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Sergio Gómez: «Cada vez me siento más lejano de la novela policial»

En su nueva novela, el escritor transita entre la Polonia de los años 40 y el Chile actual, con una novela histórica arrancada de un hecho real y que deja atrás su cercanía con la literatura de asesinatos, a la que no tiene intenciones de volver. Pero sí retorna a Vertiente Baquedano, el lugar ficticio en el que también se situaba El labio inferior.


Han pasado casi diez años desde la publicación de la antología de cuentos McOndo, una suerte de manifiesto contra el realismo mágico, compilada por Alberto Fuguet y Sergio Gómez. Allí, Gómez publicaba sólo un texto: "Extrañas costumbres orales". A pesar del tiempo y del proceso literario que ha vivido el escritor, muchos siguen identificándolo con ese libro y con su participación en el suplemento juvenil "Zona de contacto", de El Mercurio.



Ajeno a esa caricatura, ha transitado con éxito por la novela policial, la crónica, los guiones y los cuentos. Acaba de presentar su trabajo Patagonia, una novela histórica que rescata, a través del testimonio del judío Abe Barrea, la historia del criminal nazi Walter Rauff.



A partir de un hecho real -la existencia y delitos de Rauff- el escritor pasea a sus lectores por geografías reales e imaginarias, por historias-historias y por historias-ficción. El tránsito de Barrea desde Lodz -en Polonia- a tierras extranjeras, para terminar sus días en Vertiente Baquedano -un pueblo inventado- y sus vivencias como colaboracionista de los nazis, gracias a su talento de amaestrar perros, son la verdadera madeja que guía la novela, más que la historia de Rauff.



Sergio Gómez tiene cábalas y costumbres. Una de las cábalas es firmar los autógrafos bordeando la página, como el tímido inicio de un espiral. Una de sus costumbres es atar sus novelas y cuentos entre sí, rescatar y reciclar personajes, tender líneas entre su creación, repetir nombres y lugares. Fundar su propia dinastía literaria.



-Ya habías estado en la Vertiente Baquedano con tu novela El labio inferior. ¿Por qué vuelves?
-No sólo vuelvo a la Vertiente Baquedano: también hay personajes que estaban en la novela anterior. Al escribir, uno trata de jugar con el mundo propio, hacerlo interesante y entretenido para uno mismo. Éstos son lugares que no existen, pero que yo reconozco. Ahora, si los demás entran a ese mundo y logran entender todos esos detalles, bien. Pero el primero que disfruta es siempre el que escribe.



-Es un guiño para ti mismo, antes que para los lectores.
-Sí, porque hay cosas que sólo uno entiende. Algunas son secuencias de la misma historia. En El labio inferior, un personaje importante hace algo, y ese mismo personaje está en Patagonia. Es un tipo raro, un personaje con una lengua extraña, partida por la mitad en la punta. Apenas sé quién es, pero es tan importante que define el modo en que se resuelve la historia en Patagonia.



-Podrías especular sobre qué habría pensado tu protagonista, Abe Barrea, del personaje de El labio inferior, Manuelita Riquelme, por ejemplo.
– Por ejemplo. Creo que se tocan siempre. Me acuerdo de haber nombrado en El labio inferior a un judío que vivía en Vertiente Baquedano. Siempre hay cosas así, que el autor conoce y disfruta no sé por qué. Es como tener tu propio club de personajes, espacios y lugares.



-En esta tendencia de hacerte auto guiños, habías hablado en un cuento anterior de la madre de Adolf Hitler. ¿Cómo llegas de nuevo a la temática nazi?
-Primero, la temática nazi es muy actual, y eso tiene que ver con el pulso de la historia. Se conmemoran 60 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y se están revisitando esos lugares. Desde los mismos países que participaron hay eso de decir ¿qué hicimos? ¿qué pasó? O rever a los victimarios también como víctimas. Han salido dos o tres novelas de alemanes que dicen ‘nosotros también fuimos víctimas, y nos callamos porque nos sentimos siempre victimarios.’ Hay toda una revisión de la historia.



Segundo, mi intención en Patagonia fue siempre mostrar a un sobreviviente: el sobreviviente de una catástrofe histórica. Y eso puede ser en la Segunda Guerra Mundial o hace 30 años en Chile. Cómo alguien que está metido en eso sobrevive, y su única posibilidad es aliarse con el enemigo, tratar de inventarse una personalidad, seducir al otro. Eso puede pasar en cualquier momento.



-Tiende a ser un poco políticamente incorrecto revisitar la historia a partir de un colaboracionista.
– Es cierto, pero creo que es en la gente que más se entiende este drama de la supervivencia. Uno muchas veces tiene que dejar sus ideas de lado porque quiere vivir. No todos tenemos esas certezas, que además han ido cayendo; ya nadie tiene tanta certeza como para decir ‘voy a dar mi vida por eso’. Primero defiendo mi vida; después mis ideas. Y el que sobrevive es un tipo que merece el más sincero de mis respetos literarios, en el sentido de que veo que ahí hay una historia.



