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Crítica de cine: “Fragmentos de Lucía”, pequeños equívocos sin importancia Una película de Jorge Yacomán

Crítica de cine: “Fragmentos de Lucía”, pequeños equívocos sin importancia

La segunda obra del joven director chileno, continúa en la indagación fílmica acerca de la soledad radical, y los trastornos psicológicos y afectivos, que sacuden la vida de hombres y mujeres jóvenes, tal como lo hizo, y consiguió, con “La comodidad de la distancia” (2014). Escenificada en Valparaíso, el realizador nuevamente recurre a los primeros planos y a una cámara en mano que persigue insistentemente a la protagonista, con el fin de relatar esta historia de honda búsqueda y frustración humanas, estelarizada por la actriz Javiera Díaz de Valdés.


“Amor es una luz / en plena noche atravesando la niebla”.
Charles Bukowski, en La noche desquiciada de pasos

Jorge Yacomán es un cineasta que se inicia, y ya tiene un estilo claro y definido: lo de él son los argumentos duros y con un recóndito trasfondo existencial, la de seres de un día, esos que transitan a la deriva, y por la más absoluta orfandad. Y su obra es atractiva, audiovisual y dramáticamente: pese a su juventud (tiene menos de 30 años), se las ha ingeniado para construir un pequeño mundo creativo, dotados de un sello y lente propio.

Así, si su primera película (La comodidad de la distancia, 2014), se encontraba ambientada en Santiago, y describía las andanzas de un joven enfermo y abandonado, de procedencia socioeconómica media alta, por el centro de la capital; la cinta que analizamos ahora, sitúa a una mujer veinteañera, hermosa y víctima de trastornos bipolares, en los márgenes y cerros del puerto de Valparaíso, empeñada en la pesquisa por el paradero de su madre biológica, a la que nunca conoció, y por ende, en una empresa que involucra el rastreo de su identidad, y también de su personalidad más auténtica y primigenia.

Fragmentos de Lucía 2

Es verdad, existen grandes semejanzas entre uno y otro crédito: tanto el protagonista de la ópera prima de Yacomán, como la bella y trastornada Lucía, presentan rasgos y coordenadas conceptuales, un poco parecidas: dos almas que vagan en primera instancia sin sentido, para terminar enfrentándose a contradicciones profundas y vitales; las de terminar en la comprobación de que los callejones vivenciales, muchas veces, además de no tener salida, casi nunca ofrecen otra perspectiva más que la de una desolación dura y triste, salvo el acontecimiento de un imprevisto y «mágico» golpe de suerte, que cambie el diagnóstico.

Tres características propias de la realización de Fragmentos de Lucía: la utilización frecuente de primeros y primerísimos planos (cámara en mano), la preferencia por los espacios cerrados que este camino audiovisual encuadra (lo cual no impide percibir el imaginario sobre una ciudad y sus alrededores, en este caso el de Valparaíso) y ese pensar sobre la territorialidad de lo minúsculo, y que forja en torno al Puerto, un espacio de la identidad, o el posible descubrimiento de ésta, tanto en una esfera de cuestionamiento plástico como hermenéutico.

Esa búsqueda de la propia ubicación en la existencia, por no decir en el universo, responde a esos parámetros técnicos que transforman a la obra de Yacomán en un título -por lo menos en su perspectiva formal-, bastante aceptable en su propuesta estética y configuración final. Los movimientos de esa cámara íntima e invasiva con los reductos personales son rápidos, agresivos y audaces. En ocasiones responden a las fijaciones oculares de la protagonista, y en otras, a la necesidad de la dirección por plasmar la realidad cambiante, hostil y evanescente, de una mujer dejada a su suerte, y a sus instintos y desórdenes afectivos y mentales.

Lucía, como el Aniceto Hevia, de la novela Hijo de ladrón, del escritor Manuel Rojas, dialoga argumentalmente con la libertad del océano (el que jamás se aprecia, pero se “ve” y se escucha, como motivo y ruido de fondo), y con la bondad de los desconocidos, a los que se encuentra “casualmente” en ese periplo por el frío y la escala de los mapas internos, por esos pequeños equívocos sin importancia. Esa línea narrativa, se observa hilada con preocupación literaria, y bajo una gran intuición cinematográfica: el elemento del sonido (fijarse en los detalles de esa realidad cotidiana), y la composición fotografía de ese “ideal” en torno al Chile provinciano y corriente, el de la Quinta Región del país, son excepcionales por su calidad y “corporalidad” escénica.

Un “neo-neorrealismo” social que, sin hallarse cargado de minucias barrocas (poco creíbles y perturbadoras en su estructura literaria), transparenta, empero, ciertas deficiencias dramáticas, juzgadas, dicho sea de paso, sólo por el gusto o las inclinaciones estéticas de quien pudiese analizar el libreto, su calidad, o la complejidad creativa de éste.

En efecto, Lucía, el personaje de Yacomán, parece revestido de anormalidades llamativas y sorpresivas, que sólo al final del largometraje, quedan manifiestas y expuestas; pero aquello, más que debido a una desorganización escritural, o a una carencia de sentidos y de tiempos narrativos, sólo reflejan una mirada personal de este crítico: es el juicio sobre la opción de una manera de “contar”, y no la imposición de una regla de oro para el realizador de turno.

Fragmentos de Lucía 3

Aun así, creemos que un director, poseedor del talento cinematográfico natural de este autor (Yacomán), debería redactar en el futuro, sus parlamentos con la asesoría o consejo de un experto en el asunto: la consecución y simbiosis propuesta, mejoraría notablemente la producción de sus ya “buenos” trabajos.

Terriblemente bella, sola y atormentada, Lucía (interpretada por Javiera Díaz de Valdés) sin exhibirse imprecisa en sus caracteres psicológicos más fundamentales, luce una torpedad en sus desplazamientos, que la convierten en presa fácil de los peligros de la urbe moderna y de sus anónimos habitantes. Y su actuación (correcta, pulcra, impecable), la muestran en una faceta distinta a sus papeles más recordados o mencionados, de su trayectoria.

Entonces, tenemos una cámara audaz (callejera) con firma original, una cuidada fotografía, y una preocupación por la importancia sonora de la realidad diegética, a la cual se desea grabar, palpar, sentir y reflejar. Y si a esto le sumamos una interpretación acorde, conquistamos una excelente cinta fílmica, pero… Ese único reparo, lo atisbamos en la dramaticidad incompleta, en cuanto a elaboración artística, que se desprenden de los diálogos, y de la historia misma que cobija las caminatas sin brújula y condenadas al olvido, de la desbocada Lucía. Aunque, ya lo afirmamos, son detalles, solamente.

Quedan, sin embargo, la personalidad y la búsqueda autoral de Yacomán: distinta, con capacidad, sensibilidad y sin miedos, como si la exploración de la soledad y los desvaríos emocionales, primero analizados en un veinteañero (La comodidad de la distancia); y luego, tratados a través de la interioridad y belleza de una joven mujer, fueran su acercamiento audiovisual y metafísico, a esos márgenes y límites propios de las noches y de los días desquiciados, esos sin amor, y sin pasión, esos vividos en base al dolor y a la carencia. Y ojo, que en sus parlamentos y sorprendente esperanza acerca de la espontaneidad de la piedad humana, se acusan y delatan, la mirada de un cineasta escasamente seguido en estas latitudes: la del genial artista finlandés, Aki Kaurismäki.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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