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Con Manuel Guerrero Ceballos y Tito Tricot en Dublín

Con Manuel Guerrero Ceballos y Tito Tricot en Dublín

En esta columna, el poeta y músico Mauricio Redolés relata su encuentro en Londres en 1980 con Manuel Guerrero padre, y la visita que realizaron en Dublín al escritor Luis Ernesto «Tito» Tricot, en el marco de la militancia comunista de los tres. Un trío que se reunirá de alguna manera hoy, cuando Tricot presente su libro “Un Sociólogo en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Testimonio de un militante”, a ser presentado por el cantautor y el hijo de Guerrero, quien sería asesinado en 1985.


Estaba viviendo en Londres, era el año 1980, y me dijeron que venía a vernos Guerrero Ceballos. Yo estaba a cargo de la Jota en Inglaterra y la visita del compañero Guerrero Ceballos nos alegró genuinamente. Él había escapado milagrosamente con vida de una detención del Comando Conjunto. Era, creo, el único desaparecido aparecido con vida  gracias a la tenacidad de su familia, y nos visitaba, a los jóvenes militantes de las Juventudes Comunista de Chile,  a nombre de su Comité Central.

La visita de algún camarada del Comité Central siempre era ocasión de preguntar y discutir sobre miles de temas que iban desde cómo se llenaba el “vacío histórico” (eufemismo con que los comunistas de aquel entonces llamábamos a la carencia de una fuerza propia para haber defendido con las armas al gobierno del compañero Allende), hasta el último lío amoroso de un compañero socio listo que había dejado embarazada a la hija del encargado de Propaganda del Partido, que andaba con un revólver colt 45 buscando al susodicho socio listo. Eran múltiples los temas.

A todos ellos abordaba Manuel Leonidas Guerrero Ceballos, a sus 32 años, con paciencia, mesura y rigor comunista. Guerrero Ceballos era como ordenadito, afable y cordial. Recuerdo una reunión bastante agria, un sábado en la noche, por ahí por Southfields, en Londres. Como buenos chilenos, aislados y exiliados y frustrados, la agarraron con el jefe, o sea con myself, y me culparon de autoritario, neo estalinista, personalista, amiguista, lo único que faltó fue que dijeran que era afeminado. Y Guerrero Ceballos no encontró nada mejor  que darles el 95% de la razón a los otros. Ahí comprendí que el que sa’e, sa’e y el que no sa’e, es jefe.

Turisteando al compañero Guerrero

Al día siguiente, y por un protocolo partidario inmemoriable, el encargado político del país visitado (o sea yo), tenía que sacar a turistear al compañero de la dirección que nos visitaba (o sea a  Guerrero Ceballos). Ya no era esta ocasión una para alargar las reuniones, el paseo era en un plano absolutamente social. De tal modo que luego de la paliza de mis congéneres, y de Guerrero Ceballos haberles dado la razón, yo debería destinar el domingo temprano después de almuerzo para mostrarle lugares turísticos de Londres y/o acompañarlo a comprar regalos. Y así lo hice.

Luego de la noche de Southfields,  yo había terminado muy molesto con Guerrero Ceballos, pero haciendo de tripas corazón nos encontramos en una estación de metro al mediodía siguiente. Anduvimos por Picadilly Circus y recuerdo que fuimos de compras a Carnnaby Street y él me hablaba de su compañera y sus hijos. Pude darme cuenta que los adoraba.

En un cafecito chico cerca de Trafalgar Square, Guerrero Ceballos  se rajó con las onces. Yo trataba de ser amable, pero tal vez mi cara no me acompañaba. De repente Guerrero Ceballos, con franqueza  de rata y cáncer, mirándome a los ojos y con su típica voz seca al borde de la afonía, me dijo: “Tú estás enojado conmigo compañero”.

