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Se cerró el boliche

Hasta fines de enero, la centenaria compañía discográfica inglesa EMI era la única empresa de música dedicada sólo a la música. Su fusión con la norteamericana Time-Warner la emparenta con un gigante y coloca una losa sobre el negocio musical tal como lo conocimos.


El 27 de enero, la música popular tuvo uno de esos esquivos días que realmente hacen historia: EMI, la compañía inglesa que hace 103 años inventó el negocio de grabar y promocionar artistas, anunció su fusión con Time-Warner.

EMI era todavía la única compañía de música dedicada exclusivamente a la música, compitiendo en la dignidad de su tradición de acetato -el mismo en el que grabaron Caruso, Sinatra y los Beatles – con megaempresas como Sony, BMG y la propia Warner, gigantes multiformes alimentados a correntazos desde el cine, la televisión, el cable, los diarios o las revistas. Y el nuevo socio de EMI, Time-Warner, es una especie de «gran sensei» de este nuevo sistema empresarial.

Nada contra la multiplicidad de inversiones. En el negocio discográfico, hace tiempo que las decisiones artísticas son de todo menos artísticas. No la contratación de artistas, que sigue hoy, como siempre, la vieja ley de invertir en lo invertible. El problema son los pasos posteriores: la carrera de esos músicos, las noticias que generen, las críticas y comentarios que les haga la prensa especializada, su inclusión en películas y bandas
sonoras.

En esta red de intereses, las empresas hacen lo posible para mantener una fachada de independencia. Pero la trama de propiedades ya no permite ni la ilusión de la inocencia. Porque usted no va aportillar con una mano lo que construye con la otra y si Madonna publica un disco en Warner, CNN, en lo posible, la va a elegir la mujer del año, y Entertainment Weekly la seguirá en cada uno de sus pasos y la banda sonora del nuevo filme Walt Disney no se va a publicar sin uno de sus temas. Porque, a fin de cuentas, hay un solo dueño para todos esos medios. Un solo gran hermano tras todos ellos.

EMI se fundó en 1897 («Electric and Musical Industries») y dos años después hizo suya la célebre imagen del perrito frente al gramófono. Creó al primer ídolo de la música popular, Enrico Caruso, en 1902 y contrató a los Beatles en 1962. Compró distintos sellos fuera y dentro de Europa y mantuvo, más allá del Atlántico, el mismo principio de curiosidad y búsqueda musical de su fundación: EMI fue, en Chile, la casa de Víctor Jara y Violeta Parra.

En la nueva empresa se reunirán 2.500 artistas. Warner-EMI controlará poco más de un cuarto de todo el mercado norteamericano y 36 % del chileno y, gracias a su alianza con el mayor proveedor de Internet del mundo (America On Line, AOL), dirigirá el futuro comercial de la música popular. Un futuro que comenzó esta semana. Que será rápido, eficiente, aséptico, cumplidor, ordenadito. Como el alumno mejor portado de la clase. Y tan aburrido como él.

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