seguir hablando el cura los miró con mala cara. Después de todo, eran ellos los que estaban parados en el altar y debían dar un ejemplo de respeto a los feligreses que seguían atentamente el sacramento.

Por supuesto que Agustina chilló al contacto con el agua y lo primero que hizo Fernanda fue apartarla, si había algo que no soportaba era escucha llorar a su sobrina.

Después del bochornoso incidente, la misa continuó con normalidad. Una vez en casa el festejo comenzó a la hora indicada. Todo estaba hermoso, y cómo no, si ella misma le había pedido a Willy que lo decorara. La gente quedaba totalmente asombrada, y por supuesto ella se henchía en orgullo. Sí, eso era lo que más le gustaba, sorprender a la gente, y esta vez, nuevamente lo había logrado.

Apenas anocheció y cuando sintió que se le cerraban los ojos se despidió de todos, solo quería dormir y dejar de pensar un rato en Ignacio. Había mirado el celular más de veinte veces, y eso… ¡sin exagerar! Esperaba que la llamara, pero nada.

[cita tipo=»destaque»] Solo con recordar cómo la tocaba y lo que hacía cuando estaba en el punto más álgido de su excitación la avergonzaba, la hacía sentirse vulgar sabiendo que no lo era, y ahora precisamente estaba con él comentándole todas sus intimidades. [/cita]

Justo cuando iba llegando a su casa, sonó el teléfono, y como era un número desconocido se ilusionó al contestar.

-¡Aló!

-Vaya, pero qué animada estamos, si hubiera sabido que tenías tantas ganas de hablar conmigo te llamaba antes.

-¿Cristina? –Preguntó corroborando que no conocía ese número-, ¿de dónde me estás llamando?

-Eh…. –titubeó un momento-, mi teléfono se quedó sin carga, pero da lo mismo -mintió-, solo te llamo para saber cómo estuvo lo de la Agus.

-Maravilloso, Willy hizo un trabajo excelente como siempre, todo el mundo quedó feliz. Pero y tú, ¿qué tal con Sebastián? -curioseó mordiéndose la lengua porque presentía la respuesta-. ¿Fue muy duro contigo?, y conste que no lo digo en sentido figurado.

Cristina al otro lado del teléfono se puso colorada como una frutilla madura. Respiró profundo, y cuando su corazón se desaceleró respondió:

-Podría mentirte, pero parece que me conoces demasiado, ¡serás bruja! –suspiró-. Él es un hombre increíble, distinto a lo que me imaginé, no sé cómo explicarlo…

-¿¡Un rubio natural!? -exclamó-. Porque sí lo es, verdad, ¿o es un taxi?

-¡Fernanda! -chilló Cristina alejándose un poco, no quería que nadie más escuchara su particular conversación-. Bueno, mejor hablamos mañana, y… ¡ah! Te veo a las siete en la oficina para que vayamos juntas al matadero a comprar la carne y luego a pagar mis platos.

“Mierda”, pensó, había hecho de todo con Ignacio menos hablar el dinero de los platos.

-Tranquila, ya tengo el dinero en mi cuenta, ya los pagaron.

-Mira, Fernanda, si fueras Pinocho tu nariz mediría un metro, pero mañana sí o sí me dices quién fue.

-Para qué… -no alcanzó a terminar cuando su amiga le cortó el teléfono.

Con la palabra en la boca al fin, se tiró de espaldas a su cama para descansar, ni siquiera tenía ganas de encender la luz. Pero justo cuando estaba bostezando su celular volvió a sonar, nuevamente un número desconocido, así que sin más respondió, ¡ahora sí que Cristina la iba a escuchar!

-Te digo de inmediato que aunque me llames cien veces y me tortures otras mil no pienso decirte nada sobre el asunto de los platos. Tú quieres el dinero y el dinero estará en la cuenta mañana y como diría la doctora Polo “caso cerrado”, deja de insistir de una vez por todas, ¿te queda claro o te lo escribo?

-¿Fernanda? –respondieron por el otro lado de la línea entre pregunta y curiosidad, sabía que esa mujer tenía carácter, pero nunca la había escuchado hablar así. O en realidad sí, pero él solo se quedaba con lo bueno de ella y de su recuerdo.

-¡Ignacio! -exclamó más que avergonzada tapándose la cara con la palma de la mano.

-Sí, y creo que no esperaba que fuera yo exactamente el que te llamara -reconoció un tanto decepcionado.

-¿Quieres que te diga la verdad?

-Siempre.

-He mirado todo el día el teléfono esperando un mensaje, o algo.

-Mi Fernanda…. -suspiró con alegría-, yo he frenado mi impulso por hacerlo todo el día.

-¿Por qué? ¿Estás arrepentido por lo de anoche?