Tuve que reconocer mi malestar: “Bueno, sí compañero, creo que usted no fue muy justo ayer. Yo me saco las re cresta atendiendo reuniones, cruzando todo Londres, sin faltar a clases a la U, además participando del grupo musical ‘Pueblo’ en los mitines de solidaridad, asistiendo a los piquetes frente a la embajada. Enfrentando los cahuines por las jotosas embarazadas, le dedico mi vida a esta cuestión. Y más encima tengo que aguantar lo de ayer, que me saquen la cresta en patota pa desahogarse de sus frustraciones, con el huevón que trabaja más”.

Luego de escucharme por largo rato,  Guerrero Ceballos comenzó lentamente a resituar la situación y la eventual discusión, a resituar nuestro trabajo en Londres, a resituar la lucha en Chile y a resituar al planeta y al universo entero. Poco a poco el café estuvo más dulce.

A Dublín los pasajes

Me dijeron que tenía que ir a Dublín con Guerrero Ceballos. Como buen pastel, llegué tarde a la estación, y para hacer más tensa la situación nos subimos en un tren que iba a Edimburgo y no a Liverpool, que era hacia donde nosotros nos dirigíamos. Ya estábamos sentados en el tren y Guerrero Ceballos empezó a preguntarme si ese era el tren correcto. “Sí”, le respondía yo, “tranquilo compañero”.

Pero él no estaba tranquilo. Calmado, le decía yo, y él se levantó del asiento y con tarzanesco inglés comenzó a preguntar a los demás pasajeros si ese tren iba a Liverpool. “This tren go a Liverpool?”.  Para mi horror, un señor que entendió el inglés que hablaba Guerrero Ceballos le respondió:  “Oh no!, this train goes to Edimbugh, Scotland, sir”. Antes que Guerrero Ceballos me mirara de vuelta, yo ya iba corriendo por el pasillo hacia la bajada.

Por nerviosismo, o imbecilidad o porque solo era mi naturaleza, ese tipo de situaciones las encontraba enormemente cómicas y por lo tanto me invadió una risa compulsiva, y Guerrero enojado me miraba sin reírse, sentados en el tren a Liverpool, al que habíamos llegado casi sin aliento.

Pinchando con unas irlandesas

En Dublín nos esperaba el compañero encargado del Partido en Irlanda, el Tito Tricot. Yo había caído el ‘73 en Valparaíso con Tito Tricot, siendo militantes de la Jota, y nos habíamos pegado su pulenta  gira artística que había contemplado la Academia de Guerra Naval , el Cuartel Silva Palma, el Barco Lebu, el Campo de Concentración de Colliguay (u “Operativo X” o “Melinka” o “Isla Riesco”), el Hospital Naval (Tito y yo con el mismo diagnóstico después de pasar por las manos de los mismos torturadores), la Cárcel Pública de Valparaíso y el Cuartel General de Investigaciones.

Recuerdo que en el ferry hacia Dublín, sentado frente a Guerrero Ceballos me invadió un gran cariño por él, cuando lo vi quedarse dormido. Me parece que tenía una cicatriz en el cuello o en la mejilla, pero yo lo miraba y pensaba que podría ser un muerto más, un desaparecido para siempre. También recuerdo un intenso olor a patas producto de la irrefrenable costumbre de ingleses/as e irlandeses/as (más del 90% de los pasajeros) de sacarse los zapatos para relajarse y descansar. Olor amoniacal de patas, lágrimas de sueño y Guerrero Ceballos en los brazos de Morfeo.

En un momento de la noche vi que unas irlandesas se reían conmigo. Hacían señas, no sé. Yo me reí de vuelta, lo que les dio más risa a ellas. Despertó Guerrero Ceballos. “Voy pinchando “, le dije, haciendo una trompa con mi boca y apuntando hacia  las irlandesas, que él no podía ver pues estaban a sus espaldas. Disimuladamente se dio vueltas para echar una rápida ojeada. Displicentemente me dijo: “Son sólo niñas”. “Claro” -le respondí-, “pero para usted son niñas compañero, no para mí que soy más joven que usted”.

