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Pasado y presente entre los silentes hielos de la Antártica Chilena Crónica al continente blanco. Primera parte

Pasado y presente entre los silentes hielos de la Antártica Chilena

Este artículo a las entrañas de la Antártica Chilena forma parte de una serie de crónicas que el autor ha definido en capítulos, y que tienen por objetivo plantearse diversas preguntas sobre el rol que juega la ciencia chilena en el continente blanco. ¿Cómo se hace ciencia antártica? ¿Cuál son las sinergías en la relación de INACH, Instituto Antártico Chileno, con las diversas ramas de las Fuerzas Armadas? ¿Tiene Chile, la infraestructura y logística necesaria, que otros países ya disponen? ¿Qué utilidad-país o para la humanidad tienen las investigaciones científicas en ese continente? Para partir, Ignacio Vidaurrázaga, sigue la huella que dejó su padre en la Antártica hace 67 años.


Tres mil kilómetros recorridos y 24 días en el transporte Aquiles de la Armada, nos permitieron conocer con ojo de reportero-testigo lo qué está sucediendo en el territorio antártico reclamado por Chile y que usualmente es nombrado como el “territorio antártico chileno”.

Retorno de la Antártica lleno de preguntas, junto a algunas respuestas o problematizaciones.

¿Qué es hoy la presencia chilena? ¿Cómo se hace ciencia antártica? ¿Cuál son las sinergías en la relación de INACH, Instituto Antártico Chileno, con las diversas ramas de las Fuerzas Armadas? ¿Tiene Chile, la infraestructura y logística necesaria, que otros países ya disponen? ¿Qué utilidad-país o para la humanidad tienen las investigaciones científicas en ese continente? ¿Qué magnitud está teniendo el turismo antártico y cómo ello crea nuevas oportunidades en Punta Arenas? ¿Es suficiente el presupuesto y la gestión del Estado de Chile para los requerimientos actuales? ¿En qué ministerio debiera residir el impulso de hacer ciencia en la Antártica?

Alberto Vidaurrázaga Concha,

Creo, que una buena historia comienza por los apegos y es por ello, que en este capítulo partiré por los sentimientos, que en mi caso me unieron a este sexto continente, incluso antes del cordón umbilical con mi madre. Seguiré la huella que dejó mi padre en la Antártica hace 67 años, al ser parte de la quinta expedición como arquitecto de la FACH. Por cierto, en todo esto soy enteramente y único responsable por mis dichos.

Primero fue la memoria. Sí, la de esta fotografía que muestra a mi padre de expedicionario hacia la Antártica, con chaleco de lana y casaca de chiporro y por supuesto boina vasca. Se le ve seguro, incluso desafiante. Lo recuerdo emocionado recordando a sus padres fallecidos en fechas de fin de año, o con un vaso de vino tarareando el Anda Jaleo o el Viva la Quinta Brigada, canciones pertenecientes a la Guerra Civil española.

Alberto Vidaurrázaga Concha, natural de Molina, hijo de un vasco emigrante de Guecho llamado Eugenio y de una chilena llamada Rosa, que mandaron al diablo eso de los ocho apellidos vascos.

En esa fotografía, él va en la cubierta del buque Angamos de la Armada chilena, es el arquitecto de la quinta expedición a la Antártica, la de 1950/1951 y viaja como parte de la delegación FACH. Va a construir la primera base en Bahía Paraíso, Península Antártica, 64,8° Latitud Sur y 62° Longitud Oeste de Greenvich. Tiene 37 años y será mi padre en 1955.

Eso era casi todo: unas pocas fotografías y un listado de nombres que pude atesorar hasta mis 12 años, momento en que fallece. Desde entonces, asocié a las historias de Emilio Salgari las palabras que le escuche referidas a ese año en la Antártica, en que de sus cinco hijos sólo había nacido una hermana y un hermano mayor y aún faltábamos otros tres. Recordaba nombres como: Toro Mazote, Yelcho, Parodi, pingüinos, lobos de dos pelos, focas cangrejeras, Bahía Decepción.