-¡No! Todo lo contrario, no quiero que pienses que te estoy invadiendo, y hoy era un día importante para ti y tu familia.

Eso le encantó, esa preocupación, y sobre todo saber que la extrañaba tanto como ella a él se le clavó con alegría en medio de su pecho.

-Pero… -titubeó un momento-, ya es de noche –soltó apretando los ojos por su osadía.

-¿Estás segura? Es una invitación a toda regla.

-Es que… bueno… de todas formas me tienes que dar el dinero de los platos… -mintió para no sentirse tan descarada.

-Mi Fernanda…, mi niña grande, tú solo déjame entrar que yo me encargaré de hacerte feliz.

-¿Qué dijiste?-quiso saber con el corazón tan acelerado que se mareaba.

-A mi edad, ya tengo claro lo que deseo y a donde quiero ir. Estoy esperando tu dirección, Fernanda –la apremió con esa seguridad que lo caracterizaba, y que a ella le gustaba tanto.

Ante esas palabras y con la mente embolinada le dio la dirección. Ni siquiera “un espérame” o “un voy para allá” Ignacio simplemente colgó el teléfono y al hacerlo Fernanda gritó: de emoción, de nervios, de felicidad. Sí, él iría a su casa, a sus dominios, ¡a su territorio!

Rápidamente se levantó, vio si todo estaba ordenado, cuando lo comprobó, sin importarle lo que él fuera a pensar, ya que de todas maneras no iban a “conversar” arrasó con todas las velas de su casa, incluso con las que tenía para casos de emergencia y las puso en su habitación para darle un toque más romántico al ambiente, después de todo, a eso se dedicaba, ¿no? ¡A sorprender!

Ya estaba todo listo y preparado, solo faltaba que él apareciera. Como cuan Penélope se sentó en el sofá a esperar. Los minutos pasaban lentamente, hasta que de pronto sintió que llamaban a la puerta.

Por otro lado, Ignacio aunque no lo aparentaba también estaba nervioso, incluso se había pasado dos luces rojas y adelantado a cuánto auto se le ponía por delante, y por primera vez en su vida estaba dispuesto a usar sus influencias si los carabineros lo detenían para cursarle una infracción. Porque esta vez, nada le importaba, solo llegar a verla a ella. Cuando Fernanda le abrió se quedó pasmado. A pesar de lo no normal de su ropa, todo en esa mujer era sensualidad, comenzando por su cabello alborotado, el color de sus labios brillantes y apetitosos. Pero su vista se fue directo al escote, solo dos botones desabrochados lo llevaban directo a la gloria en forma de un perfecto triangulo seductor. Sin ningún pudor la estaba repasando de arriba abajo paralizado por lo que estaba sintiendo, porque no era solo un cambio físico lo que estaba experimentando.

-Vas a pasar, ¿o solo te quedarás mirando? -le dijo con un gesto de mujer resuelta, que lo hizo endurecerse más de lo que ya estaba.

Ignacio tragó saliva e intentó no verse tan estúpido, o tan ¿adolescente? Así que para disimular un poco, le entregó la botella de champán que traía.

-Voy a entrar -respondió aun confundido-. Por supuesto que sí.

-¿Quieres beber? – preguntó tratando de parecer despreocupada, aunque su cuerpo la ponía en evidencia más rápido de lo que ella misma quería aceptar.

-Solo un poco, no he venido a eso. ¿Estás preparada?

Con solo escuchar esa palabra un escalofrío le recorrió el cuerpo y con manos temblorosas sacó dos copas, le tendió una a él y con maestría descorchó la botella, todo ante una atenta mirada lujuriosa que no dejaba de observar ninguno de sus movimientos.

-¿Y ahora qué, Ignacio?

Con una parsimonia abismante sirvió las copas.

-Por nosotros y por lo que nuestros corazones saben y no se atreven a admitir -brindó y Fernanda chocó su copa totalmente hechizada por su confesión sin saber muy bien lo que significaba, o… lo que le quería decir.

-A todas las mujeres les dices lo mismo -fue lo único que se le ocurrió decir para ocultar su nerviosismo-. ¿Así las conquistas?

Ignacio esbozó una sonrisa leonina y dejó la copa sobre la mesa.

-Si hubiera dicho esto antes te aseguro que no estaría soltero -comentó con seguridad-, las mujeres que frecuento pensarían que esto es una proposición de matrimonio a toda regla.

-Y yo… ¿no soy de ese círculo que no lo puedo pensar?

-Mi Fernanda, no te compares con nadie, eres una mujer diferente, no sé lo que vi en ti, pero te aseguro que no lo he visto en nadie más.

