«Siento que lo que fuimos a mostrar como panorama literario es algo acelerado, ansioso, angustiado, como si necesitásemos demostrarle algo a Argentina, como cuando llega el chileno y se hace el canchero frente a una belleza trasandina», escribe Juan Manuel Silva Barandica.
Tomo el título de una canción del disco “Honestidad brutal” de Andrés Calamaro, para referir los hechos particulares que acontecieron en la capital de Argentina, entre el 2 y el 6 de mayo, en el marco de la Feria Internacional del Libro de la misma. Pero no nos adelantemos, esto parte un par de semanas atrás.
Por gracia del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (a quienes llamaremos por economía síquica: CNCA) me fue concedida junto a otros la oportunidad de representar a Chile en una comitiva que asistiría a dicha feria en aras de la internacionalización del libro. El grupo estaba encabezado por el periodista Pedro Cayuqueo; los narradores Natalia Berbelagua, Marcelo Mellado y Diego Vargas; los poetas Francisco Ide y el que escribe.
Según la programación, y lo que pude entender, los días se harían cortos entre reuniones y paseos por los laberínticos pasillos de La Rural; porque como planteaba Sarmiento el siglo antepasado, el fundamento de la cultura argentina está en el campo, metáfora perfecta para lo que sería la feria (pensemos que en nuestro caso la FILSA está emplazada en una estación de trenes: esa imagen que parece vibrar en la memoria, mas no en el presente).
Entonces, llegado el día de embarcar, mandé los correspondientes correos electrónicos a algunos amigos que tengo en Buenos Aires, esperando tener un momento para conversar. Y fue un viaje tranquilo, como todos los que inocula una semana de trabajo. Mas no así la llegada a Ezeiza, en la que la confusión producida por buscar a Pedro Cayuqueo y descubrir cuál era la forma más económica de llegar al hotel, nos retrasaron el tiempo justo para que, ya instalados, no tuviésemos tiempo más que de zampar lo que nos fue dado al paso, y correr al Centro Cultural Matta, un precioso edificio enclavado en un parque, a un par de cuadras de Plaza Italia, que parece ansioso de recibir actividades.
Hago una pausa aquí, para hacer un salto al futuro, que, imagino servirá al propósito de la historia: aunque no parezca así, sólo vi a Pedro Cayuqueo ese primer día, en el que nos saludamos y tuve que conformarme con seguir leyendo sus twitteos y textos periodísticos.
En fin, llegados a nuestra primera actividad – que en realidad eran tres- una cantidad bastante interesante de público escuchaba a Diego Vargas, escritor temucano que había vivido en Buenos Aires y publicado en la editorial Momofuku su novela “La extinción de los coleópteros”, conversar con Hernán Vanoli y Matías Amodeo (argentinos, editor y autor de Momofuku, respectivamente); luego de sus reflexiones fue el turno de Natalia Berbelagua (autora de “Valporno”) y una lectura conversación con Natalia Litinova y Cecilia Pavón (argentinas, poetas y traductoras), y, creo, este fue el punto cuando las dos o tres actividades que pensamos que tendríamos que realizar comenzaron a desarmarse, al menos para mí, dado que el actor principal, el público, en su gran mayoría, se había retirado siguiendo a los autores de la primera mesa.
Y si la gente ya era escasa, para la lectura de Francisco Ide (poeta, autor de “Yakuza”) y Manuel Schifani (poeta argentino, autor de “Astiz”) no había prácticamente casi nadie, salvo Gonzalo León, periodista exiliado en la capital del tango, y un par de personas más.
Luego de esto, acompañados brevemente por la gente del CNCA – entre conversaciones de diarios y prensa en general-, fuimos a por la tan necesaria merienda –coronada con la infausta victoria de Mayweather contra Pacquiao-, y, antes de que terminara el día, pensé, o más bien, recordé que habíamos sido nosotros, los autores, quienes habíamos organizado las mesas y lecturas de este viaje, cuestión que acrecentó mis dudas sobre el éxito final de la expedición.
