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Sobre “La Escuela tomada”, el polémico libro de Alfredo Jocelyn-Holt

Sobre “La Escuela tomada”, el polémico libro de Alfredo Jocelyn-Holt

Bernardo Subercaseaux
Por : Bernardo Subercaseaux Profesor Titular U. de Chile.
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El siguiente texto corresponde a la presentación de la obra que realizó Bernardo Subercaseaux, académico de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, del texto en la 35. Feria Internacional del Libro de Santiago.


La Escuela tomada, el libro que nos convoca, es la crónica detallada de la toma de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile en el año 2009. Es también una acusación y denuncia a los estudiantes, profesores y al ex Rector Víctor Pérez, quienes –según el autor- se habrían conjurado para desbancar al decano Nahum.

Los califica de “tomistas”, y yo, en algún momento de despiste, pensé que se refería a partidarios de Santo Tomas de Aquino. Pero es también un diagnóstico de la crisis que afecta a la Casa Grande, a la Universidad de Chile, puesto que la toma y sus efectos los concibe como un síntoma del estado en que se encuentran todas las Universidades chilenas, tanto las públicas como las privadas.

Se trata de un ensayo y una memoria, y en algún grado, en su afán polémico y sarcástico, de una diatriba que por momentos recurre a un lenguaje injurioso, aunque sin llegar a los extremos de ese clásico de la diatriba que es “La puta de Babilonia” de Fernando Vallejos.

Un relato conscientemente híbrido y deslenguado y por lo mismo también sabroso y con cierto humor, hasta en el aparataje de las citas. Un libro que nos dice mucho del autor, de sus odios y amores, y de lo que piensa que debe ser la vida académica. Pero también entre líneas un Yerko Puchento de la vida universitaria, de esa picaresca que practicamos en los pasillos y que nos permite reírnos de nosotros mismos y de los demás.

Me siento tentado de pronto, como el personaje de marras, de preguntarle a los que están presentes si acaso: ¿Lo digo o no lo digo? ¿Qué dicen, ustedes? Bueno, lo digo entonces.

Los estudiantes en toma son según la pluma de Jocelyn-Holt “más rayados que los ternos y camisas de Hernán Somerville”, son OKUPAS –dice- cuyas movilizaciones no alcanzan para “pichangas subversivas”; al ex decano Hugo Rosende le da el epíteto de “pompo fúnebre” y “brazo jurídicamente armado de la dictadura”.

A Jorge las Heras, ex Prorrector de la Universidad, lo llama “Bife chorizo”; a Fernando Atria lo rotula de adicto al género chico de las Cartas a El Mercurio, de donde se fue haciendo -dice- de una pequeña reputación antes de volverse famoso; de los ex MAPU, como el decano Davor Harasic, dice que ya no se “toman” las empresas” sino que las “catan”.

A la profesora María Angélica Figueroa la califica de “portaviones de la democracia cristiana” y revela –con base documental- que en el pasado fue Fiscal de la Dictadura Militar exonerando académicos en la Universidad de Chile de Antofagasta, “monja almidonada –dice- que si alguna vez sonrió se le olvido lo que era sonreír”.

Al profesor Miguel Orellana Benado lo califica de Filósofo del Humor; al profesor y premio Nacional Bernardino Bravo Lira lo trata de “maestro del refrito” y a la Profesora Lorena Donoso, una de las denunciantes de un supuesto plagio del Decano Nahum, la bautiza como “la mujer sin filtro”, que “dice y dice”; del gusto pictórico del ex rector Pérez señala que vive rodeado de pinturas hechas con kétchup y espátula; al profesor Enrique Barros lo deja untado de barro; a la profesora Mari Cruz Gómez, ex candidata a Decana, la califica de “candidata peso mosca”.

En fin, una lengua viperina con ironías y sarcasmos de grueso calibre, también otras más suaves, como cuando comenta las palabras del rector Fernando Montes, afirmando que la Universidad Alberto Hurtado no pretende “estar en las esferas del poder sino contribuir a un Chile más justo”, a lo que Jocelyn-Holt acota: esto de “no querer estar en las esferas del poder viniendo de un jesuita hay que tomarlo con beneficio de inventario”.