-Ignacio -comenzó a hablar juntando el valor que necesitaba-, nos hemos visto, no sé, ¿un par de veces? Y una de ellas no fue de lo más afortunada, por cierto. Y a decir verdad no tengo ni idea de ti o de lo que quieres, y mucho menos de lo que yo siento en este momento o cuando estoy contigo.

Pero Ignacio hacía oídos sordos a sus palabras, y como si nada le sirvió un poco más de champan.

-No puedo negar que nos hemos visto solo un par de veces, pero también sería mentir decir que en esas veces hemos hecho más de lo que muchas personas hacen en semanas, incluso en meses.

-Lo sé

-¿Entonces? -le preguntó Ignacio en forma demasiado enigmática.

-¿Entonces, qué?

-Por qué has llegado a tanto conmigo, Fernanda.

Ella se puso nerviosa por la forma en que ese hombre la miraba, nunca antes la había visto así, sus ojos brillaban ávidos de respuestas como si tuvieran su propia luz, y sus pupilas se agrandaban como si quisieran guardar todo para que no se le olvidara jamás. Sentirse así, tan observada la descolocaba y a la vez le hacía sentirse culpable por no revelarle lo que en realidad sentía, porque de una cosa sí estaba segura ¡todo era una locura!

-Disculpa si te incomodó mi pregunta -dijo poniéndose cómodo sobre el sofá-. No tienes que responderme si no quieres.

Fernanda imitó su posición, pero esta vez las ansias le estaban ganando, le iba a confesar la verdad sobre lo que le pasaba cuando lo veía.

-Algo pasó la primera vez que te vi en el lobby del hotel, luego cuando me besaste para zafar de Pablo quise más de lo nunca había querido. Nadie me había besado así, y nadie me ha mirado como lo haces tú y jamás en mi vida había tenido un orgasmo de la forma en que los he tenido contigo.

-Perdón ¿qué fue lo que dijiste? -preguntó realmente interesado, no es que no hubiera escuchado, pero su mente se negaba a créelo.

-No me hagas repetirlo, por favor -pidió apartándose el cabello que le caía sobre su cara, y fue en ese momento en que Ignacio reafirmó que esa mujer era perfecta para él, la más bonita que había visto en su vida sin llegar a ser perfecta, aunque para él, sí lo era. Todo en ella le gustaba, y estaba haciendo un esfuerzo enorme para no abalanzarse sobre ella, al menos no antes de contarle la verdad. Su verdad.

-Con Pablo fingía que era el mejor, no es que lo utilizara, pero todas mis amigas hablaban de él y cuando él se fijó en mí, bueno, ya te lo puedes imaginar, ¿no? Pero al poco tiempo descubrí que no era lo que quería, y que si él quería sexo, yo quería otra cosa. Confundí admiración con pasión y cuando se lo dije me malentendió y las cosas se pusieron peor. Sobre todo cuando…recaímos -dijo esto último muy bajito porque se avergonzaba.

-Y conmigo, Fernanda, ¿qué sientes? –quiso saber ocupando todo el tacto que podía reunir en cosa de segundos.

“Cómo decirle que cada noche soñaba con él y lo único que había hecho en los últimos días era para que se quedara con la boca abierta, pero no por lo que lograba en el trabajo, sino que por ella, por la mujer que habitaba en su cuerpo”. Solo con recordar cómo la tocaba y lo que hacía cuando estaba en el punto más álgido de su excitación la avergonzaba, la hacía sentirse vulgar sabiendo que no lo era, y ahora precisamente estaba con él comentándole todas sus intimidades.

-¿Qué sientes tú? -contraatacó con otra pregunta porque no podía responder la suya

Ignacio sonrío de nuevo, pero esta vez se acercó más a ella y Fernanda no pudo evitar sentir esa electricidad que la golpeaba cuando estaba junto a él.

-Ya te lo he dicho, y el sexo contigo es increíble, me encanta sentirte gemir y llevarte al borde de perder la razón.-Al ver que cerraba los ojos supo lo que estaba pensando, y eso sí que no se lo podía permitir-. No eres vulgar por expresar lo que sientes en ese momento, en el sexo está todo permitido si ambos estamos de acuerdo, y créeme, mi Fernanda, yo estoy muy de acuerdo con escucharte gemir. Tú me encantas.

Fernanda de pronto se sintió sofocada, la intensidad con que él hablaba le producían demasiado calor.

-Pero nos conocemos hace tan poco…

Ignacio se acercó un poco más, estaba tan cerca que besarla sería tan fácil y tan placentero que seguro una cosa llevaría a la otra y lo único que él necesitaba en ese momento era darle confianza.

-Lo sé, pero no es el tiempo lo que importa, es lo que sentimos -comentó tomándole la cabeza y esta vez ella no se apartó-. Desde el primer momento en que te vi, me pareciste una mujer con carácter, y muy bonita, y déjame decirte que estado con muchas mujeres hermosas.