Se anduvo picando Guerrero Ceballos y me dijo: “A ver, ¿de qué año eres?”. “Del 53”, respondí. “Ah, te ves más joven pero eres bastante viejito, yo solo tengo cinco años más que tú”. Las niñas de ese entonces eran quinceañeras, hoy deben ser unas señoras irlandesas cincuentonas.  Es el año de 1980, y vamos a Dublín.

A 48 centímetros

Llegamos a Dublín, y a Guerrero Ceballos le llamó la atención que el compañero encargado del Partido, o sea el Tito Tricot, tuviera sólo 25 años. Por otro lado el encargado de la Jota tenía cerca de 35. “Es que así son las cosas en Irlanda compañero”, le decía el Tito Tricot a Guerrero Ceballos y lo absurdo de la respuesta y la seriedad de Tito Tricot me daba mucha risa, y a Tito le daba risa mi risa, y risas de nuevo y Guerrero Ceballos seguramente se lamentaba pensando “con estos bueyes he de arar”.

Tito Tricot poseía un humor que siempre rayaba en el absurdo. A la hora de desayuno Guerrero Ceballos preguntó si el anciano compañero de la Jota vivía muy lejos. “No, vive más o menos cerca”, le dijo el Tito Tricot. “¿Qué tan cerca?”, -inquirió Guerrero Ceballos. “Como a 48 centímetros de aquí”, le respondió el Tito. Risas de nuevo. Guerrero Ceballos se enfadó un poco. Risas de nuevo. “Vamos”, dijo.

Salimos a la fría mañana de Dublin. Tito Tricot llevaba en su mano una regla de plástico. No bien salimos a la calle, Tito puso la regla en la puerta de su casa. Efectivamente a 48 centímetros de la puerta de Tito estaba la puerta de la casa del encargado de la Jota. Vivía al lado. “Justo al lado” como decía un viejo éxito de Palito Ortega o Leo Dan.

Se hicieron dos o tres reuniones con la Jota de Dublín. Recuerdo  que a propósito de un programa de Radio Moscú en que se ensalzaba la figura de Arturo Prat, hubo una larga discusión entre Guerrero Ceballos y Tito Tricot con respecto al papel de Arturo Prat en la Historia de Chile. Guerrero Ceballos lo rescataba como una figura democrática. Para Tito Tricot no era tan así. Recuerdo que Guerrero Ceballos llamaba a estudiar más nuestra propia historia, nos decía que la Memoria de Arturo Prat para optar al título de abogado había versado sobre un tema político, que era La Ley de Elecciones, etcétera. Y Tito Tricot decía que Prat no era nuestro y que al final el salitre fue a dar a manos de los imperialistas ingleses.

Luego de estas reuniones Guerrero Ceballos me preguntaba opiniones de los jotosos dublinenses.  Si James Joyce  hubiese escuchado nuestros diálogos le habría inspirado un cuento más a sus Dubliners. Quizás en tanto parálisis y frustración. Por ejemplo Guerrero Ceballos me preguntaba cosas como: “Oye. El flaco chico, ¿era cojo?”. “¡Cojo?”,  preguntaba yo. “Si poh , cojo, ¿cojeaba cuando caminaba?”, persistía Guerrero Ceballos. “No sé”, le decía yo, “es que el pavimento de las estrechas callecitas dublinenses es bien disparejo”, respondía. Y reía de nuevo.

Guerrero Ceballos se preocupaba del estado físico de los compañeros. Es que no era buen negocio reclutar guerrilleros con ciertas dificultades físicas. O al menos había que saberlo. Después, yo trataba de mirar bien como caminaban los compañeros. Entre reuniones sobre Arturo Prat y eventuales cojeras pasó el día.