Hay también descripciones literariamente muy bien logradas como la del alumno Francisco Arellano o el diálogo del profesor José Zalaquett con el profesor Nahumista Eric Palma.

De la crónica de la toma del 2009 emerge una imagen de la Facultad de Derecho como un reducto de camarillas y colusiones, en que las volteretas, los chaqueteos y las contorsiones intelectuales y políticas están a la orden del día. No me extraña, sobre todo tratándose de abogados litigantes: son personajes que amparados en la jaula de la forma suelen echar a volar el pájaro de la ética.

Como ya vislumbró Dostoievski en Los hermanos Karamasov, hay honrosas excepciones, pero muchos son jugadores de póker que arriendan su conciencia, que hacen gárgaras con el “debido proceso” y la “sana crítica” mientras se embolsan toneladas de billetes. ¡Pobre Chile con 177 programas de derecho  y tan pocos de geología y filosofía!

La segunda parte del libro, con un lenguaje más contenido y reflexivo, aborda el estado actual de las Universidades. Los títulos de algunos capítulos son ya decidores: “La Universidad en Ruinas”, “La Universidad para todos y para todo”, y a modo de colofón, refiriéndose a la reciente elección de Davor Harasic, “La toma con otro nombre: la elección de Decano del 2015”.

De la Universidad de Chile dice que la han ido carcomiendo los gusanos, menciona algunos escándalos como la participación de profesores de la Facultad de Economía en el MOP Gate. Las emprende también contra las últimas rectorías, administraciones que desde hace décadas están en manos de académicos que provienen de la Facultad de Medicina e Ingeniería, y que –y esto lo digo yo- desmerecen ante los grandes rectores del pasado como Diego Barros Arana, Juvenal Hernández, Juan Gómez Millas y Eugenio González, todos provenientes del área de las Humanidades.

Critica la autocomplacencia de la Universidad de Chile, ese mal endémico de las últimas décadas. Reconoce la animosidad con que los periódicos y los poderes fácticos vienen cercando a la Universidad, pero la autocomplacencia y golpearse el pecho con las glorias pasadas no parece ser la respuesta adecuada a esos ataques.

Respecto a la educación superior señala que la masificación de la universidad es el fenómeno más determinante del sistema; yo agregaría un matiz diferente: el problema es sobre todo el modo en que se ha realizado esa masificación, carente de toda regulación y con un Consejo Nacional de Educación que presidido por María José Le Maitre fue bajando la cuerda para que la saltaran todos, desde la Uniacc hasta la Universidad del Mar y la Miguel de Cervantes.

El país ha progresado –dice Jocelyn-Holt- antes teníamos poblaciones callampas y hoy tenemos universidades callampas, instituciones que surgen por doquier y que valen hongo. Fustiga también la siutiquería de las universidades privadas que contratan páginas y páginas sociales en El Mercurio para enaltecerse académicamente en vez de consignar el tamaño de sus bibliotecas y el número de académicos con Jornada Completa. También critica a la que llama “sacristana Universidad Católica”.

Ninguna Universidad se libra, en todas, en su opinión, se ha ido entronizando la mediocridad. Ahora bien, desde el comienzo el autor advierte que su libro es un relato con las tintas cargadas, y que a otros les competerá la tarea de ser más comedidos. Y entre esos otros, si se me permite, levanto el dedo.

Siempre he pensado que la Universidad de Chile es como Italia, llena de problemas, burocracia y entrampamientos, pero que tal como Italia persiste en ciertos valores y en su dignidad, y por lo tanto reprocharle algunos excesos o deficiencias presentes (estoy pensando en ese gran follador que fue Berlusconi o en el capitán del Costa Concordia que al parecer estaba en lo mismo mientras su transatlántico se hundía), son excesos del presente, decíamos, que no pueden significar un desprecio por lo que aún queda del pasado y esto opera tanto para Italia como para la Universidad de Chile.

El imaginario de la Universidad como una institución en ruinas no es nuevo y está bastante generalizado, incluso en la literatura, en ese género anglosajón conocido como “campus novel”.