-No necesito una comparación ni te estoy pidiendo una lista de las mujeres con que te has acostado -respondió molesta ante sus palabras.

-El punto es, Fernanda, que cuando te senté sobre mí en el ascensor… aquella vez en que seguro me odiabas -se humedeció los labios demasiado sexy para su gusto-. Me di cuenta que jamás había sentido nada igual, y cuando hicimos el amor cada parte de tu cuerpo se amoldaba al mío a pesar de las circunstancias en las que estábamos. Es como si toda la vida hubiera estado esperando por ti y por probar tu sabor. ¿Sueno cursi, verdad? -Fernanda no dijo ni mu, no podía, estaba totalmente obnubilada por él y sus palabras-. Cuando estoy dentro de ti me siento, pleno, completo, como nunca antes en mi vida me sentí. Sé que es algo extraño, pero te juro que jamás podría mentirte.

-No sé… no sé qué decirte.

-Al otro día de la fiesta hablé con Sebastián para reclamar por tu actitud, sabía que de esa forma tú te defenderías y planeé la excusa perfecta para volverte a ver -continuó, pero ahora mucho más serio que antes-, no lo dudé, ni me arrepiento.

Ahora la que parpadeaba innumerables veces era Fernanda, no creía lo que escuchaba, nunca antes le había pasado una cosa así, incluso llegó a pensar que era un sueño y que despertaría en cualquier momento.

-Ignacio, yo…-intentó hablar pero las palabras se quedaban atascadas en su garganta.

Ambos se miraban intensamente conscientes de que cualquier movimiento en falso destruiría de inmediato la burbuja de la confianza en que estaban inmersos.

-Necesitaba verte y tenerte en el hotel de nuevo -siguió relatándole él, sin ser consciente de lo que estaba produciendo en Fernanda con su confesión-. Y cuando lo conseguí -sus ojos se iluminaron-, me sentí poderoso, igual como cuando un niño gana una carrera. Porque te convertiste en algo demasiado especial para mí.

-Un trofeo -murmuró en estado de estupefacción, aun no era capaz de entender las hermosas palabras que le profesaba, ¿o no quería?

-Más que eso -dijo, pero al ver la expresión de sus ojos supo que la había “cagado”-, no te asustes, mi Fernanda, no en el sentido textual de la palabra…, no pienses que estoy loco.

Fernanda negó con la cabeza, una cosa era su estado de asombro, y otra muy diferente que no supiera diferenciar la locura de lo que escuchaba. Al fin y al cabo de tonta no tenía un pelo, y por lo demás, a ella le pasaba lo mismo, ¿o no? Solo que le costaba mucho más aceptarlo abiertamente.

-Estoy muy confundida -reconoció sinceramente.

Ignacio suspiró, él ya había mostrado sus sentimientos sin guardarse nada, había sido más sincero que nunca en su vida, ¿y para qué?

-No te preocupes, será mejor que me vaya –comentó. De inmediato Fernanda sintió un vacío, y eso que aún él no se marchaba-. De todas maneras, gracias por haberme escuchado -agradeció derrotado, ya lo había dicho todo y más, había dejado libres sus sentimientos y abierto su corazón con palabras tal vez un poco inoportunas, pero sinceras. Como el hombre maduro que era, estaba capacitado para asumir las consecuencias de sus actos. Y ya Fernanda había oído lo suficiente como para que le revelara aún más información.

Asimilando todo, Fernanda, en cosa de segundos y obedeciendo el dictado de su corazón, se puso de pie. Ignacio la siguió tratando de disimular su decepción y dolor, de sentir como se le estrujaba el corazón.

-Puedo pedirte algo, antes que te marches -solicitó Fernanda tomándole la mano.

Ignacio la miró extrañado.

-Te prometo que no te mataré -sonrió para quitarle tensión a la situación-. Y si no quieres, ni siquiera te tocaré, pero… ¿puedes cerrar los ojos por favor?

Sin entender mucho, Ignacio accedió. No sabía por qué lo hacía. Quizás simplemente porque no quería herirla. Cuando cerró los ojos, Fernanda tomó de su mano y él se alarmó, pero cuando escuchó nuevamente un “confía en mí”, se obligó a tranquilizarse.