El domingo 3 se jugó el clásico entre Boca Juniors y River Plate, y aunque parezca increíble, una hora y media antes, con media ciudad preocupada de eso, estábamos con Marcelo Mellado y Francisco Ide en la sala más recóndita de la inmensa Feria del Libro, sentados en una sala vacía, con Diego Vargas y Natalia Berbelagua, un empleado del CNCA que no habíamos visto antes, y un amigo de alguien, supongo.
Se me había ocurrido hablar de la tradición, parodiando el ensayo de Borges “El escritor chileno y la tradición”, como un modo de interesar al paseante despreocupado, que los días domingo inunda La Rural. El problema es que ignorábamos que dicha actividad no aparecía en el programa, y como el resto de las actividades, había sido recalendarizada en innumerables ocasiones. El caso es que, finalmente, cuando entraron dos ancianas –presumiblemente sordas- decidimos comenzar la que fue una mesa muy potente, con ácidas y certeras críticas al modelo cultural chileno, que no viene el caso comentar en este medio.
Por la tarde, después del partido, recorrimos una parte ínfima de la Feria. Esto, pues aunque no queramos creerlo, si hay algo de ominoso en esta feria es el carácter globalizado que comparte con otras organizaciones, pues a pesar de las editoriales pequeñas allá correspondan a editoriales medianas o grandes acá; que haya una producción literaria e intelectual impresionante; el comprador esté más preocupado de los libros que del paseo; y haya una parrilla de actividades acorde a estas magnitudes, la organización de este evento es similar en sus defectos a la FILSA: espíritu mercachiflero, desinformación, grotesco publicitario, exhibición de músculo por parte de autores, editores y figuras públicas, etc.
Es decir, el detritus que vemos en Santiago empequeñecido, lo apreciamos amplificado en Buenos Aires, creyendo a veces, mediante esta experiencia de Gulliver, que efectivamente es otro mundo, mejor y más profundo. Y no digo que no sea así, pues es evidente que la mayoría de las editoriales argentinas que participan en la feria pagan derechos de autor, firman contratos, distribuyen los libros de sus autores y son respetuosos de la factura del libro. En fin, cosas que ya sabemos; por lo mismo uno esperaría que la Feria del Libro replicara eso, pero no.
Por suerte, ya casi al final de la jornada, en Zona Futuro se realizó la lectura completa de ese clásico de la poesía de los noventa en Argentina, “Punctum”, de Martín Gambarotta, en la que participaron autores como Víctor López, poeta chileno nacionalizado porteño por amor, autor de “Erosión”, y Gabriel Cortiñas, argentino, ganador del premio Casa de las Américas con su libro “Pujato”, cuestión que desembocó en una maravillosa lectura improvisada en el stand de Chile, regido con docta amabilidad por el gran Ítalo Retamal, y en una cena en el restorán Eros, algo así como el Club Social Juan Ramsay del barrio de Palermo.
Ahí compartimos solo Francisco Ide, Marcelo Mellado y yo, pues ya el resto urdía sus propios laberintos, con el gran Martín Gambarotta y su pareja March Mazzei, Gonzalo León, Gabriel Cortiñas y el grupo que había organizado la lectura. Intercambiamos los libros que nos quedaban, ya que tuvimos que entregar varios ejemplares para ser reseñados por la prensa argentina, poco dada a esas prácticas, y quedamos de acuerdo para la lectura del día siguiente, la que sería mi última actividad, en el Centro Cultural Matta.
El lunes 4, después de tener que realizar un pequeño saludo a la bandera, en relación a mi trabajo, caminé por esa ciudad a través de la que alguna vez –según mi abuela- mi bisabuelo actor Julio Scarcella salía a correr por sus parques con Hugo del Carril y Carlos Gardel. Y, justamente, en uno de esos parques nos encontramos con Gabriel Cortiñas, quien además de docente es militante de La Cámpora –un movimiento joven de izquierda que se alzó gracias a Kirchner-, a conversar de literatura, un poco antes de la lectura en la que nos reuniríamos con Víctor López, el otro poeta que leería.
Sentados en la terraza del bar, que quedaba al frente del Centro Cultural, nos sorprendió el grupo compuesto por Francisco Ide, Víctor López, el gentil representante del CNCA que nos fue a ver a la exposición anterior y otro poeta. Conversamos un poco y, ya a la hora, partimos. Yo bromeaba con que no habría nadie, que tendríamos que ir a buscar público, y, al parecer, convocados los manes del poema, tal chanza se cumplió: no había nadie.