Y luego vino todo. Chile y sus proyectos de cambios. La dictadura, la persecución y los dolores. Y esta historia hizo su larga siesta.

Esa nueva base FACH pasó a llamarse Gabriel González Videla (G.G.V.) en reconocimiento al viaje presidencial a la segunda expedición de 1948, para inaugurar la base del Ejército Bernardo O’Higgins. El escritor Francisco Coloane fue uno de los invitados a la primera expedición chilena antártica, la de 1947 de la base Arturo Prat. Luego, apenas retorno Coloane en 1948, fue uno de los tantos perseguidos por González Videla y eso lo obligo a cruzar clandestinamente la cordillera hacia Argentina. Ese fue “el pago” del señor presidente de la época, al recordado escritor de la Patagonia.

Un paso y un glaciar

En algún momento los integrantes uniformados y civiles de esas expediciones, incluidos algunos pocos científicos, se dieron a la tarea de rebautizar todo lo que vieron a su paso. Así quedaría registrado un glaciar Vidaurrázaga a 64°49’ S 62° 50’ 0 situado al NE de punta Krug, en la costa occidental de la península tierra de O’Higgins y además de un Paso muy cercano.

Otra de las fotografías del archivo familiar que se había preservado de quemas y ocultamientos, era la de los tijerales de esa base, que evidenciaba un detalle diferenciador: una pajarera que sobresalía en la techumbre. Está lámina, mi viejo la título como “tijerales” y la fecho en febrero de 1951.

La Antártica, en los años en que fue mi padre, era otra. Estaba absolutamente abierta a la extracción de recursos y a la disputa por la soberanía. Chile y Argentina como accesos inmediatos tenían que enfrentar la voracidad de los ingleses, que aludían a derechos originados en los exploradores y piratas, que eran nombrados a su retorno sir y que en más de alguna ocasión fueron socorridos por héroes sencillos como el Teniente Luis Pardo y su Yelcho.

Chile plantearía un estatuto jurídico en 1940, ello gatillaría reacciones y luego vendría la instalación de bases de las tres ramas de las Fuerzas Armadas, cuándo el eje-matriz aún era la soberanía.

Esas primeras expediciones fueron durísimas y riesgosas, carentes de una serie de medios y tecnologías de navegación, exploración, vestuario y conservación de alimentos, con que hoy ya se cuenta. En esos tiempos, la ciencia era un mero aderezo en la Antártica.

La Eca de la Inach

Este 1 de enero recibí un wasap proveniente de INACH, preguntándome por mi disponibilidad, en tanto periodista, para integrar la Expedición Científica Antártica en su 53ava versión. Se trataba de la más grande organizada hasta ahora para hacer ciencia en la Antártica con más de 150 científicos, hombres y mujeres que se desplegarían en dos buques de la Armada: el rompehielos Óscar Viel y el Aquiles.

De inmediato tuve la complicidad de mi amada y del hijo menor y quede embarcado en la ECA 53.

Los preparativos

Significativas fueron las conversaciones previas con los científicos Osvaldo Ulloa, oceanógrafo de la Universidad de Concepción UDEC y Ricardo de Pol, biólogo de la Universidad de Magallanes UMAG, para contextualizar la Antártica de hoy. Simultáneamente me concentré en estudiar los textos de Pinochet de la Barra, Braun Menéndez, Orrego Vicuña y Aramayo como versiones históricas realizadas en Chile sobre este continente.

La Antártica que conoceríamos está altamente internacionalizada y centrada en la investigación científica. Fenómenos en curso como el calentamiento global, han redoblado el interés por este sexto continente como laboratorio internacional, o como reserva y lugar privilegiado para investigar e incluso prevenir.

Fragmentos de un diario de viaje

Ya embarcado, comencé un diario de viaje, que en apretada síntesis aquí comienza:

20 de enero, Muelle Mardones en Punta Arenas.