Tras dar varios pasos se detuvieron, fue ese el momento en que Fernanda aprovechó para mirarlo, no era un hombre joven con piel tersa y lozana, tenía unas pequeñas arruguitas alrededor de sus ojos que lo hacían verse encantador. En su cara no había nada que no le gustara, pero tampoco era un modelo de revista, sus labios no eran ni delgados ni gruesos, ojos normales, unos pómulos que no destacaban sobre lo normal, una nariz armoniosa a su rostro… y a pesar de todo ese hombre con ese halo de elegancia y seguridad la tenía absolutamente cautivada. La atraía como nadie antes lo había hecho, como si lo necesitara para respirar. Con cuidado se acercó para olerlo y confirmó que Ignacio sí era todo lo que ella necesitaba para ser feliz. Ese aroma era el que se le había colado desde el primer momento en que lo vio. Una mezcla de tabaco y menta sin ser molesto, que la instaba a pecar sin importarle ser pecadora. En conclusión. No era Henry Cavil, pero sí un hombre muy atractivo que perfectamente podía llegar a ser su Superman.
Cuando ya estuvo lista, se puso frente a él, dándole una paz que pocas veces había sentido, y muy despacio susurró pegada a sus labios.

-Ya puedes mirar.

Y cuando lo hizo, contuvo la respiración ante lo que veía. Era como estar dentro de otro mundo o de una revista, de esas que destacan por la decoración. Todo estaba iluminado por velas de diferentes tamaños entregándoles una intimidad perfecta solo para ellos.

-¿Qué… qué es esto? -preguntó al fin, a pesar de que era evidente la respuesta. Eso no era ningún misterio, y menos para qué lo había preparado Fernanda.

-Bueno –contestó, retorciéndose los dedos para calmar su nerviosismo-, a mí no se me dan tan bien las palabras, pero sí expresar lo que quiero y lo que siento con esto –anunció, invitándolo a entrar.

La sonrisa de Ignacio, que sentía que todo estaba perdido, se ensanchó a lo largo de su rostro y cuando estuvo seguro que todo era real y no producto de su imaginación, se abalanzó sobre ella, abrazándola. Así se quedaron un par de segundos, simplemente sintiéndose y ante el asombro de él fue Fernanda quien le tendió la mano para acercarlo a la cama y cuando se detuvieron, fue ella la que apegó sus labios a los suyos. Él recibió el beso aún anonadado, pensando incluso por un momento que era un espejismo, pero cuando notó las manos de Fernanda recorrerle la espalda y sus senos apegándose a su pecho despertó del letargo y supo que todo era real.

Fernanda jadeó en su boca. Ignacio la rodeó con sus brazos atrayéndola con fuerzas para asegurarse que no se arrepintiera. Durante el trayecto a su casa había imaginado muchas veces ese momento… ese que justo se estaba dando en ese momento. Seguro de que esa mujer se estaba entregando, se permitió sentir sin censura, disfrutarla como un niño saborea un caramelo ¡y ese dulce era delicioso! El aliento de Fernanda lo enloquecía, no lo dejaba pensar, ni siquiera quería tomar aire y prefería asfixiarse antes que separarse de ese manjar. Entonces, como ya estaba sucediendo desde hace minutos, fue ella quien tomó la iniciativa y sus manos hurgaron dentro de su pantalón y cuando encontró lo que quería su piel se erizó.

La sensación que Fernanda le estaba provocando era increíble, ambos se estaban entregando sin peros, sin trabas y al mirarla a los ojos supo que estaba totalmente perdido, podría quedarse eternamente observándola, porque en sus ojos veía la misma urgencia febril que sentía él.

Lentamente y recurriendo a la maestría que sabía que tenía, comenzó a quitarle la blusa recorriendo lentamente su espalda en tanto ella hacia lo mismo para quedar desnudos de la cintura para arriba.

Ignacio se tomó su tiempo para contemplarla, el deseo y la excitación la hacían más hermosa, más pura, más suya. El brillo de sus ojos le pertenecía, y el calor que emanaba de su cuerpo también, sí, esa mujer era completamente suya y no la dejaría volar, no al menos si no era con él.

Primero se besaron con delicadeza, luego con una necesidad primitiva de marcarla recorrió con su lengua húmeda y tibia todo el torso de cuerpo, y cuando llegó a sus senos, de forma muy seductora, la besó produciéndole miles de latidos por segundo, y fue justo en ese momento en que Fernanda entendió. Entendió la respuesta a sus preguntas, cómo ese sentimiento había estado pidiendo a gritos salir y nunca había sido el momento indicado. Sin poder aguantar más se lanzaron a la cama, él levantó sus caderas y arrancó su pantalón. Por supuesto ella se dejó hacer, y cuando bajó sus braguitas ronroneó igual como lo hace un gato al sentir satisfacción, incluso su espalda se curvó. En aquel punto ya estaba totalmente entregada a su merced y los mordiscos suaves solo le daban aún más placer… ¡Cómo si eso fuera posible!

