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Crítica de Teatro: “El Marinero”, de Fernando Pessoa Centro GAM, 20 de marzo al 26 de abril

Crítica de Teatro: “El Marinero”, de Fernando Pessoa

Podríamos decir que la ceremonia a la que asistimos, es la del relato en vida de la muerte como sueño, aunque también lo inverso, la narración de la propia vida resguardada en aquella tumba, en la que bien podría descansar el cuerpo de cualquiera de ellas. Y es que tal vez cada una vela, con la palabra, la vida de si mismas.


La conmemoración de los setenta años de la entrega del Premio Nobel a Gabriela Mistral, convierte la programación 2015 del centro GAM en lo que se ha titulado: “Ópticas femeninas” siendo la mujer su principal figura y presencia artística. Si a esto sumamos que “El Marinero” de Fernando Pessoa, dirigida por Alejandro Goic (Carne de Perro), se estrena a cien años de su publicación y que, además, abre la temporada, su carácter resulta todavía más relevante.

Las actrices protagonistas de este montaje, emblemáticas, y de extraordinaria trayectoria: Bélgica Castro (Premio Nacional de Artes), Gloria Münchmeyer y Carmen Barros ubican en conjunto a la palabra como escenario de rito y ceremonia para la muerte. Porque este es un montaje que se despliega en y sobre la palabra. Será a través de ella y también del mar –representado en evocadoras imágenes–, cómo los personajes convierten la realidad del teatro en otra, una ensoñada, una acaso falsa.

Pessoa escribe con esta obra, una tragedia para la muerte, para todo lo que no comprendemos de ella, ni vemos. Entonces mejor soñarla, y en vez de morir nosotros, dejar que la muerte hable, primero.

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Tres hermanas velan el cuerpo de un hombre. Es Fernando Pessoa.  No sabemos qué relación tienen las veladoras con ese cuerpo. Sabemos, eso si, que lloran su muerte, que reclaman por la vida de antes, preguntándose entre todas por ese pasado que ni siquiera están seguras de haber vivido. “¿Qué significa contar nuestro pasado?”, dicen. Una de ellas asegura haber soñado con un marinero, y la respuesta que obtiene: ¿pero el marinero sabe navegar? Las tres mujeres permanecen estáticas durante toda la función, o casi. Una de ellas baila silenciosa junto al ataúd unos instantes. Lo demás es verbo, el horror de la muerte contenido en la palabra.

Aunque las imágenes del mar no solo acompañan la función, sino además el gesto de aquellos cuerpos quietos, silenciados bajo la impresión de acompañarse ante la muerte. Tras ellas, una ventana recorta la proyección del mar que se mueve. Su oleaje, nos muestra el día, lo “real” de aquel exterior sucediendo en paralelo. Las velas contrastan la luz. El brillo del mar refracta, sobre todo, en las espaldas de las veladoras en medio de ese salón oscuro, en penumbras.

Podríamos decir que la ceremonia a la que asistimos, es la del relato en vida de la muerte como sueño, aunque también lo inverso, la narración de la propia vida resguardada en aquella tumba, en la que bien podría descansar el cuerpo de cualquiera de ellas. Y es que tal vez cada una vela, con la palabra, la vida de si mismas.

Sobre el teatro “estático”, Fernando Pessoa dijo, a propósito de “El Marinero”: “Se dirá que esto no es teatro. Creo que lo es porque creo que el teatro tiende a ser teatro meramente lírico y el enredo del teatro y el teatro meramente existe, no en la acción, sino, más ámpliamente, en la revelación de las almas a través de palabras confusas”. Y después de ver la función, yo también digo que sí, que esto sí es teatro, y más aún, es la hermosa ceremonia del cortejo de la vida hacia la muerte, del teatro como manifestación sagrada.

Quizá lo que Pessoa buscaba era precisamente lograr que aquellas mujeres se encontraran de frente consigo mismas, sumidas en el sueño profundo de una melancolía que viene al recordar. Alejandro Goic, bajo su dirección, guía nuestra mirada hacia fuera, hacia ese mundo real al que tanto se refirió Pessoa mientras escribía su obra. Y ese “afuera” no es otro que la metáfora más viva de todo lo que se mueve: otra vez el mar, único sarcófago,  cama, y quizás, la más febril de todas las lejanías.

Goic inscribe con su puesta en escena la representación de la vida en el relato de las hermanas, hacia una que no tiene otro sentido que el del sueño cuando se narra: “sé que he despertado y que todavía duermo”. Aquel devenir o “estado de naufragio” es también la obra, imágenes inciertas donde Goic nos muestra a las veladoras a orillas del mar, siempre de día, cubiertas de ropa negra, incluso a veces, rodeadas de vacas andando sobre la arena. Después, las vemos de nuevo, a ellas, en imágenes en primer plano gritando de frente sus quejas dolidas sobre qué es la muerte, o morir, o qué significa esa palabra para el cuerpo al pronunciarla. Sin duda el momento más alto y desolador de la obra.

Pero ¿qué pasa con el cuerpo cuando muere? ¿Quién es el que duerme en la tumba de esa sala? Toda la ambigüedad posible del relato poético que escuchamos obedece a interpretaciones actorales magistrales por parte de cada una de las actrices. Sus palabras son todavía más abiertas gracias al excelente trabajo que Fernando Guzzoni (La colorina, Carne de Perro) y Alejandro Goic realizan tras la dirección audiovisual de las proyecciones.

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El director, incluso, dejó que el azar escogiera algunas de las situaciones filmadas, como la de aquellos animales junto al mar. Así la casualidad también tiene permiso para entrar en el universo total de la obra. La ceremonia a la que se nos invita entonces, es la de la vida, pero en el teatro. Con ella vemos la representación seguida de preciosos acontecimientos poéticos: cuando una de las mujeres baila, cuando las imágenes muestran los cuerpos de ellas abreviados al tiempo de un pasado que se acota en las manos, en las expresiones de sus rostros. Dichas imágenes son acompañadas por la voz en off del director dando instrucciones y arrojando preguntas sobre la muerte para las actri

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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