Allí estaba el AP-41 Aquiles, una mole gris de casi 5.000 toneladas que viajará a unos 11 nudos, algo así como 30 km/h. Este buque de transporte será nuestra base durante 24 días, operando como base logística de INACH, además de cumplir las habituales tareas de abastecimiento, comunicación y traslado. Navegara al mando del capitán de fragata Edgardo Acevedo, que tiene en su bitácora más de una docena de expediciones al continente blanco.

Quedé instalado en el camarote 127, con el sub director de INACH Dr. Edgardo Vega; un representante de CONICYT Andrés López y un experimentado diseñador gráfico Luis Tono Rojas, un gran amigo. De Edgardo me quedó muy grabada su convicción, cuando a muy poco de conocernos me dijo: “debemos Antartizar Chile”.

Mientras estábamos en cubierta y al comenzar a moverse el Aquiles, una ráfaga de viento en el Estrecho de Magallanes lanzó mi boina al agua, a los pies de la popa. La vi hundirse lentamente, diría con dignidad, otorgándome incluso el tiempo para fotografiar su naufragio. Interprete lo ocurrido como un signo, una expedición a la Antártica tras la memoria tenía rituales y quizás perder esa txapela era uno de ellos.
22 de enero. Drake, cruce por el canal Nelson, Bahía Almirantazgo, 16:00.

Hemos llegado a este continente blanco, hostil y silencioso. Es una de las últimas fronteras de vida.

Para la inmensa mayoría de los dos centenares de pasajeros de este buque este es un momento muy significativo, vemos las primeras señas del territorio antártico. Son las Shetlands del Sur, un archipiélago donde están las primeras bases chilenas y de otras naciones como Perú, Brasil y Ucrania. La cercanía de la Antártica es anunciada por el gaviotín, una pequeña y juguetona ave de color negro salpicado de manchas blancas.

29 de enero, Base Risopatron, 62° 22.712’S-59° 42.043’W, 04:00 A.M.

Inusualmente comienza el día a esta hora. Hay que desayunar a las 04:40 para estar dispuesto a bajar a los zodiac a las 05:00. Tres grupos se disponen a realizar muestras en la isla Greeniwch, donde se ubica la base. El mar al inicio estaba agitado, pero no hay neblina. Muy poco después la neblina ha cubierto todo y la visibilidad es mínima, recordándonos que aquí manda la naturaleza.

30 de enero, Isla Doumer, Península Antártica.

En la base Yelcho de INACH hay dos timbres, uno institucional y otro del jefe residente. Timbrar nuestras bitácoras, él “pasaporte Antártico” o sobres de tarjetas es una de las tareas a la que nos dedicaremos, junto a dos integrantes del rompehielos CHINARE.

Ese era la ubicación más cercana a la base G.G.V., por ello si no era ese día ya no sería. Además, que el clima estaba como siempre inestable.
VUELO A G.G.V.

Algunos compañeros de expedición me habían hablado que allí funcionaba un museo y que aún se conservaban las dependencias originarias. Ese era el estado de información, sentimientos y ansiedad cerca de las 18:00, mientras escribía en la mesa del camarote.

Fue ese el momento cuando sentí unos golpes en la puerta de la 127. Era la coordinadora científica Pamela Santibáñez, que con su rostro rubicundo y lentes de matea, me dijo:

-Prepárese ya, parte a la Base González Videla.

Al verme tan tranquilo y quizás hasta poco entusiasta, me contra pregunto:

-¿Qué siente?

-Estoy tranquilo, le respondí. Y tomé mi mochila, me puse la parka roja INACH y salí tras ella en procura del helipuerto ubicado en la popa del Aquiles. Allí, Pamela me entrego un teléfono satelital y en dos palabras me explicó su uso, creo que no retuve ninguna de sus explicaciones. Luego, vi las maniobras de preparación del helicóptero Modelo BO-105 y la carga que llevaban para G.G.V.