Ignacio se separó un momento para quitarse todo lo que le estorbaba, para ambos era una tortura espantosa, pero también sabían que el final sería más que feliz. Y cuando de nuevo se acercó al fin sus sexos se conectaron. Al fin se convertían en un solo ser sin presiones y sin temor a ser descubiertos, era un momento íntimo solo entre ellos dos, pero Ignacio necesitaba más, dándole un último beso en los labios comenzó a recorrerle el cuello para así seguir bajando con pequeños mordiscos. Ya no deseaba solo un caramelo, quería el festín completo, y eso era lo que buscaba en su nuevo recorrido, besándola y mordiéndola de muchas maneras diferente que lo alentaban a más en cada jadeo que esa mujer le profesaba.

Aquellos ruidos lo volvían aún más loco, sabía que era tanta su excitación que no duraría mucho tiempo cuando volviera a penetrarla, pero antes de que eso sucediera se encargaría que su Fernanda viera el cielo y las estrellas aun estando dentro de una habitación. Cuando llegó hasta su clítoris, succionándolo, no solo ella sintió fuegos artificiales, ambos estaban en el mejor año nuevo que podía existir, y así como quien extrae la vida de otro ser, Ignacio bebió cada estertor de su mujer, sintiéndose el hombre más poderoso del mundo, creyendo que no podía existir nada mejor en la vida.

Fernanda en el estado en que se encontraba era capaz de todo por ese hombre, quería hacerlo sentir tanto como lo hacía él. Cuando los temblores de su cuerpo amainaron, con una cálida mano tomó su cabeza obligándolo a subir. Se miraron un instante y él con una parsimonia que no duró demasiado la penetró sintiendo que tanto placer no podía ser real. Suspiraba, gemía y lo más importante, sentía con cada poro de su piel. Cuando sintió que iba a estallar la miró y un segundo después se dejó llevar de manera brutal, arrastrando todo a su paso, incluso a ella también.

Sus miradas transparentes se encontraron sin ocultarse nada. Solo eran ellos dos y nadie más importaba en el universo.

-No estoy loco -confesó Ignacio-, pero te quiero, mi Fernanda. Abre los ojos por favor.

Y cuando lo hizo, se sintió en casa y las palabras que habían calado tan hondo en su corazón se aferraron con todo para no salir.

-Si tú estás loco, yo también lo estoy…

Ignacio la abrazó aún más, y ambos suspiraron de placer, de amor y de entrega para luego dar rienda suelta al amor que aún les quedaba por entregar, y por qué no decirlo, para saciar los caprichos que sus mentes les dictaban. Fernanda había abandonado todo el pudor entregándose cuantas veces él se lo pidió, abriéndose como se abre una flor por primera vez, e Ignacio por su parte, hizo lo que durante años pensó que haría con la mujer indicada, con la que sería su mujer. Lo que nunca imaginó, fue que sería con la que ahora descansaba sobre su pecho, claro, se habían declarado su amor, pero aún faltaba algo muy importante, y ya no estaba muy seguro de que fuera tan fácil de decir, y menos de aceptar.

Al amanecer, se ducharon juntos, pero fue como si no lo hubieran hecho, ya que en un impulso Fernanda recorrió todo su cuerpo dándole nuevamente placer, estimulando así todos los músculos que pudieran estar dormidos.

Sin dejar de mirarse, o tocarse, como dos adolescentes que no eran se tomaron un café, ambos debían retomar fuerzas para el día que se les avecinaba, después de todo, para nadie era fácil enfrentarse a un lunes, pero ellos, lo habían comenzado bastante bien.

Después de besarse nuevamente y haber estado a punto de volver a la habitación salieron de la casa. Debían trabajar, al menos Fernanda porque lo que era Ignacio, tenía un compromiso, muy, muy importante.

Se despidieron felices con la promesa de verse nuevamente en la noche. Cuando Manuel recogió a Ignacio, Fernanda se sintió embargada por la dicha, incluso en los minutos que solo se abrazaban era feliz y lo sentía tan suyo como jamás creyó que sentiría a alguien. Es más, le había dicho que no se preocupara por los platos, pero Ignacio a eso se había negado rotundamente. Él era un hombre de palabra.

Al llegar a la oficina, no alcanzó a poner un pie dentro cuando como una tromba salió a recibirla Cristina.

-Ni se te ocurra entrar -le ordenó-, vamos atrasadas al matadero, ¡son las nueve! Y tenías que llegar a las siete.

Fernando solo abrió los ojos, su amiga decía la verdad, pero a ella se le había olvidado completamente.

-Perdón.

-Solo te disculpo porque me imagino que terminaste muy cansada con el bautizo de la Agus.

-Ajá -fue lo único capaz de responder, su mente estaba lejos de ese lugar, más bien aún seguía con él.

