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Mis cuarenta golpes Opinión

Mis cuarenta golpes

Elias Adasme. Artista contemporáneo.


11 de Setembro de 1973- Ataque a La Moneda para matar Salvador Allende

Tenía dieciocho años aquel martes 11 de septiembre de 1973. Como siempre, escuchaba en la radio los noticieros matinales. De pronto, la transmisión se interrumpió y comenzaron a escucharse los acordes de una marcha militar. Una voz de claro timbre autoritario anunciaba: “Esta es la cadena radial de las Fuerzas Armadas de Chile. Todas las emisoras están obligadas a sumarse a esta cadena. Aquellas que no lo hagan, deberán atenerse a las consecuencias”. Nerviosamente moví el dial en busca de otras estaciones. Lo mismo.

No fue hasta alrededor de las 9:30 de la mañana cuando logro escuchar fragmentos entrecortados del último discurso del presidente Salvador Allende, en una emisora que sería bombardeada minutos después: Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. (…) Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. (…) Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor” .

A las once de la mañana, aviones de guerra bombardearon el palacio de La Moneda, donde Allende resistía con un puñado de leales. Las imágenes del centenario palacio en llamas, simbolizan hasta el día de hoy, la violencia y el horror con que se puso fin a un gobierno legítimamente electo dentro de una larga tradición democrática.

Se iniciaba así, uno de los periodos más oscuros en la historia de mi país, cuyo libreto escrito en Washington, operaba en el contexto de la llamada Guerra Fría. Los militares golpistas chilenos replicaban a sangre y fuego, las tácticas que la CIA y otras agencias estadounidenses les enseñaran en su lucha contra “la subversión comunista en el continente” [sic]. De ahí se desprende que aquel golpe militar fuera una evidente rendición de la soberanía nacional, y por tanto, un claro acto de traición a la Patria, ya que las motivaciones ideológicas que lo sustentaron, provenían de una potencia extranjera.

Antes de autoexiliarme en Puerto Rico, fui testigo durante una década, de la barbarie ejemplificada en las graves violaciones a los derechos humanos con que el régimen aterrorizaba a la población. Pero también fui protagonista de la conciencia insumisa de miles y miles de chilenos, quienes, desde sus respectivos quehaceres, resistíamos la felonía y la opresión. En mi caso, desde la trinchera de la cultura y el arte.

A cuarenta años de aquel fatídico suceso y su secuela dictatorial, vuelven a la palestra, las expresiones artísticas que documentaron y testimoniaron aquella cruenta época. Libros, música, obras de teatro y de artes visuales reflotan el acontecer cultural estigmatizado en esos días bajo el manto de la sospecha y el delito; pero que constituyen hoy las hebras aún dispersas de un tejido histórico tan necesario de recomponer.

Desde su inicio, el régimen se ensañó con la cultura, quemando libros y discos en la vía pública, interviniendo las universidades y censurando los contenidos editoriales de periódicos y revistas. Galerías y exposiciones de arte mermaron su actividad y muchos artistas tuvieron que optar por la vía del exilio ante explícitas amenazas. Sin embargo, nuestras voces nunca fueron del todo acalladas. Cuales celosos guardianes de valores cuestionados como la justicia y la libertad, “conspirábamos” creativamente en los talleres, en el teatro, en las bibliotecas y hasta en la calle, asumiendo prácticas artísticas con mensajes encriptados para evadir la censura.

Recuerdo con suma emoción aquella acción de arte en que teñimos de rojo las aguas del río Mapocho, aludiendo a los cadáveres que aparecieron flotando durante los primeros días del golpe. Al llegar la Policía argumentábamos que eso era Land Art y nos dejaban tranquilos. O cuando me colgué cabeza abajo en un poste de una estación del Metro santiaguino, con un mapa de Chile al lado. Unos cadetes militares de paso, creyeron que era un spot publicitario de jeans. Y es que cuando se vive una realidad como aquella, la creatividad aflora como una eficaz herramienta de denuncia y testimonio, a la vez que proyecta el imaginario colectivo hacia adelante, en la búsqueda de una salida que reivindique la dignidad atropellada, y donde preservar la memoria resulta esencial para poder sobrevivir.

Recordar, sí, no desde la nostalgia de un pasado anquilosado, sino desde el anhelo de un futuro por construir. Recordar, para que nunca más se nos prohíba soñar, ya que son los sueños –y no las cosas– las que le dan un verdadero sentido a nuestra existencia.

Este 11 de septiembre será el golpe número 40 en mi memoria, ya que cada año transcurrido desde 1973, se convierte en un duro recuerdo de mis amigos caídos, que pagaron con su vida la osadía de enfrentarse a un sistema inhumano y opresor. Pero también estos cuarenta golpes han ido cincelando en mi conciencia, los cimientos de un futuro esperanzador. Lo veo en las aspiraciones de una mayor justicia social, que las nuevas generaciones retoman en sus movilizaciones. Como si un tenue hilo conductor uniera mi época con el presente. Es verdad que el escenario es otro, con nuevas voces y otros matices en las demandas, pero es el mismo espíritu libertario el que las anima. Y me place ver que allí, codo a codo, entre la muchedumbre apropiándose de las calles santiaguinas, están los pintores, los grabadores, los cineastas, los músicos, los escritores, los actores, los artistas pensantes e insumisos de siempre.

Neruda tenía mucha razón: “Podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”.

El  arte debe ser ineludible

 

Foto: Elías Adasme

Foto: Gentileza Elías Adasme

En 1980, Elías Adasme en una de sus intervenciones urbanas, emplazó a los transeúntes en el centro de Santiago con la afirmación El Arte es Ineludible. Para este especial incluimos fotografías inéditas de esta inversión y el texto con el que se enfrentó simbólicamente a la dictadura.

Desde esta desmembrada y jerarquizada geografía sudamericana decimos que el arte debe ser ineludible. Así tal cual: EL ARTE DEBE SER INELUDIBLE. Y lo decimos con ardor, puesto que evidenciamos una situación de carencia en la cual te dicen que la esperanza queda postergada incluso en tu memoria. En que el espacio que habitas se torna un solitario ámbito reconocido socialmente como una no-pertenencia. En que tu trabajo y tus sueños, al proyectarse en el entorno, se encuentran con la negación de esa vida que los genera.

Por eso desde aquí, hablamos de la urgencia del arte como una acción dinámica y eficaz de incidir en la realidad. Como un acto de revaloración del paisaje. Como una manera de ir desacralizando aquellos contenidos determinantes de una conducta anti-humana.

De ahí la acción de arte, la intervención de espacios comunes, la inversión de escena, el enfrentamiento de signos colectivos: el asalto a la realidad desde el arte.

Llegará el preciso día en que nuestras ubicaciones geográficas dejarán de ser un simple trazado en un mapa y este hombre sudamericano se reconocerá en ellas, al ser también arquitecto y testigo en la construcción de una nueva cultura, de un nuevo modo de operar en la vida.

Por ahora, tan sólo tenemos la sospecha, de que estar de acuerdo… es la peor de las ilusiones.

ELÍAS ADASME – octubre 1980

 

 

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