Sandra Ríos, una académica del sur de nuestro país intenta hacerse oír en medio de un ruido ensordecedor que habla de violaciones como si estuviéramos hablando de la inflación, el tiempo o un accidente en la costanera norte. Se eleva valiente, primero palabra escrita, luego voz alta.
Estamos viviendo días aciagos. Demasiados eventos simultáneos atropellándose para encontrar un lugar en este en boca de todxs. Capas y capas de violencias intersectadas que nos recuerdan que, a pesar de nuestras majaderas insistencias, la aguja de la violencia de género no se ha movido un ápice. No al menos en nuestro país, y a nivel internacional la situación tampoco es tan distinta: lo sucedido en Francia con Gisèle Pelicot nos recuerda que convivimos con violencias de género que tienen alcances inimaginables.
Sin embargo, sabemos que no se trata solo de las siempre peores afrentas misóginas que mantienen a la violencia sexual en la cúspide de la performance patriarcal. Descorazonador el constatar que seguimos aquilatando los hechos desde los mismos supuestos que responsabilizan a quienes sufren el ultraje. Puesta en duda, incredulidad, desconfianza, sospecha, culpabilidad, y ante la inminencia, solicitud de retractación con toques compasivos.
Ante el ataque contra el cuerpo, el cuerpo como resistencia. Las universidades aparentemente no han acusado el golpe de un mayo feminista, la promulgación de una ley, el levantamiento de ‘nuevas arquitecturas de género’ y ríos de financiamiento y esfuerzo de transversalización de género. En ese contexto, una denuncia de acoso sexual se vuelve contra el mismo cuerpo y lo ataca de nuevo ahora en forma de amenaza de impunidad. Sandra Ríos, una académica del sur de nuestro país intenta hacerse oír en medio de un ruido ensordecedor que habla de violaciones como si estuviéramos hablando de la inflación, el tiempo o un accidente en la costanera norte. Se eleva valiente, primero palabra escrita, luego voz alta. De frente, con nombre y apellido, haciendo de lo personal lo político. A nombre propio, y de primera fuente, comparte su experiencia, aquella donde luego de la denuncia, la investigación, el veredicto y la sanción se le conmina a tener compasión. Busca refugio en lo público, se debe olvidar de aquello tan resguardado en el discurso explícito, la llamada ‘protección a la privacidad de la víctima’ y poner a visible disposición de la amplia comunidad su historia. Esta exposición aparece como la única manera de sostener y sostenerse. Cuando le suben la apuesta no se amilana, se planta en medio del casino universitario y a viva voz vuelve a denunciar. Esta vez apelando a conmover. Ante la irracionalidad y la indiferencia debemos articular affidamento. Affidamento como una práctica de lealtad, confianza y cuidado mutuo.
El arrojo de Sandra se hace significativo solo si es capaz de resonar con otras voces. Oleadas de voces encadenadas que construyan fuerza para resistir y empuje para transformar. Sandra pone la voz y pone el cuerpo para denunciar e imaginar otra universidad posible. Se arriesga. Llegado ese momento ya no se trata de reivindicaciones personales. Se ha arribado a lo político y la lucha es por la construcción de otra universidad posible. En sus palabras “una donde no tengamos miedo.”
Sandra nos interpela a hacer cuerpo el slogan de “no estás sola.” Entonces, ¿qué necesitamos y cómo construimos esa otra universidad?