En el matadero, las chicas fueron recibidas como siempre, eran clientas asiduas y todo el mundo les tenía gran estima. Compraron todo lo que debían devolver para ir al hotel, pero antes, Cristina realizó una parada sorpresa.

-¿Por qué pasamos a tu casa?

-Porque no voy a ir con olor a carne al hotel.

-Mmm, ¿será que quieres que cierto gerente se quede prendado? –sonrió.

Cristina no le respondió, para qué, si total su amiga la iba a descubrir igual.

Casi veinte minutos después en que Fernanda aprovechó de dormir, apareció una despampánate Cristina.

-Vamos a una fiesta o al hotel, y más específicamente a las cocinas.
-Error, vamos a la gerencia -dijo mostrándole la factura-, voy a entregar personalmente este papelito. Para que veas que soy eficiente.

-Como tú digas -sonrió echando el asiento hacia atrás-, avísame cuando lleguemos.

-Qué buen copiloto eres -se quejó entretenida al verla bostezar, pero la verdad es que la veía cansada, así que además de no molestarla bajó la música, y no tocó ni una sola vez la bocina en el trayecto, aunque no podía negar que estaba más que tentada, pero… Fernanda literalmente ¡roncaba! ¡Y babeaba! Y para que todo quedara en el acta, en el primer semáforo en rojo en donde se detuvieron, le sacó una foto, ahora sí que la podría molestar de por vida.

A medida que se acercaba, el tránsito se hacía más lento, y justo antes de llegar divisó varias patrullas de carabineros y varios efectivos alrededor del hotel. Es más, cuando llegó a la barrera, uno de los guardias la hizo identificarse y dejar su cedula de identidad.

-¿Qué sucede?

-No es de su incumbencia, usted viene a las bodegas, ¿verdad? -le respondió el guardia, que parecía como de las películas, medía casi dos metros, con traje negro y auricular en su oreja.

-Qué amable, James Bond. Y gracias por la idea, la bomba la voy a poner en el subterráneo -el hombre abrió los ojos ya dispuesto a hablar por radio y detenerlas, pero Cristina se le adelantó-, ¡solo traigo la carne! Y facturas -se apresuró a enrostrárselas, con eso el mastodonte se quedó más tranquilo y al fin las dejó pasar.

-Bella durmiente -dijo al estacionar-. Hemos llegado, despierta.

Fernanda se desperezó como un crío lo hizo.

-Estoy agotada.

-Ah no, si no -comentó Cristina bajándose-, y esta vez tengo pruebas de que roncas.

-¡No!-exclamó.

-¡Sííí…!-la imitó su amiga enseñándole el celular.

-¡Te mato!

-Uhhh, qué susto, Fernandita, ahora sí que deberías tenerme miedo, mira que las fotos pueden aparecer en Facebook -la molestó.

-¡Atrévete! -la retó-, y ahora cuando subamos a donde tu increíble Sebastián, le digo que estás muerta por él.

-¡No te atreverías!

Justo cuando estaban en medio de esa divertida discusión, dos guardias de seguridad se acercaron hasta ellas.

-Señoritas, están obstruyendo el orden público.

-¿Cómo dice? -quiso saber Fernanda envarándose.

-Así que está lleno de James Bond el hotel hoy -comentó Cristina, y ellos la miraron ceñudos.

-Guardias especializados -recalcó el que se había mantenido en silencio hasta el momento.

-¿Especializado en qué?

-En seguridad…

-No quiero saber -lo cortó Cristina molesta-, están entorpeciendo nuestro trabajo.

-Estoy de acuerdo, al menos podrían ser amables y ayudarnos con un carro -comentó Fernanda.

-Lo siento, señorita, nosotros estamos aquí para la seguridad de…

-Si no van a ayudar -lo volvió a cortar, ahora sí de mala gana-, déjenos trabajar tranquilas y no estorben.

Eso fue lo último que hablaron porque Fernanda fue a buscar el carro, lo cargaron y ambas molestas por tantas revisiones a la mercadería se dirigieron al ascensor de carga.

-Qué fastidio.

-¿Qué será que hay en el hotel?

-Una convención de algo.

-¿Pero qué puede ser tan importante para que haya tanto guardia?

-No sé, no he visto ni las noticias esta semana.

-Ni yo.

Tras entregar las carnes y conversar un ratito con el chef, salieron del restaurant para dirigirse al piso de la gerencia. Cristina estaba perfecta, en cambio Fernanda…no tanto.

Al llegar al piso, vieron a dos guardias más, claro, ellos no vestían de negro, pero por el porte y el corte de pelo se notaba que no eran civiles comunes y corrientes.

-Buenos días -saludó Cristina a la secretaria del piso-, quisiéramos entregarle unas facturas a Sebas, al señor Correa.