Medios mosqueados, entre tristes y avergonzados, y, más encima, sin poder preguntarle a alguien por qué había sucedido eso, Víctor López nos propuso leer en una escalera, lo que nos pareció chistoso, generando una bella lectura en la que participamos Ide, Cortiñas, López y yo. Podría decir que ahí terminó mi participación en la Feria: sin participar en ella, salvo por esa actividad fuera del programa y una lectura sin público, más que los entrañables trabajadores del Centro Cultural Matta. Pero seguiré, pues el resto de los escritores fueron entrevistados por la televisión, diarios, radios, e incluso salió una noticia en la que todos fueron mencionados menos yo, lo que me produjo un sano orgullo, al menos, por lo único de mi condición.
Algunos nos vimos un par de veces más, en el día y medio que restaba, a otros no los vi hasta que subimos al avión; pero todos estaban contentos, habían participado en la internacionalización del libro chileno. Yo fui una vez más a la feria a hablar con López y Retamal, encargados del stand de Chile, quienes se sentían felices por la visita y por el movimiento. Yo también me alegré, dado que era un lugar donde valía de algo mi presencia.
Supe que Cayuqueo se fue el mismo día que nosotros porque nos mandó un mensaje para compartir taxi. Vi de nuevo y por última vez a la persona responsable del CNCA, a Natalia, a Marcelo y a Francisco, pues Diego iba a seguir con su novia en Buenos Aires, dado que tenía amigos que quería visitar. El resto compartimos un taxi y una comida, antes de abordar el avión, cruzar la pampa y la cordillera, aterrizar y enfrentar la dura despedida, en la que todos dimos las gracias, como mansos chilenos, por la oportunidad y el viaje.
Por mi parte, hice tareas con respecto a la editorial Montacerdos, que dirijo con Diego Zúñiga y Luis López-Alberdi, en la librería Eterna Cadencia y en la excelente librería Mi Casa, dirigida por la poeta y gran curadora editorial Nurit Kastelan. Compartí con Ricardo Strafacce –novelista argentino y biógrafo de Osvaldo Lamborghini-, Gonzalo León – crítico literario-, Martín Gambarotta y Damian Selci –crítico literario y militante de La Cámpora- y Gabriel Cortiñas, actores importantes de la escena bonaerense, cumpliendo mi parte de internacionalización, al menos con las personas que sé que leerán dichos libros. Además, tuve el lujo de almorzar con el destacado escritor Federico Falco, con quien hablamos de las elecciones que se vienen para el país vecino, la continuidad política y literaria, mientras dos sopas coreanas burbujeaban en el Bajo Flores.
En realidad no fue tan Buenos Aires, más que nada porque quizás solo la fainá me sacó del ritmo chileno, maniático, oportunista, winner, con el que recorrí esa ciudad, que quiere ser caminada a paso lento. Quizás porque ese ritmo es el de la Feria del Libro, y tal vez fue ese mismo latido el que me hizo chocar con la tranquilidad de los amigos con los que uno se vuelve a encontrar después de un tiempo. Porque siento que lo que fuimos a mostrar como panorama literario es algo acelerado, ansioso, angustiado, como si necesitásemos demostrarle algo a Argentina, como cuando llega el chileno y se hace el canchero frente a una belleza trasandina.
Ese desatino, temo, nos pasó y nos seguirá pasando la cuenta. Ahora que lo pienso, de pronto para otra vez deberíamos estar más con los amigos o hacer amigos, esa que pareciese ser la única manera en que entra la cultura. Esto, porque finalmente este tipo de experiencias se disfrutan, más allá de programar o querer cumplir programas. Y lo que es evidente es que disfrutamos, cada uno de la manera que pudo. Los escritores importantes, con la prensa y mesas que sí fueron publicitadas –como la que organizaron el mismo lunes y a la misma hora que leímos nosotros, en la Feria con el premio nacional Raúl Zurita -, el resto, con los libros y una ciudad que en sí es literatura.