-El personaje Abe Barrea parece bastante moderno a la hora de escoger sus prioridades. En Patagonia no está la idea heroica que veíamos en las narraciones sobre la Segunda Guerra Mundial en las décadas pasadas. Es un personaje más individualista en ese sentido.
– Tienes toda la razón. Esa es la óptica con la que uno escribe novelas sobre el pasado. Uno no está haciendo historia, sino novela, y tiene que hacerlo siempre desde la perspectiva de que es uno nomás, que está hablándose desde el presente hacia el pasado. La gente se confunde, lee por ejemplo El nombre de la rosa, que es una novela muy bien recreada, pero lo lee en clave moderna. No se está diciendo que así vivían los monjes exactamente. La novela histórica tiene que tener una perspectiva moderna; si no, sería sólo historia.



"El género policial es un poco cómodo"



-Tiendes a usar bastante el método de crear un personaje que investiga la vida de otro, tal vez porque has escrito bastante en el género policial. ¿Te acomoda?
-Es una estrategia momentánea. Las novelas en general hacen eso, lo que pasa es que no se nota. Es esto de buscar el principio de verdad dentro de algo; siempre hay un misterio. A veces es sicológico y a veces real, pero hay una búsqueda, porque si no una novela no podría existir. Sería una simple descripción, sería sólo mostrar, y una novela siempre demuestra algo, por lo tanto tiene que tener una tesis. Acá se nota más porque el personaje anda buscando una realidad.



Ahora, no necesariamente me siento cercano al género policial. De hecho, me siento cada vez más lejano. Creo que es un poco cómodo. Cuando uno se plantea la fama que ha adquirido la novela policial latinoamericana, hay que pensar que está pecando un poco de la comodidad de encontrar personajes: el detective que siempre está solo, por ejemplo. Un estereotipo es fácil. Aunque la gente disfrute a veces las repeticiones, si la novela actual va a enfrentar lo policial, debería tratar de quebrar ese género, usar el decorado, pero hacer otra cosa. Lo que quiero hacer después de Patagonia tiene mucho que ver con romper ese esquema.



– ¿Siempre desde dentro de lo policial?
-No, desde otro lado. Las historias de la gente me encantan, y es cierto que eso tiene algo de policial. Contar historias de gente me parece una buena labor, y es más o menos lo que hago acá en el diario con las crónicas. La diferencia es que son reales, y eso las hace más angustiantes aún. En Patagonia hay una mezcla de cosas reales y ficción.



– En algún momento fuiste estereotipado como autor policial, y además te sindicaron como un buen escritor policial. ¿Te molesta un poco?
-Siempre me dio risa, porque sólo hice dos novelas. Eso es típico de lo chileno: haces cualquier cosa, un cortometraje, y ya eres el director de cine. Ganas el concurso de cuentos de Paula y ya eres escritor. Acá lo que uno diga o no diga da lo mismo. A mí me encanta escribir, es mi pasión, es mi vida. Y uno siempre es mucho más ambicioso con lo que quiere hacer. Entonces que me pongan en un lado, que digan que Fuguet era mi amigo, que la Zona… no sé, me resbala absolutamente.



-¿Te sientes lejano del estereotipo, como de esa idea de que Sergio Gómez es sinónimo de McOndo?
-A mí de repente me dicen "oye, esto que es tan distinto", y siempre he escrito igual. No veo la gran diferencia que ellos ven. Que yo haya tenido una participación en la Zona, por ejemplo, que ayudamos a crear un suplemento de importancia… he vivido con eso y nunca me ha causado nada. Cuando uno sabe lo que tiene y lo que hace, da lo mismo.



-Tal vez haya un poco de caricatura en esa imagen.
Uno también tiende a caricaturizar a los demás, y dice ‘ah, estos son oficialistas, los de la Sech, los amigos de Díaz Eterovic, los amigos de Fontaine y Contreras…’ Siempre se termina caricaturizando, pero al final lo que sirve son los libros y las novelas. Demuéstrenme con libros lo que dicen. A mí, por ejemplo, nunca me ha gustado un libro de Contreras. Noto que escribe bien, pero no me gustan sus libros, no me gusta que alguien me escriba sobre su existencia, me gustan las historias. Pero no puedo tener un juicio mas allá de eso.



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-¿Hay alguna corriente literaria de la que te sientas más cercano?
-Siempre me he sentido cercano a los escritores jóvenes latinoamericanos… jóvenes-maduros (se ríe). Hay gente que escribe estupendamente bien, creo que en Chile incluso hay un retraso en eso, tendemos a ser personalistas y no contar la historia desde afuera. Las historias son siempre muy intimistas, y creo que hay que hacer historias más universales. En ese sentido, la novela argentina la mexicana son muy buenas.



¿Y en Chile quiénes estarían en esa tendencia?
-Noto que hay gente como Marcelo Simonetti, como Pato Jara -que son además amigos míos-, Andrés Gómez, que tienen la intención de hacer algo distinto. En Argentina soy muy fanático de Rodrigo Fresán, de Fernando de Santis. O los crack de México, como Volpi. Son escritores notables, que no están pensando solamente en su terreno reducido, en su dormitorio. Hacen novelas que van más allá, que son universales. Me interesa que no se hable solamente del pequeño Chile, sino del gran Chile, que es universal. No eso del pequeño problemita, como ‘voy a hacer una novela sobre el Mop-Gate…’ o cualquier cosa así de particular. Las únicas novelas que perduran tienen un aire local, pero siempre son universales.



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