Autores como Kinsley Amis en Lucky Jim, o Elaine Showalter en Faculty Tower, incluso algunos escritores españoles como Javier Marías que en la novela “Todas las almas” baja de su pedestal a Oxford (la Universidad que Alfredo idealiza en el prólogo) configurándola como una institución que ha perdido su aura, en que el saber ya no es relevante, y en que los profesores y alumnos no piensan en otra cosa que en sexo y dinero. Casi toda la ficción académica contrapone un pasado glorioso con un presente decadente y una institución en ruinas.

Detrás del diagnóstico que hace el profesor Jocelyn-Holt se percibe la añoranza por una Universidad aristocratizante (sobre todo aristocracia del espíritu y del intelecto), utopía que me parece imposible en un país en que con ocasión del Bicentenario y la presencia del Presidente Piñera se enterró en la Plaza de Armas una cápsula, a raíz de una consulta en que por vía de Internet votaron cerca de 700 mil chilenos, eligiendo a los personajes que mejor representaban la identidad nacional, y ganó Don Francisco en estrecha disputa con el perrito de Lipigas, y por ahí en el cuarto puesto llego el indio pícaro, cuyas imágenes están en la cápsula.

El guión indica que la misma debería ser desenterrada en el año 2110, suponiendo que para esa fecha la democratización del saber que implica la masificación de la educación superior ya habrá rendido sus frutos, quienes desentierren la cápsula probablemente pensarán que los personajes elegidos como símbolos del bicentenario son alienígenas.

Repetidamente Jocelyn-Holt se queja de que la actual discusión sobre la educación superior se reduce a un tema de platas y no a una cuestión de conocimientos y cultivo del saber. Observación muy certera, pero se echa de menos que como historiador se quede en la superficie y no indague las causas profundas de esa perversión, causas que están a mi juicio mucho más atrás que la toma de la Escuela de Derecho. Hitos de esa toma y despojo son el Golpe de 1973 y la Ley de Educación Superior de 1981.

Tal como he señalado, este es un libro con las tintas cargadas y cuando las tintas se cargan en demasía, escurren y chorrean, y se cae en contradicciones. Jocelyn-Holt se indigna -y estoy completamente de acuerdo con él- cuando eminentes profesores de Derecho tildan despectivamente al decano Nahum de “turco ignorante”, pero también para no ser inconsecuente debiera incomodarse consigo mismo cuando califica al ex Rector Pérez de “mojón de acequia”.

A veces la crítica que dice de B no funciona para A, en circunstancias que A tiene las mismas características que B. En un panel que el cita a propósito de Andrés Bello, recuerdo que calificó a Bello –en presencia de la Embajadora de Venezuela- como el “Boeninger del siglo XIX” mientras que en su libro lo glorifica señalando que merece más de una estatua.

También cuesta entender su obstinada defensa del decano Nahum considerando su visión de lo que debe ser académicamente la Universidad. Aunque concuerdo con parte del diagnóstico que hace del estado actual de la educación superior, discrepo en el sentido de que pienso que la masificación y sus consecuencias implican más bien una crisis de crecimiento, y no una crisis terminal, como parece desprenderse del libro que estamos comentando.

A pesar de estas discrepancias pienso que la voz que nos convoca y el tipo de pensador que es el autor, que responde a lo que los ingleses llaman “independent thinkers”, aun con sus tintas recargadas y con su trasfondo conservador y aristocratizante es una voz que alimenta el debate e interpela al lector, hay reflexión políticamente incorrecta y hay también humor. En definitiva, un pensamiento con estilo, lo que no es menor en un país de gatos mojados.

Por último, quiero decir que a pesar de las balas y misiles que Alfredo le dispara a la Universidad de Chile y a la Facultad de Filosofía, a veces muy injustamente, su libro en el fondo es un gran y oblicuo homenaje a ellas, pues estoy seguro que si su casa hubiese sido la Universidad Católica ya el Cardenal Ezzati le habría dado el sobre azul, y probablemente ocurriría lo mismo en cualquiera otra Universidad privada. La libertad de cátedra, la libertad de pensamiento y el pluralismo es tal vez uno de los patrimonios intelectuales más valiosos de una Universidad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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