El Aquiles cumplía distintos tareas con cada una de las bases antárticas de las FF.AA., y en el caso de G.G.V debía entregar carga, además de correspondencia. Los integrantes de la base esperaban esas noticias seguramente con ansiedad y mi visita sólo aprovechaba esas circunstancias. INACH se lo había planteado al CN Acevedo del Aquiles y este había dispuesto un cupo.

Fue un trayecto corto, de unos cuatro o cinco minutos, desde el inicio comencé a filmar con el celular. Abajo agua y témpanos. Sobre mí cabeza las hélices que veía girar a través del techo transparente de la máquina. Muy pronto divisaríamos la base pintada de un singular color negro, con la excepción de algunas dependencias. En la medida nos fuimos acercando, centenares de pingüinos comenzaron a correr. Nos posamos suavemente y allí estaba el comandante de escuadrilla Jaime Román, jefe de esta base que debía mantener abierta las dependencias durante seis meses.

Bahía Paraíso, como se denomina este sitio está rodeada de murallones de hielo y es una ruta habitual de los buques del turismo Antártico, donde el museo es un atractivo de este itinerario.

Rápidamente asocie el rectángulo y el tragaluz con las fotos de los tijerales que andaba trayendo. Transcurridos 67 años la base original estaba en uso y se habían construido, remodelado y adaptado nuevas dependencias en los alrededores y en la construcción original en forma de T.

Base. Foto Norman Muñoz

Poco después, salimos al museo donde estaban reunidos los mayores antecedentes de época, como el acta de fundación con 32 nombres con sus firmas, entre ellas la de mi padre.

De las docenas de fotografías enmarcadas, hubo una que me sorprendería sobremanera. En ella aparece mi padre de espaldas, se aprecia de perfil conversando con los capitanes de bandada Arturo Parodi y Carlos Toro Mazote, nombres que estaban en mi lista de recuerdos_ además del teniente de aviación Roberto Araos. Ese creo fue el momento cumbre de esta inimaginable visita.

Mientras me entrevistaba él foto-reportero de la Armada suboficial Norman Muñoz_ autor de las fotos en color, quién había arribado en otro vuelo_ yo seguía encandilado con esta fotografía que resumía esta búsqueda. Me imaginaba muy niño, que me escurría bajo esa mesa para acurrucarme entre las piernas de mi padre, mientras los contertulios continuaban conversando y afuera todo continuaba inmutable.

1951 y en su extendida historia sirvió unos años a la investigación científica de la Universidad de Chile y también estuvo abandonada por humanos y recuperada como hogar por la extendida colonia de pingüinos de Bahía Paraíso.

Escribo en el libro de visitas, una dedicatoria a nombre de mi madre y de cada uno de mis hermanos y hermanas. Han transcurrido 45 minutos y es el momento de retornar.

1 de febrero. Hemos entrado a la bahía de la Isla Decepción en un día de frío sol. Hay mucha luz y el buque Aquiles debe navegar por un estrecho, luego que un helicóptero naval realizará sobrevuelos de reconocimiento. Es un día de festejos, casi todos están en cubierta y fotografían o miran las piruetas del helicóptero naval que cuan un moscardón maniobra alrededor del buque.

Ya en la bahía se aprecian con nitidez las construcciones abandonadas de las distintas épocas. Gigantescos estanques color oxido. Casas de madera semi derrumbadas, e incluso cruces de un abandonado cementerio. Restos de balleneras a estaciones científicas, durante los últimos 100 años.

2 de febrero, 62° 22.712’ S-59° 42.043’ W.

Arribamos a Bahía Fildes. Esta es la “ciudad” y hay señal para los celulares y eso permite la comunicación con las familias en Chile.

Hoy, recién nos enteramos sobre la emergencia de los incendios que azolaban una extensa zona desde la VI a la VIII regiones del territorio continental. El Tono, Luis Rojas compañero de viaje, integrante del camarote 127 recibirá la triste noticia que su casa de veraneo ha quedado destruida. En pocos minutos, quedaba operativizada su salida del buque gracias a INACH, a que estábamos en Fildes y también al siempre veleidoso y favorable clima.