Se hizo de noche. Había una sola cama para las visitas, o sea para mí y Guerrero Ceballos. La cantidad de bromas ustedes habrán de imaginárselas. Yo estaba muy cansado y apenas ocupé el 50% del colchón caí profundamente dormido. A la mañana siguiente escuchaba entre sueños la voz de Guerrero Ceballos, ya bañado, vestido y desayunado diciéndome que me levantara. Como fue imposible despertarme, él fue donde Tito Tricot reconociendo su derrota y le dijo: “Lo que pasa es que Redolés no duerme, se muere”.

Cuando Guerrero Ceballos recordaba eso, reía mucho. También le encantaba contar un chiste en que un tiburón le decía a otro tiburón que le molestaba comer almirantes soviéticos porque venían con muchas medallas. O le intrigaba por qué el destino lo puso justo detrás de Jaime Guzmán en la fila de un aeropuerto europeo una calurosa mañana de la década del setenta. Cuando contaba esto, las sugerencias de lo que él debería haber hecho  eran múltiples. Desde un cachamal a otras peores. Guzmán aún estaba vivo. Guerrero Ceballos también.

La muerte de Guerrero

Una mañana en Londres, en marzo del ‘85, me despertaron violentamente. “Mataron a Guerrero Ceballos”, me dijeron. Yo salté de la cama. Tenía mi pasaje para Santiago de Chile el 9 de junio de ese año, o sea tres meses después. “Reprograma tu retorno a Chile”, me dijeron. “No pensarás volver ahora”, me llamaban a la mesura. “Tengo que volver”, les decía yo. “Eres valiente”, me decían. “No soy valiente”, les decía yo, “sé que no soy valiente”, les repetía, “soy más bien miedoso, paranoico de miedoso, pero estando muy agradecido de Londres y de su tiempo estoy muy seguro que ya tengo que volver a Chile antes de que Chile no quiera volver a mí”. Chile y su lucha eran nuestro deseo, nuestro sueño, nuestra única y verdadera obsesión.

En estos raros días en que así como muere un torturador en una no-cárcel,  también comienzan a morir los que fueron torturados. Y poco a poco muere también la posibilidad de haber hecho justicia y queda para siempre en la memoria de un país, la injusticia chilena. “La injusticia en la medida de lo posible”, parafraseando a Don Pato.

En estos raros días en que un sub secretario dice algo así como ha muerto el más grande criminal en la historia de Chile, y el mismo sub secretario es sub secretario gracias a una Constitución Política heredada de esos “grandes criminales”.

En estos raros días en que la justicia mira por debajo de la venda “pa’l la’o” y hace poco deja en libertad a uno de los secuestradores y degolladores de Parada, Nattino y Guerrero. Así, La Corte Suprema ratifica la libertad condicional para Alejandro Sáez Mardones, ex agente de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros (Dicomcar), condenado a presidio perpetuo por esos asesinatos, entre otras seis participaciones en secuestros y crímenes.

¡Pero en estos raros días, hay novedades en el horizonte compañeras, compañeros!

¡La aventura por la justicia continúa!

¿Quién dijo que todo estaba perdido, si Tito Tricot venía  a ofrecer su corazón?

Así es, amigos y amigas: Tito Tricot está presentando su libro de crónica y memoria, “Un Sociólogo en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Testimonio de un militante”, de Ceibo Ediciones,  este martes 15 de septiembre a las 19:00 horas, en el café Literario del Parque Bustamante.

Desde ya, le solicito al Ministerio de Educación, sugiera este libro como material de lectura a todos los cursos a partir de primero medio para reforzar lo que todo el mundo pide, o sea la calidad de la educación. Porque no hay calidad sin memoria.

Yo alguna vez estuve con Manuel Leonidas Guerrero Ceballos y Luis Ernesto Tricot Novoa en Dublín, a comienzos de la década de los ‘80. Estábamos haciendo patria, no plata. Solo haciendo patria chilena en Dublín, junto a un grupo de compatriotas. ¡Ah! y siempre riéndonos, claro. Serios, pero riéndonos en serio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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