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Sí, están lokos

En materia de conciertos, en Chile nunca pasa nada. O a veces pasa poco, que, por efectos del contraste, puede ser peor. Pero en marzo sí va a ocurrir algo entretenido. Van a venir los españoles de Ketama -legítimos intérpretes del flamenco contemporáneo- y van a dar un concierto absolutamente absurdo. Porque, con diez años de carrera y cuatro gallardas generaciones gitanas refulgurando en sus ojos oscuros, aquí no los conoce nadie. O casi.


En Chile, el público fiel de los conciertos en vivo lo forman: 15 mil náufragos de los 80 dispuestos a vitorear a jubilados tipo Creedence Clearwater Revival como si con ello mejoraran su vida. Treinta mil mujeres que no habían decidido su voto en enero pasado y juntan religiosamente las chauchas para seguir al paquetón romántico de turno. Y unos cinco mil metaleros, inmóviles en la foto ya amarillenta de sus inofensivas melenas, esperando con paciencia la cuarta venida de Metallica, que en el intertanto y a mansalva, se ha cortado el pelo.

No hay más. El resto es puro riesgo. El resto, casi no sale de la casa, a menos que se trate de una cuestión inesquivable. U2 o algo así. Pero U2 hay uno no más, así que las productoras cuidan el negocio y los artistas sólo se atreven a pisar estas tierras estudio de marketing en mano y siguiendo el ultraprogramado itinerario de sus giras latinoamericanas; así, en el peor de los casos, el público argentino amortiza la inversión. No vaya a ser cosa que se peguen el pique en vano. Y tan lejos además.

Por eso, en materia de conciertos, en Chile nunca pasa nada. O a veces pasa poco, que, por efectos del contraste, puede ser peor.

Pero en marzo sí va a ocurrir algo entretenido. Van a venir los españoles de Ketama -legítimos intérpretes del flamenco contemporáneo- y van dar un concierto absolutamente absurdo porque, con diez años de carrera y cuatro gallardas generaciones gitanas refulgurando en sus ojos oscuros, aquí en Chile no los conoce nadie.

Trescientas copias le han comprado en Chile a Ketama de De akí a Ketama, un disco que más que eso parece fiesta, porque es en vivo y está lleno de gritos y palmas -si se va a comprar sólo un disco de esta banda, cómprese ése-. Con ese álbum, que vendió en España un millón de copias en 1995, José Miguel, Antonio y su primo Juan Carmona se hicieron definitivamente famosos,
especialmente en las confesionales líneas de «No estamos lokos»: …»que sabemos lo que queremos, vive la vida, igual que si fuera un sueño, pero que nunca termina, que se pierde con el tiempo». Konfusión, una placa más bien confusa -en serio, tiene unos tintes new age medio extraños- pasó totalmente inadvertida en Chile en 1997. Y Toma Ketama!, el estupendo disco que hicieron el año pasado -perfectamente disponible en su disquería más cercana- tampoco anduvo mejor.

Pero los españoles de Ketama vienen igual. Será que no se reúnen dos familias gitanas como los Soto y los Carmona para andarse achicando cuando se trata de cruzar el océano. Será que tienen ganas de echarle un cantecito a esta gente sudamericana, que, mal que mal, inventó esos ritmos tan bonitos como la salsa, la rumba, el son y bossa nova, estilos todos que Ketama fundió con el flamenco, para llenarse de gloria en España de un día y para siempre.

Será que son porfiados como mula, o confían demasiado en sí mismos. O será que llevan 20 años cantando con la misma camisa. El caso es que Ketama se va a presentar en Santiago contra todo pronóstico, ajenos al ajetreo rutinario de la oferta y la demanda. Van a traer un poco de esa música borracha que cantan con tanto gusto, más aún cuando los acompaña José Soto «Sorderita». Van a traer un poco de aire fresco, un aroma de sangría; algo de la noble herencia de Camarón de la Isla, de los sones trasnochados de Kiko Veneno, del palmoteo impetuoso pero tan perdido de su fallecido primo Antonio Flores. Si no se arrepienten, van a mostar en Chile
algo nunca-antes-visto. Ahora sí que sí.

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