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La elevada jerarquía de Lakmé, la ópera cumbre francesa

La elevada jerarquía de Lakmé, la ópera cumbre francesa

El estreno del tercer título de la temporada lírica internacional sobre el escenario de la calle Agustinas, marcó un hito en lo que va de este año docto: difícilmente se puede encontrar una obra de tanta complejidad artística y exagerada belleza musical, como la partitura tardía del romanticismo francés, que hoy se encuentra en cartelera. A la brillante dirección orquestal de Maximiano Valdés, se le agrega, en esta ocasión, el notable despliegue vocal y dramático de la soprano rusa Julia Novikova. Lo único al debe: el discreto concepto teatral de la puesta en escena.


Sólo una vez en la historia se había exhibido Lakmé (1883), obra del compositor romántico galo Léo Delibes (1836-1891), arriba de las tablas del Teatro Municipal de Santiago. Fue hace 110 años, en las lejanos días de 1904, y en ese entonces, el Presidente de la República de Chile era don Germán Riesco.

Y en la tarde del último sábado 5 de julio, cuando volvió a presentarse esa “Butterfly” del arte lírico francés, quizás, al edificio diseñado por Claudio Brunet des Baines, le sucedió algo parecido a lo que describe el escritor argentino Manuel Mujica Láinez, en las poéticas páginas de su novela La casa (1954): “De inmediato me sentí traspasada por el portento de la música, y mis asombrados habitantes empezaron a chistarse entre ellos, dentro del tapiz, en el techo italiano, a lo largo de las salas y de los corredores, para obtener un silencio total, porque allí arriba, la cascada de notas puras caía sobre mí con el dulzor de un bálsamo. La aparición majestuosa ponía en marcha, como si hubiera tocado un secreto resorte, al mundo muerto, al mundo desconcertante y perdido, a mi mundo”.

Lakmé 4

Por lo que apreciamos hace dos días, el espectáculo que se podrá ver hasta el próximo lunes 14 de julio, en la principal sala de conciertos de la capital de Chile, es de una elevada jerarquía artística.

El argumento fundamental en que se apoya esta afirmación, lo constituye la belleza inherente de los motivos musicales que componen los pasajes de Lakmé, partitura que genera un prendamiento estético frente al que cualquier ser humano –incluso el que ni siquiera posee una formación en este tipo de producciones-, se asuma tocado y elevado a sensaciones que escapan con largueza a la monotonía de la cotidianidad. Es que por eso concurrimos a la ópera: para ser felices.

La dirección del maestro chileno Maximiano Valdés interpretó ese sentir de una manera precisa, y por momentos brillante: su batuta ha sido la que mejor condujo a la Filarmónica, en lo que va transcurrido del presente año, eso, si descartamos las veladas en que la agrupación fue encaminada por su titular, el ruso Konstantin Chudovsky.

Estamos en el siglo XIX. Lakmé y su tensión dramática giran en torno a la irrealización de un amor imposible. El afecto prohibido entre la joven sacerdotisa hindú que bautiza la pieza y el apuesto oficial inglés de servicio en la península de la India, de nombre Gérald. En esta oportunidad, personificados por la soprano rusa Julia Novikova y el tenor canadiense Antonio Figueroa, respectivamente.

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Ambos, de un buen nivel escénico y vocal. En especial la primera, una solista que salió airosa, luego de enfrentar un rol de grandes dificultades en su interpretación: dotada de un bello timbre, supo abordar la complejidad de cantar arias de persistentes acrobacias vocales (coloraturas), las que demandan, dentro de un corto espacio narrativo, desplegar un estilo liviano y otro de carácter pomposo, los dos, casi al mismo tiempo.

La rusa Julia Novikova no sólo es una soprano de aplaudibles cualidades técnicas, también su figura esbelta y menuda, coronada por un rostro hermoso, la transforman en una actriz que encarna el papel de Lakmé -el de la sensual princesa virginal-, en una forma muy creíble. Y si bien Antonio Figueroa dista de llegar a la estatura artística de su compañera, en esta personificación suya de Gérald, la verdad, es que se halla lejos de desteñir.

El punto que más dudas nos genera de este montaje que analizamos, resulta del concepto dramático que se encuentra detrás de la puesta en escena, al que sin sentenciar como descartable, tampoco podríamos catalogar de “logrado”. Creemos que Jean-Louis Pichon (regisseur) y Jérome Bourdin (escenografía), se equivocaron en apostar a un solo cuadro, con pequeñas variaciones según el acto, a fin de sostener su visión teatral de Lakmé. La idea nunca es mala, pero concluye siendo discreta en el propósito de representar la profunda fotografía de la realidad, que subyace en este libreto.

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De fondo, dominando la perspectiva, la danza del dios Shiva, el símbolo de mayor fuerza en el imaginario de la religión hindú, el mismo que habría inspirado -en sus paseos por las altas cumbres- a Friedrich Nietzsche y su filosofía del eterno retorno de lo idéntico. Los círculos que caen sobre el plano general hasta llegar al foso de la orquesta, vendrían a escenificar esa quietud y movimiento, la paz y el equilibrio; el alma primordial, el poder, la energía y la vida, de todo lo que existe. El baile y el bailarín que son uno, en la destrucción y en el renacimiento del universo, que sucede a cada instante.

Lo más rescatable de este régie, sin duda, es la disposición del coro y de los cantantes, cuando irrumpen juntos en el proscenio, y la diseminación de las secuencias coreográficas, a cargo de Edymar Acevedo. La virtuosa iluminación de Michel Theuil, por su parte, matiza la precariedad ornamental que atraviesa por entero la cosmovisión propuesta entre Pichon y Bourdin.

No sé, un momento cumbre del arte lírico universal, como es “El dúo de las flores”, que estaba ausente de nuestras programaciones por hace más de un siglo, se merecía otra puesta en escena, unos detalles más elaborados que simples claroscuros de luces, para retratar a ese río y a esos pétalos de loto, que prometen, juran la inmortalidad y el amor celestial a sus creyentes.

 

 

 

 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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