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Opinión: La curiosa paradoja de los Grammy 2016

Opinión: La curiosa paradoja de los Grammy 2016

La música y la política en Estados Unidos es un conflicto permanente. Rápidamente comienza la bulla que ataca como en los sesenta y setenta, y cualquier intento contracultural de denuncia a través de una canción, despierta alarmas. Pero el conjunto de ellas convertidas en un álbum y en un ensayo político a la vez, como “To pimp a butterfly”, situado en el final de la solitaria presidencia de Obama, es un conflicto mayor.


Ayer, esperando los Premios Grammy, leí una extensa entrevista al rapero norteamericano Kendrick Lamar, compartida por un amigo melómano. En ella, Lamar convierte cada frase en fotografías de infancia y juventud; con calma nos muestra su barrio, sus amigos, los que viven y los que murieron.

Uno de sus temas es la muerte que, en medio de una compleja dinámica, persigue día a día el fulgor de paz que Estados Unidos nos presenta en el exterior, mientras  en sus calles sigue construyendo fronteras entre black and white, latinos y americanos, musulmanes y protestantes, legales e ilegales.

Y es que en los últimos años se ha producido una escalada de persecución y violencia contra la población negra y migrante en Estados Unidos, a manos de la policía en la materialidad del cuerpo y la violencia política de los congresistas en el Capitolio, quienes niegan una y otra vez la posibilidad de legislar sobre la entrega de derechos y regularización de la población indocumentada.

Esperando la premiación, le escribí a Fernando, un poco en broma, un poco en serio: “Esto es un asunto mayor, Lamar en los Grammy es como la ley migratoria de Obama en el Congreso”.

Kendrick Lamar, a mi juicio, se diferencia de todos los artistas nominados y luego de años vuelve a transformar a través de una canción, con esa dualidad exquisita entre popularidad y compromiso social. Con la capacidad de llegar al top ten Billboard, y convertirse, a la vez, en himno de lucha.

Su canción “Alrigth”, por ejemplo, grita los sucesos del  barrio, esos por los que combate cada uno en su vida privada y los que convoca el movimiento Black Lives Matter, a partir de la urgente tarea de reconstruir el movimiento de liberación negra.

Esto no pasaba hace décadas, y los blancos de la industria lo saben, y los productores amantes de Louis Armstrong, lo saben.

La música y la política en Estados Unidos es un fantasma permanente. Rápidamente comienza la bulla que ataca como en los sesenta y setenta, cualquier intento contracultural de denuncia a través de una canción, despierta alarmas. Pero el conjunto de ellas convertidas en un álbum y en un ensayo político a la vez, como “To pimp a butterfly”, situado en el final de la solitaria presidencia de Obama, es un conflicto mayor.

Una vez más las cultura se transforma en la antesala del nuevo escenario político. Estados Unidos comienza a despedir los años de Obama, un gobierno que a ojos extranjero pasó desapercibido. Allí donde el motor movilizador de los ciudadanos fueron las oportunidades de transformación internas que, aún frenadas por el juego de poder del Capitolio, no utilizó la verborrea chovinista para legitimar su política o esconder la impopularidad en el miedo, el odio, en las fronteras obtusas y la exacerbación del sentimiento nacionalista.

Luego de una excelente presentación de Lamar durante la transmisión de los Grammy, con un sonido perfecto para una poesía demoledora, la audiencia aplaudió de pie al joven Kendrick. Minutos después, Taylor Swift sube al escenario para recibir el Grammy a mejor disco del año,  cual Hillary Clinton subiendo en las encuestas, posicionando la tradicional y diplomática forma de llevar la política demócrata.

Swift recibe el premio como una paloma blanca símbolo de un diplomático movimiento de armonía. En el otro lado, Hillary, lista y armada en la trinchera, vuelve a la política de ataque frontal en el espacio público y de acuerdos en el interior del indomable Capitolio, ese en donde congresistas y lobbystas corren en un carril común.

La parodia final de los Grammy no hace más que recordar que Estados Unidos sigue en medio de transiciones políticas y culturales interminables. Mientras la academia (los “intelectuales” de la cultura) dejen en manos de Lamar las victorias tradicionalmente para negros y para Swift los premios tradicionalmente para blancos, continuaremos mirando los giros circulares del tiempo, como el trompo de Christopher Nolan en su película “El origen”. Un lugar que inevitablemente perdimos, pero del cual aún no logramos salir.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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