-Me temo que será imposible, el señor Correa -acentuó-, está ocupado. Déjemelas a mí.

-Imposible, además debemos arreglar otros asuntos. Lo esperamos.

-Imposible -repitió haciéndole un gesto a los hombres para que se acercaran, cosa que por supuesto a Cristina le molestó-, don Sebastián está viendo los últimos detalles de la convención sobre sustancias químicas y sustentabilidad con el embajador de Chile en las Naciones Unidas.

-Pero tendrá un minuto para mí, estoy segura -volvió a la carga Cristina.

-Señorita -resopló ya molesta la secretaria-. En la convención estarán diplomáticos con altos cargos a nivel mundial, y nuestro embajador es el encargado y representante de Chile…

-¡Pero qué tiene que ver Sebastián!-exclamó ya malhumorada.

-Que con él está viendo los últimos detalles el embajador. Está es un reunión “importante”-puntualizó.

-Sí…claro, entendemos -acotó Fernanda entendiendo la envergadura del asunto-, le dejamos las facturas y usted se hace cargo.

-Por supuesto, es mi trabajo -respondió con una fingida sonrisa.

Pero justo cuando se las estaba enterregando las puertas dobles de la sala de reuniones se abrieron y Cristina se giró al escuchar las risas del hombre que buscaba.

-No es de buena educación mentir -la increpó de mala forma-. Sebastián esta con el señor Subercaseaux.

Al escuchar ese nombre el corazón de Fernanda se aceleró. ¡Ignacio estaba en el hotel! ¡Y ella en esa facha! Cargar los sacos de carne, no la habían dejado tan limpia.

-Yo no miento -se defendió-, don Ignacio Subercaseaux es el embajador de Chile ante las Naciones Unidas.

-¿Perdón…?-balbuceó Fernanda-, ¿qué fue lo que dijo?

-Que el embajador, don Ignacio está en Chile para presidir la convención de….

Desde ese punto Fernanda ya no escuchaba nada más, su sangre había dejado de circular por sus venas y su corazón se encontraba detenido.

-No se preocupe, yo misma se las entregaré -le dijo a la chica arrancándole las facturas de la manos.

Cristina estaba tan sorprendida como ella, no entendía nada, solo veía a su amiga caminar con rabia hacia ellos.

Mientras avanzaba se sentía la mujer más estúpida del mundo por entregarse a un hombre del que no sabía nada, y que para peor, ¡ni siquiera vivía en chile! Pero en ese momento no le importaba nada, incluso se soltó del agarre del guardia, porque aunque ese hombre fuera el presidente de la república la iba a escuchar, eso sí que sí, ¡y a como dé lugar!

-Señor embajador -gritó para que él le pusiera atención.

En ese momento Ignacio Subercaseaux no se sintió el hombre poderoso que era siempre, sino que todo lo contrario, se sentía menos que nada, la mujer que caminaba hacia él lo hacía con rabia, pero sobre todo con dolor.

-Fernanda, escúchame…

-¡Ahora quieres que te escuche! -voceó totalmente descontrolada-, ¿no podía haberte escuchado anoche?, ¡o antes! ¿Cuál era tu idea?-le dijo lanzándole los papeles a la cara.

De inmediato los guardias se acercaron aferrándola de los brazos, deteniendo el supuesto ataque hacia el diplomático, si hasta su arma de servicio habían sacado.

-Suéltenla -les ordenó, y cuando lo hicieron se acercó más ella-, ven, tenemos que hablar -le pidió con ternura.

-¡No se te ocurra tocarme! -gritó-. ¡No me interesa saber nada de ti!

-Mi Fernanda… -susurró ante la mirada sorprendida de todos.

-¿¡Mi Fernanda!? –le reprochó con los ojos acuosos-, ándate a la misma mierda Ignacio Subercaseaux, y de pasadita te quedas allá, porque lo que es a mí, no me vuelves a hablar en mi vida, maldito mentiroso.

-Fer, vamos -murmuró Cristina tomándola por el brazo, su amiga estaba temblando, y cuando Ignacio quiso acercarse fue ella quien le tiró un manotazo. Y con eso, más la mano de Sebastián afirmándolo por la solapa de la chaqueta le indicaron que debía quedarse, que así no podrían conversar. Sabía que seguro se sentía demasiado engañada, y así, derrotado por sentirse descubierto se quedó mirando como la mujer de su vida desaparecía tras las puertas del ascensor.

En cosa de segundos, todo quedó en silencio, se miraban unos a otros sin entender nada, y a pesar de todo, Sebastián también se sintió un poco culpable, no solo había engañado a Fernanda, sino que a Cristina también…..

(Esta historia continuará cuando acabemos de leer al señor Costabal)

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