7 de febrero, Bahía Fildes. Base Presidente Eduardo Frei.

Caminamos con Andrés López de CONICYT unos 1,5 kilómetros para llegar al aeródromo donde opera la DGAC y la FACH, es la Base Teniente March con una pista corta y de ripio, que recibe tanto helicópteros como Hércules. Aquí operan los aviones de la línea regional DAP con sus modelos BAE 400. En pocos minutos veremos despegar uno con alrededor 60 pasajeros, porque los meses de diciembre a febrero son los de este turismo especial de muy altos ingresos.

Ingresamos a las dependencias de la FACH, empleadas como sala de espera de los pasajeros. Nos recibe el sargento1° Roberto Acuña, mecánico, destinado por seis meses en la Antártica.

Aquí también hay una exposición fotográfica y entre esas, imágenes de la construcción de G.G.V. y de mi padre. El nuevo hallazgo es otra fotografía desconocida: él aparece en una fila cargando junto a sus compañeros de expedición un bote, y la reseña lo nombra.

10 de febrero, 11:30. Subo al gabinete del Comandante CF Edgardo Acevedo a activar la entrevista pendiente. Finalmente conversamos dos horas, con pequeñas interrupciones. Partimos reconstruyendo el track de navegación y de allí derivamos en nuevos temas referido a la importancia de la Antártica para Chile y de las cooperaciones actuales y posibles.

12 de febrero, 07:00.

Desde el puesto de mando, gobiernan este buque, que parece galopar el Mar de Drake, una guardia integrada por unos doce oficiales y suboficiales, Escuchan música y conversan, con tazones de agua o café a la mano. Hay dos mujeres, todos son muy jóvenes. Se aprecia que hay camaradería de trabajo y que en la medida que nos acercamos al continente a todos les importan los días de permiso que tendrán en Punta Arenas y Viña del Mar.

13 de febrero. El Beagle.

Me levanto a las 05:30, amanece y ya estamos en los canales, recién atrás ha quedado Ushuaia y navegamos por el Beagle. Hago fotos de esas primeras luces, veo con nitidez ambos extremos, no estoy solo dos o tres compañeros se han levantado a tomar fotos y recorremos las escaleras y puentes del buque como sonámbulos con luciérnagas colgando. Sobrecoge lo apacible, la presencia de bosques milenarios aun sobrevivientes. Allí están los cipreses, robles y coihues diseñados por el viento, agarrándose como mejor saben para inexorablemente vestir los lomajes de estos canales interiores. Imagino a lo lejos, en sus frágiles canoas a esos eximios navegantes originarios: los kawésqar.

Ignacio Vidaurrázaga

14 de febrero, retorno a Punta Arenas

El balance de la expedición es prometedor. Varias bitácoras manuscritas, un millar de fotografías y varios videos. Una treintena de entrevistas a científicos de la ECA 53, navegantes e integrantes de otras delegaciones. Y siete bajadas al territorio, con diversas duraciones y objetivos.

Nos hemos concentrado especialmente en conocer el despliegue de los investigadores y productores de ciencia antártica. Los que publican papers indexados y dependen de ganar nuevos proyectos. Hemos conocido esa ciencia antártica representada especialmente por jóvenes mujeres y hombres, que cuando cuentan su quehacer exudan pasión por lo que investigan. La que también convoca, a un puñado de experimentados científicos, que tienen muchas expediciones en el cuerpo y que aunque sean perfectos desconocidos en Chile, son ampliamente reconocidos en foros y encuentros internacionales.

También, hemos observado a la distancia los chorros de ballenas, respirando por sus espiráculos. Y contemplado en sus colonias a los pingüinos papúas, mientras anidan a sus polluelos. Observado somnolientas elefantas marinas o admirado a las agresivas y carroñeras skúas. Esa es la Antártica.

 

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